A TOUTE VITESSE (Gaël Morel, 1996) Sin respiro
No he podido hasta la fecha acercarme a la andadura como realizador del joven actor francés Gaël Morel –extendida hasta la fecha en cinco títulos-, quién conoció las mieles del éxito a partir de su debut interpretativo en la reconocida película de André Techine LES ROSEAUX SAUVAGES (Los juncos salvajes, 1994), que tampoco hasta la fecha he podido visionar, pese a mi interés por la obra de este magnífico realizador galo. Fue con apenas 24 años de edad y dos años después de la experiencia con Techiné, cuando Morel decidió dar el paso de debutar en el terreno de la realización de largometrajes –tras una experiencia previa en el ámbito del corto-. Y hay que reconocer que la iniciativa se reveló como francamente interesante; pese a algunos –no demasiados- baches, A TOUTE VITESSE (Sin respiro, 1996) se revela como una propuesta tan eminentemente personal como seguidora de la sensibilidad cinematográfica aprendida de su maestro. En sus imágenes ofrece una crónica en la que se da de la mano una acertada inquietud visual, serenidad en la narración de sus relatos, y acierto para transmitir diferentes estados existenciales pertenecientes a la compleja juventud francesa de inicios de la década de los noventa –cuyo retrato imagino no debe haber mejorado mucho con el paso de los años-. De forma paralela, introduce una serie de elementos que pueden ir desde la discriminación racial, la renuncia a un origen de clase obrero, o un claro sustrato gay –bastante común por otra parte en el cine galo-. Hay que reconocer que en esta película todos estos elementos se integran con una notable brillantez, basándose ante todo en una cuidada realización que huye de posiciones doctrinarias, y que se detiene fundamentalmente en las circunstancias personales y colectivas de sus cuatro personajes protagonistas. En su oposición dejará que los rasgos sociológicos colaterales solo sean valiosos en la medida que sirvan para mostrar un contexto social y cultural para que ellos respiren con la debida autenticidad.
El marco de una pequeña localidad francesa será el lugar adecuado donde se producirán los reencuentros y desencuentros entre sus personajes. A saber; un joven gay argelino que ha perdido a su amante y se siente atormentado por ello –Samir (Mezziane Bardadi)-; Quentin (Pascal Cervo) otro muchacho del entorno que logra un cierto triunfo como escritor, lo que le llevará progresivamente a separarse de su entorno afectivo y sentimental. Su novia –Julie (Élodie Bouchez)-, una muchacha de raíz familiar más acomodada, quien finalmente provocará el fin de su relación con este, al verse irremisiblemente atraída hacia Jimmy (Stephane Rideau), un auténtico “rebelde sin causa” que al mismo tiempo es el mejor amigo de Quentin. Estos cuatro personajes serán los que sobrelleven esta crónica enmarcada y bellamente fotografiada –de manos de Jeanne Lapoirie-, en la que por un lado en Jimmy se expresa su innata atracción hacia un entorno rural que en el fondo marcó el origen y los primeros pasos de su vida.
Cierto es que en el sencillo metraje de A TOUTE VITESSE, quizá se eche de menos un mayor desarrollo descriptivo de las circunstancias familiares que definen a sus protagonistas –en algunos de ellos sus diálogos confesionales intentan suplir esa ausencia-, pero lo cierto es que la experiencia de Morel traduce en todo momento una voluntad de “verdad” cinematográfica, de no intentar teorizar ni hacer demagogia, de centrarse en las interrelación de los seres que asume su cámara. De vivir en suma con ellos sus sinsabores y la evolución de las relaciones y rechazos que se entrecruzan entre ellos. Lo logra con una mirada sencilla en la que es fundamental lograr una dirección de actores absolutamente libre e intuitiva que, gracias a la labor de su reparto, consiguen transmitir esa sinceridad en la angustia que en algún momento se adueñará de unos y otros, y que finalmente costará la vida a uno de los protagonistas.
El film de Morel deviene finalmente sobrio y emotivo, duro y sensual, apasionado y sin abandonar elementos de denuncia social. Pero lo mejor de todo ello estriba en ese extraño equilibrio logrado en la interacción de todos sus elementos, incluso en sus influencias cinéfilas –es evidente que el personaje que encarna tan brillantemente Stephane Rideau tiene una considerable semejanza con el James Dean de REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955. Nicholas Ray); cazadora roja incluida-, logrando un resultado en apariencia humilde pero en realizad más que interesante, ante el que solo cabría incidir en el deseo de una andadura cinematográfica más amplia, en la que seguro habría lugar para propuestas de interés, a tenor de las posibilidades que demuestra en este su debut en el largometraje. Sin duda, una interesante sorpresa.
Calificación: 3
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