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CINEMA DE PERRA GORDA

BABES IN TOYLAND (1934, Gus Meins y Charley Rogers) Había una vez dos héroes / La marcha de los soldaditos de madera

BABES IN TOYLAND (1934, Gus Meins y Charley Rogers) Había una vez dos héroes / La marcha de los soldaditos de madera

Nunca me podía esperar que el seguimiento de la andadura de mis admirados Laurel & Hardy, me deparara el descubrimiento del que probablemente pueda ser considerado el título más insólito de toda su filmografía. Quizá pueda ser una afirmación un tanto arriesgada, máxime cuando no puedo tener una perspectiva lo suficientemente extensa sobre la misma –mis recuerdos en la mayor parte de los títulos de la pareja que he contemplado, se remontan a muchos años atrás-. De cualquier manera, la recuperación de BABES IN TOYLAND (Había una vez dos héroes, 1934. Gus Meins y Charley Rogers) mediante su edición en DVD –que recoge la traducción “La marcha de los soldaditos de madera”-, nos permite ese acercamiento a un formato cinematográfico en el que la incomparable pareja no se mostró por lo general a sus anchas; el largometraje. Nadie puede negar que con su adscripción a este formato de duración, los populares cómicos tuvieron que adaptarse a unas tramas que de alguna manera mitigaban la peculiar concepción de su comicidad. Esta circunstancia prioritaria, y el hecho de encontrarse en el seno de la productora tan tendente al elemento kitsch –la Metro Goldwyn Mayer, favoreciendo sus películas con entorno de opereta-, fueron sin duda factores que intervinieron en debilitar la calidad de sus largometrajes, siempre en comparación con el magisterio del burlesque definido en sus cortos –especialmente en el periodo mudo-.

 

Pese a estos elementos, ni que decir tiene que diversos largos de Laurel & Hardy gozan de especiales cualidades. Sin embargo, pocos de sus exponentes pueden salirse de la norma de suponer en sí mismos un exponente de la filmografía de los cómicos, quedando como propuestas singulares que sobresalieran de sus propias características como tal producto cómico. Es algo que, por fortuna, definen los fotogramas de BABES IN TOYLAND desde el primer al último de sus fotogramas, erigiéndose como un brillante exponente de fantastique bizarro, y pudiéndose definir sin ningún tipo de duda como una de las rarezas más significativas de dicha vertiente ofrecidas por el género en la década de los treinta. Es así como sus sorprendentes características la pueden unir a títulos posteriores como DANTE INFERNO’S (La nave de Satán, 1935. Harry Lachman), ALICE IN WONDERLAND (Alicia en el país de las maravillas, 1933. Norman Z. McLeod) o la muy posterior THE 5.000 FINGERS OF DR. T (Los 5.000 dedos del dr. T, 1953. Roy Rowland). Con todas ellas comparte esa mezcolanza de espectáculo arrevistado, la desaforada anécdota argumental, la aplicación de una dirección artística tan imaginativa como por momentos deslumbrante, la introducción de secuencias de índole fantástico, incluso bizarro, combinadas con elementos cómicos y musicales, una cierta pincelada de fábula infantil y, por encima de todo, una extraña sensación de asistir a un producto no calificable como avanzado a su tiempo, sino por encima de todo extraño, insólito y, por ello, lleno de un atractivo singular.

 

