MANON (1949, Henri-Gorge Clouzot)
Si hubiera que recordar algún equivalente dentro de la cinematografía francesa, que ejemplificara la influencia que se trasladó allende el océano sobre el periodo dorado del cine noir norteamericano, es probable que pocos ejemplos serían más valiosos que el expresado por MANON (1949, Henri-Georges Clouzot). En efecto, a través de sus imágenes, personajes y secuencias, se puede detectar claramente el atractivo que ejercieron en el cine francés de aquellos años, tantos y tantos títulos firmados en aquellos años por realizadores como Robert Siodmak, Edward Dmytryk o Joseph H. Lewis, entre otros. Desde el recurso a atmósferas opresivas, el protagonismo de una pareja caracterizada por una relación de amor casi enfermiza, la utilización del flash-back… En definitiva, se trata de elementos que en esta ocasión se sitúan en la posguerra francesa, dentro del contexto de un Paris dominado por el estraperlo.
Allí se desarrollará la mayor parte del metraje de MANON –jamás estrenada comercialmente en nuestro país, algo comprensible dadas las temáticas que aborda y considerando el entorno represivo que presidía nuestro país en aquellos años de especial dureza para el franquismo-, que inicia la acción con la recogida por parte de un barco de un grupo de refugiados judíos que quieren llegar hasta Palestina. A la nave se han incorporado como polizontes la joven Manon Lescaut (Cécile Aubry) y Robert Dégireux (Michael Auclair). Ambos son jóvenes -aunque ella destaca por parecer casi una niña-, y pronto se decidirán a contar sus reciente tribulaciones al capitán del barco –que muy pronto ha advertido que Robert es buscado por asesinato-. La narración se remontará a un entorno rural, donde Dégireux ejerce como elemento de la resistencia, y logra salvar del linchamiento a Manon, que es acusada de colaborar con los nazis. Ambos se trasladan a Paris, donde ella trabajará en la prostitución, compaginando su deseo de una prosperidad económica con el amor que siente por este. También llegará a introducirlo en el terreno del estraperlo, mediando su romance con un oficial americano que incluso llega a ofrecerle en matrimonio. Sin embargo, pese a estas contradictorias actitudes, y al deseo de la joven de escapar de la influencia de Robert, hay algo que los mantiene unidos como si estuviera marcado por el destino. Una vez huyen y la historia se remonta al presente, el capitán de compadece de ellos y los desembarca junto al grupo de judíos en Alejandría. Sin embargo, lo que se suponía el inicio de una nueva vida juntos pronto se convertirá en un auténtico infierno, revelando finalmente el paroxismo de los sentimientos de los dos jóvenes.
Basada en una conocida novela de Abbe Prevost, desarrollada originalmente a finales del siglo XVIII y más allá de sus –notables- virtudes y –pequeñas- limitaciones, creo que fundamentalmente hay que considerar esta película como uno de los más valiosos exponentes en la filmografía de un realizador especialmente singular para el cine francés: Henri-Georges Clouzot. Una personalidad insólita, que precisaría alguna retrospectiva que permitiera de una vez por todas establecer el verdadero alcance de su obra, y que en esta ocasión apuesta por un relato tan aparentemente ligado a las convenciones del cine negro norteamericano antes citadas, como profundamente personal en sus imágenes. Pese al León de Oro cosechado en el Festival de Cine de Venecia, lo cierto es que la polémica nunca abandonó su trayectoria, centrándose esta en los elementos mórbidos y necrofílicos que se describen en su metraje, y que tienen una especial incidencia en sus prodigiosas secuencias finales. Se trata de un rasgo, por otra parte, que se manifestará desde sus primeros instantes con ese traslado de los cadáveres de los rehenes de la resistencia fusilados, o los instantes desarrollados en una iglesia bombardeada y en ruinas, donde la iconografía religiosa resultará tan valiosa para componer las secuencias desarrolladas entre los dos protagonistas. Pero ya incluso desde sus primeros compases, las imágenes de MANON revelan un extraordinario cuidado formal, desarrollado sobre todo en un magnífico trabajo de iluminación en blanco y negro –obra de Armand Thirard-. En cualquier caso, creo que una vez iniciada la acción, se revelará innecesaria la presencia del flash-back que