WELCOME TO WOOP WOOP (1997, Stephan Elliott)
Contemplar WELCOME TO WOOP WOOP (1997, Stephan Elliott), más allá de mostrar la reiteración del realizador australiano con los rasgos que le proporcionaron su título de mayor éxito –THE ADVENTURES OF PRISCILLA, QUEEN OF THE DESERT (Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, 1994)-, personalmente me trajo a la mente un estilo de comedia que tuvo una cierta presencia en el cine norteamericano de la segunda mitad de los ochenta. Me estoy refiriendo a esos olvidados pero estimulantes pastiches elaborados por Johnathan Demme –la primera mitad de SOMETHING WILD (Algo salvaje, 1986) o la posterior MARRIED TO THE MOB (Casada con todos, 1988)- o incluso John Laffia –THE BLUE IGUANA (La iguana azul, 1988)-. Un coqueteo tan superficial como agradecido por diferentes referencias y géneros, proporcionando productos tan heterogéneos como excesivos y divertidos al mismo tiempo que, si más no, estuvieron dispuestos para el efímero disfrute de un público más o menos avezado, que pudo saborear el surtido de private jokes presentes en la ración. A grandes rasgos, esto es lo que propone esta comedia –de producción norteamericana y australiana-, que propone una base argumental ciertamente disparatada, a menudo sencillamente extravagante, pero que he de reconocer, me brindaron una velada francamente divertida.
Hagamos recapitulación de su argumento, que se inicia en una calleja de la mismísima New York. Allí el joven Teddy (Jonathan Schaech) está a punto de concluir uno de sus timos, sorprendiéndose en una violenta situación con un grupo de gangsters que le forzarán a huir con destino a Australia. En su deambular se verá protagonizando diversas incidencias conociendo a la joven Angie (Suzie Porter), con la que inicialmente se mostrará reticente pero ante la que caerá enamorado, sin darse cuentas que la vivencia de este sentimiento supondrá para él una auténtica perdición. Angie lo drogará y secuestrará hasta un estrafalario poblado –una especie de trasunto actualizado de “Los Picapiedra”-, dominado por el veterano Daddy-O (el veterano Rod Taylor), y en donde se establecen unas tan extravagantes como rígidas normas de funcionamiento. Un pueblo que sobrevive fabricando comida para perros de todos cuantos desperdicios orgánicos ocasionan -¡incluidos los cadáveres!-, y que como si una auténtica religión fuera, tienen como fondo de sus vidas las permanentes melodías de los musicales de Rodgers y Hammerstein. Nuestro protagonista será obligado –inconsciente- a casarse con Angie, aunque su personalidad en modo alguno podrá integrarse en un contexto tan insólito, en el que además observará la doble vara de medir que Daddy-O –padre de la muchacha- mantiene con sus subordinados.
Como se puede deducir, nos encontramos con una base festiva, extraña y tan atractiva en su punto de partida, como atrevida en su progresión. Hay que reconocer en este sentido, que pese a no apurar hasta sus últimas consecuencias las posibilidades del material –extraído de una novela de Douglas Kennedy-, el resultado puede definirse todo lo desigual que se quiera, pero personalmente me resultó muy divertido. Lo es la medida en la que se logran combinar elementos tan contrapuestos, expresados en la pantalla centrados ante todo en un acertado uso de la pantalla ancha y una depurada dirección artística. Y todo ello proponiendo una historia que bascula entre la nostalgia por el kistch más desaforado propuesto en las melodías de los compositores de musicales tan populares como South Pacific o The Sound of Music, en el contraste de culturas que se ejemplifica en el mundano y urbano Teddy con la más ancestral y rural cultura australiana, o en la constante presencia de gags y fugas cómicas que, quizá no siempre se resuelvan con la debida brillantez pero que en su conjunto revelan por un lado el esfuerzo a la hora de cuidar esta vertiente, e incluso integrar en su conjunto pinceladas tragicómicas en ocasiones realmente sorprendentes –la secuencia en la que la incineración del cadáver de la esposa de Daddy-O, tras ser portada en andas, se combina con el intento de huída de Teddy-.
Pero con ser interesantes estos fragmentos, los intentos de secuencias marcados por las coreografías basadas en las melodías de los músicos homenajeados –y a quienes con cierta ironía dedican la película en sus rótulos finales-, creo que hay algo que destaca con fuerza en el conjunto del film. Ello no es otro que la sangrante humillación que se realiza de su personaje protagonista, al que se presta con enorme complicidad el antiguo modelo y por lo general mediocre actor Jonathan Schaeck. Un joven tan atractivo como despistado, que viste habitualmente ropa de Dolce & Gabanna, y cuya prestancia física será vejada al ser tratado como auténtico ganado. Pocas veces en el cine de los últimos años ha sido tratada de forma más divertida y humillante el icono del macho norteamericano.
Calificación: 2’5
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