GOODBYE, AMERICA (2006, Sergio Oksman) Goodbye, América
Dispóngase en una hipotética receta cinematográfica, ingredientes de LIGHTNING OVER WATER (Relámpago sobre agua, 1980. Wim Wenders y Nicholas Ray), la decadencia del intérprete mostrada en la espléndida y olvidada THE DRESSER (La sombra de actor, 1983. Peter Yates) o una mirada crítica sobre la sociedad norteamericana, no por compartida menos previsible. Son todos ellos elementos y referencias cinematográficas que, con mayor o menor pertinencia, vienen a la mente al contemplar GOODBYE, AMERICA (2006), un documental llevado a cabo por el brasileño Sergio Oksman, bajo el patrocinio del español Elías Querejeta. Una propuesta, que duda cabe, revestida de un rasgo entrañable, en la medida que toma como base un personaje singular, fallecido poco tiempo después de finalizar el rodaje, y al que no pocas generaciones de espectadores conocerán como el abuelo vampiro de la televisiva “Familia Monster”. Pocos sabrán que Al Lewis, además de ser un intérprete que encontró la –denominémosle así- inmortalidad popular a través de una encarnación televisiva –como bien pudiera ejemplificar en España el desaparecido Antonio Ferrándis con su cargante “Chanquete”-, fue un hombre del espectáculo que en toda su vida destacó por sus firmes convicciones activistas de izquierda, que probablemente –y estoy hablando de una simple suposición personal- le impidieron llevar a cabo una andadura más relevante. Quien sabe, máxime cuando tampoco es que su personaje televisivo provoque en mi ningún entusiasmo. De todos modos, nadie puede negar el atractivo de un hombre que hasta el propio momento de su muerte se definió tanto en la supervivencia artística a partir de los ecos de su siniestro y al mismo tiempo cómico personaje, como en una actitud cívica encomiable, que le llevó hasta casi el fin de sus días a protagonizar un programa en una emisora de radio newyorkina, donde jamás dejó de intentar a aplicar a sus oyentes la máxima del librepensamiento, huyendo de cualquier consigna o manipulación posible.
Pero una cosa son las intenciones y otras los resultados, y si bien es cierto que GOODBYE… es una propuesta que se ve con agrado –avalado en buena medida por el encanto y carisma que proporciona la propia presencia en la pantalla del propio Lewis-, no es menos cierto que, en última instancia, nada nuevo que pensemos o hayamos contemplado en otra propuestas de mayor enjundia que le han precedido, nos puede venir a la mente. Ni en la función de reflexión del artista que contempla con lucidez y cierta ironía su vejez y decrepitud –la visión del viejo artista que se contempla frente al espejo ayudado por el maquillador resulta harto convencional-, ni esa mirada crítica –por más que esté formulada desde un prisma que obvia toda inclinación por la demagogia o el efecto fácil- ni, por supuesto, la evolución de ese personaje que contemplamos aún con vitalidad y que en constadas ocasiones es filmado ya casi en el ocaso de su existencia –mucho más vencido en su aspecto-, adquieren ni en sí mismas ni en su mezcla de factores, la debida homogeneidad, diluyéndose un conjunto que indudablemente daba para mucho más de sí, pero que se ahoga en un contexto de convencionalismo y, lo que es peor, da en muchas ocasiones la impresión de resultar un producto inacabado. No hay constancia de ello, pero es probable que su corta duración pueda ser indicio de dicha circunstancia. Algo que viene en demasiados momentos a la mente, al contemplar como muchos de los elementos que muestran sus imágenes están diseminados de forma bastante arbitraria, y sin lograr alcanzar esa tan deseada evolución en su desarrollo. Desde los instantes que se insertan de su decrepitud física –siempre apertrechado detrás de su inseparable puro-, hasta los fragmentos que se muestran de su campaña para lograr ser considerado en una improbable elección como gobernador del estado, son demasiados los perfiles y detalles que son mostrados de forma inconexa, ahondando en esa impresión de descuido y desaliño, que finalmente son los que me inclinan a valorar en primer término la relativa insuficiencia del producto.
Ello no impide apreciar en el visionado del documental instantes atractivos. Desde esa capacidad para describir los exteriores avejentados de esa otra Norteamérica por la que discurre la vida de nuestro protagonista, hasta el recuerdo a la olvidada figura y el ejemplo brindado por el cantante negro Paul Robeson –cuya canción se erige como un auténtico “leiv-motiv” del relato- y los sufrimientos que vivió en pleno periodo “McCarthista”, hasta la evocación que se ofrece del pasado combativo del propio Lewis como opositor a la guerra del Vietnam, o las palabras pronunciadas en su eterno programa de radio tras la tragedia del 11 de septiembre de 2001. Son pequeños episodios o detalles que finalmente otorgan la debida personalidad a una propuesta atractiva e insuficiente a partes iguales, en la que finalmente no se sabe si no haber logrado elevar su listón obedece a limitaciones de realización o producción, o quizá a que el propio personaje no daba para mas. Personalmente, creo que de ambas percepciones se resiente el conjunto, aunque si he de ser sincero, no sabría precisar el verdadero porcentaje de la incidencia de cada uno de ellos en su repercusión final.
Calificación: 2’5
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