preside la película, aunque ya desde sus imágenes iniciales se revele la singular personalidad de su conjunto, con esas planos nocturnos del velero, o los cánticos del desesperado grupo de judíos en el interior de la nave. Será el contexto en el que se encontrará a la pareja protagonista, retrocediendo la acción al antes señalado episodio rural de reencuentro en la resistencia, que posteriormente se traslada hasta un Paris dominado por la lucha de la supervivencia, en el que Manon no dudará en aliarse junto a su hermano, el miserable Leon -un magnífico Serge Reggiani-. Allí se desarrollará –con un espléndido ritmo cinematográfico y una arriesgada dosificación en el ritmo y la cadencia de las secuencias-, la progresiva integración de la protagonista en un entorno dominado por la prostitución y la obtención de un dinero rápido y definido por la ausencia de moral. Un entorno al que tendrá que acceder su enamorado, siendo consciente a remolque de que el amor que ambos se profesan ha de ir aparejado por las actitudes libertinas de la protagonista. Todo ello mostrará un sentimiento tan destructivo como opresivo y turbio que la muchacha no podrá soportar, decidiendo fugarse con un maduro oficial norteamericano que le ha pedido en matrimonio. Pese a su intento de huida, la pareja de nuevo volverá a unirse y llegará hasta territorio palestino para intentar una nueva vida. Hasta entonces, la película nunca deja de mostrar un perverso matiz, con entornos en donde la negrura casi se llegan a palpar, llegando a plasmar momentos tan impactantes como el del asesinato de Leon a cargo de Robert, que por momentos llegó a evocarme el inolvidable de la magnífica DETOUR (1945. Edgar G. Ulmer). Sin embargo, hasta llegar a ese momento, hay dos elementos que impiden a mi juicio otorgar a la película una valoración plenamente positiva. Por un lado, detecto la ausencia de ese carácter fou de la relación entre los protagonistas. Se echa de menos un determinado “grado de locura” que logre plasmar con la intensidad que se intuye, ese carácter casi patológico de su relación. Y parte de culpa lo tiene a mi juicio la escasa valía de los intérpretes de la pareja protagonista, en especial la joven Cécile Aubrey –a la que recuerdo con horror en la por otro lado disfrutable THE BLACK ROSE (La rosa negra, 1950) de Hathaway-, que es incapaz de transmitir las sugerencias que su personaje perfila.
De todos modos, y con todos estos desequilibrios, lo cierto es que cuando parece que el film ha llegado a su conclusión, nos depara su fragmento más memorable. Se trata de los veinte minutos finales, que se desarrollan en la odisea del traslado por tierras palestinas de nuestros protagonistas junto a los emigrantes judíos. En este fragmento se describe toda una odisea que de alguna manera preludia la fisicidad y intensidad visual característica de la segunda mitad de la posterior LA SALAIRE DE LA PEUR (El salario del miedo, 1953). Resulta evidente intuir que Clouzot logró mantener como rasgo de estilo esa plasmación de la desesperación del ser humano, mediante una puesta en escena que acentuara su carácter físico y el pesimismo manifestado a través de un viaje. Nuestros protagonistas compartirán esa sensación con ese grupo de judíos que sufrirán todo tipo de penalidades, hasta que finalmente son acribillados por una horda de palestinos. Será el principio de su fin, y cuando Manon muere víctima de una bala, será transportada en su cadáver por su amado, quien finalmente la enterrará en las arenas del desierto, no sin mostrarle su veneración por el hecho de poder disponer de ella –aunque sea muerta- sin que sea deseada por los demás. Se trata de una secuencias que no hubiera dudado en aplaudir el Erich Von Stroheim de GREED (Avaricia, 1924), y que pueden considerarse entre los momentos más transgresores de toda la historia del cine francés, revelando de forma certera esa desmesura que hasta entonces había quedado mitigada en su metraje previo. Sin lugar a dudas, con la edición en DVD de esta película, además de acercar a aficionado un título de gran interés, nos va a permitir ir completando las fichas de ese extraño rompecabezas cinematográfico, que supuso una auténtico islote en el cine francés de su tiempo, llamado Henri-George Clouzot.
Calificación: 3’5
3 comentarios
Eugenio Murcia -
Xavier Sans Ezquerra -
mauricio -