SILVERADO (1985, Lawrence Kasdan) Silverado
Dentro de los últimos coletazos del western -el género por excelencia del cine norteamericano-, sería obligado reseñar los intermitentes intentos que se efectuaron en la industria de Hollywood por resucitarlo a los ojos del gran público. De todos son conocidas las aportaciones de Clint Eastwood –que si bien logró el reconocimiento con su excelente UNFORGIVEN (Sin perdón, 1992), no es menos cierto que se mantuvo fiel al género en el que se dio a conocer como estrella ya desde sus primeros pasos como director-, pero en el mismo se pueden incluir las aportaciones de nombres integrados en las nuevas hornadas de realizadores. Lawrence Kasdan fue uno de ellos. Hombre caracterizado previamente como acreditado guionista, Kasdan desarrolló una labor previa como guionista, de la mano de nombres como George Lucas y Steven Spielberg, que estoy seguro facilitaron su entrada en la dirección.
Ya en sus primeros títulos, y tal y como previamente habían demostrado sus “mentores” cinematográficos, el realizador desarrolló un hábil y astuto revisionismo de algunos de los géneros más acreditados entre los aficionados, demostrando por un lado su cinefilia y logrando un –quizá excesivo- reconocimiento entre la crítica de la época. Y me refiero con ello a su debut –la simplemente aceptable BODY HEAT (Fuego en el cuerpo, 1981), que aún sigue formando parte de la mítica de no pocos aficionados-.
Algo de ello sucede con SILVERADO (1985), película en su momento de enorme éxito popular, y con la que Kasdan apostaba abiertamente por un fácil, vistoso, desmesurado y finalmente entretenido espectáculo, en que se intentaban comprimir en algo más de dos horas de duración, buena parte de los estereotipos, temáticas, retratos, relaciones y tensiones típicas del cine del Oeste. Para ello diseñó un guión –junto con su hermano Mark-, en el que se cuentan las aventuras de cuatro personajes arquetípicos del género, unidos en una trama en las que sus diferentes circunstancias y características confluirán paulatinamente en la catarsis final de todos ellos –y sus relaciones personales o incluso familiares- en el pueblo de Silverado. En ellos se entrelazan Emmett (Scott Glenn), Padis (Kevin Kline), Mal (Danny Glover) y el joven Jake (Kevin Costner), hermano de Emmett. En sus definiciones y relaciones se extrapolan la practica totalidad de estereotipos del género. Desde el pistolero solitario, la discriminación racial, el pistolero joven e irreflexivo, la herencia familiar, el peso del paisaje, la corrupción ante la llegada de las leyes, el sheriff corrupto, los asesinatos, los duelos, las estampidas... Toda una serie de estereotipos que dos décadas de su realización de alguna manera prefiguran los derroteros por los que girarían algunas de las posteriores realizaciones de su artífice –en una carrera como director no muy extensa, caracterizada por sus films corales y una cierto grado de pretenciosidad-.
Vista bastantes años después de esa apreciación un tanto entusiasta que alcanzó en el momento de su estreno, hoy día queda en SILVERADO una clara intención de “gran espectáculo” que se inicia ya en la propia planificación de la acción en los propios títulos de crédito –imitando para ello los modos de RAIDERS OF THE LOST ARK (En busca del arca perdida, 1981. Steven Spielberg), de la cual fue guionista-, y en la, a mi juicio, desafortunada utilización de una grandilocuente banda sonora de Bruce Broughton. Pero al mismo tiempo esa intención se extiende en la forma de filmar en ocasiones los cuatro cowboys protagonistas –se les encuadra de espaldas al paisaje disponiéndose sobre la pantalla panorámica y realzados por una ostentosa grúa-, y esa sensación de un tanto forzada grandiosidad da como fruto algunas excelentes secuencias, como la que se desarrolla en el rancho de los MacKendrick –el gran plano general que nos muestra un recinto pintado en su exterior de un rojo chillón, la brillantez con que se muestra la estampida del ganado-. Por el contrario, en algún momento la adopción de momentos intimistas proporciona a la película una cierta calidez –el momento que precede al asesinato del padre de Mal, hasta llegar a su muerte en off que el hijo adivina al escuchar el disparo-, mientras que lo que más me resulta sorprendente es comprobar el singular reparto, de actores de muy diversas características, algunos de los cuales en modo alguno se han significado por el cine de acción –Kevin Kline, John Cleese-, pero que funcionan con brillantez-.
Ni que decir tiene que esta fue la primera aportación del entonces joven Kevin Costner dentro de un género en el que se implicaría considerablemente con el paso de los años. Baste decir sin embargo, que su labor como el joven, chulesco y atractivo Jake deja bien a las claras tanto su inexpresividad, como el indudable carisma lleno de cierto clasicismo que desprende su presencia. Todo ello en un personaje cuya incapacidad para mantenerse quieto me recordó al recordado cowboy que encarnaba de forma memorable Don Murray en la magnífica BUS STOP (1956. Joshua Logan).
Calificación: 2’5
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