BABES… se desarrolla en el imaginario Tonyland –el país de los juguetes-. Allí viven de forma tranquila una serie de personajes procedentes del imaginario infantil que nos son mostrados mediante las páginas de un cuento. Podremos encontrar en medio de viviendas recreadas en espacios inimaginables –como, por ejemplo, un zapato-, a los tres cerditos, al ratón Mickey y tantos otros. En esta localidad viven la pareja formada por Stannie Dum (Stan Laurel) y Ollie Dee (Oliver Hardy). Los dos se encuentran hospedados en la casa de Madre Peep y trabajan en una fábrica de juguetes. En dicho fantástico país el malvado y siniestro Silas Barnaby (una sorprendente performance del jovencísimo Henry Brandon) corteja a la hija de la anciana sra. Peep –Bo-Peep (Charlotte Henry)-, aunque ella se niega a acceder a sus deseos de matrimonio, puesto que su corazón está entregado a un joven de su entorno. Debido a esta negativa, Barnaby pone en práctica un método de presión al forzar a dicha boda a partir de la hipoteca que tiene planteada a Madre Beep. Dum y Dee intentarán lograr el dinero necesario para no tener que llegar a dicho extremo, pero su intervención deviene un desastre, no logrando más que ser despedidos de la fábrica en la que trabajan. Finalmente, la boda podrá ser saboteada, pero Barnaby proseguirá en sus planes, implicando al prometido de Bo-Peep en el secuestro de uno de los tres cerditos y siendo este deportado a una siniestra isla llena de monstruosos personajes. Nuestra pareja logrará demostrar casualmente la inocencia del encausado, y finalmente encabezarán la rebelión de todo un batallón de soldados de plomo de tamaño real, que erróneamente habían creado en la fábrica de la que fueron despedidos. Con la ayuda de este insólito ejército expulsarán a los monstruosos personajes comandados por Barnaby, que habían logrado aterrorizar un entorno idílico, recuperando la calma al imaginario lugar.

 

El film producido por Roach se caracteriza por el hecho -sin ser norma habitual en los largos protagonizados por Laurel & Hardy-, de guardar un sorprendente equilibrio entre la vertiente cómica de la pareja, un guión muy bien estructurado, la presencia adecuada de pequeños números musicales y de opereta y, sobre todo, una dirección artística dotada de una gran creatividad, que se adueña de un conjunto siempre sorprendente en esta faceta. Se trata de un rasgo que se extenderá a la definición del villano de la película, que en más de un momento se asemeja al dr. Caligari, y que en la configuración de su entorno característico parece inspirado en este referente. La ambientación y creatividad del diseño escénico en todo momento resulta deliciosa, a lo que hay que unir la presencia de personajes basados en la recreación de animales humanizados, que contribuyen a proporcionar un aura “fantastique” realmente sorprendente. Junto a este contexto, los gags y situaciones cómicas de “El gordo y el flaco”, están en esta ocasión integrados con tanta pertinencia como lógica –la peonza que inicialmente maneja Laurel, que posteriormente será la base de la batalla final; el error que ponen en práctica con los soldaditos a tamaño natural, que tendrá su repercusión mas adelante-, o el encanto que proporcionan los momentos cantados –empezando por el evocativo que da inicio al film y que nos presenta a sus personajes dentro de las páginas de un libro-.

 

En definitiva, todos aquellos elementos que en otras operetas protagonizadas por la pareja pecaban de desequilibrados y apolillados, en esta ocasión alcanzan una frescura notable dentro de un conjunto en el que nada desentona, perviviendo con una atmósfera llena de imaginación infantil que sobrevive con sorprendente vigencia. Es algo a lo que hay que unir esos momentos de alcance totalmente bizarro, que sorprenden en su inclusión, como la secuencia del rapto de uno de los cerditos, o las secuencias en la isla de destierro, definidas por la presencia de cocodrilos y unos extraños y siniestros personajes que parecen surgidos del estudio de rodaje de ISLAND OF LOST SOULS (La isla de las almas perdidas, 1932. Erle C. Kenton). Ese aire cruel –los soldados luchando incluso perdiendo su cabeza-, de cuento malsano que parece una continuidad de “Hansel y Gretel”, es el rasgo que pervive de una propuesta insólita y repleta de fantasía, que contiene en su metraje una de las perlas más memorables de la andadura de Laurel & Hardy; la boda fingida de Laurel con Barnaby, que concluye con la angustiosa expresión del inmortal cómico al asumir que, pese a todo, se ha casado con tan siniestro personaje. Sus únicas palabras serán; “!Pero si yo no lo amo!”

 

Calificación. 3

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