SOMETHING OF VALUE (1957, Richard Brooks) Sangre sobre la tierra
Realizada entre la atractiva THE LAST HUNT (1956) y poco antes de CAT ON A HOT TIN ROOF (La gata sobre el tejado de zinc, 1958), SOMETHING OF VALUE (Sangre sobre la tierra, 1957) es uno de los títulos menos interesantes de la filmografía del norteamericano Richard Brooks. No es de extrañar, ya que nos encontramos ante un producto que, cierto es reconocerlo, tiene la virtud de no resultar moroso en su narración, pero por el contrario provoca en el rosario de convenciones que atesora su enunciado, un conjunto que en no pocos de sus episodios llega a resultar casi sonrojante. Es tal la acumulación de tópicos, tan pobre el recurso al maniqueísmo de sus personajes y, sobre todo, la exaltación de lugares comunes con respecto a las peores convenciones hollywoodienses, que casi podríamos asegurar que su resultado estaba abocado al fracaso artístico desde su propia concepción. Es bastante probable a este respecto, que en la novela –escrita por Robert C. Huark- que sirve de base a la película, se encontraran ya las convenciones que finalmente tienen su oportuna cabida en el resultado final. Podemos añadir incluso el hecho de encontrarnos ante una producción estelar de la siempre conservadora Metro Goldwyn Mayer, o la presencia como uno de sus protagonistas, del “negro guapo de alma blanca” encarnado por el entonces en proyección Sidney Poitier. Sin embargo, incluso en esta última vertiente, podemos destacar títulos que, dentro de sus limitaciones, alcanzan un interés más elevado –estoy pensando en THE DEFIANT ONES (Fugitivos, 1958. Stanley Kramer) o EDGE OF THE CITY (Donde la ciudad termina, 1957. Martín Ritt)-.
En esta ocasión, el argumento –modulado como guión cinematográfico por el propio Brooks, ya experimentado en estas lides-, intenta trasladar la rebelión de la población negra en la Kenia colonial, por medio de los violentos Mau Mau, integrando en medio de la misma una vieja historia de amistad entre un joven terrateniente inglés –Peter (Rock Hudson)- y su inicialmente amable servidor Kimani (Poitier). A través de la incardinación de ambos planteamientos, la película apostará por recrear de manera extremadamente superficial la incidencia del racismo dentro de un contexto tenso, al tiempo que apelará a la necesidad del respeto entre razas, la relatividad del hecho de ser oriundo de un lugar determinado o el misticismo que puede plantear la vida en un territorio africano alejado del progreso occidental. Loables intenciones que, lamentablemente, se dan de bruces con un tratamiento absolutamente convencional, tópico ya desde el momento de su gestación y que, con el paso de medio siglo, solo ha visto aumentado en su índice de trivialidades. Desde el primer momento sabemos paso a paso, secuencia tras secuencia, el cúmulo de convenciones que vamos a contemplar. Desde su primera aparición intuimos que Michael Pate va a interpretar a un personaje malvado, que entre los amigos protagonistas se va a interferir un elemento traumático, la rebelión que se va a cometer… Es probable que nos encontremos ante uno de los títulos más previsibles que puede buscarse en el cine norteamericano de su tiempo. Hay tan poca vida, tan escasa sutileza, tan nula es la consistencia de sus personajes y situaciones, que aunque la película se sigue con un ritmo adecuado, predomina en sus fotogramas un absoluto rasgo de previsibilidad en su folletinesco enunciado. A decir verdad, son muy pocos los elementos que perduran en su conjunto. Personalmente, creo que la opción de rodar la película en un estupendo blanco y negro –obra de Russell Harlan-, proporciona a la misma un aire sombrío y de alguna manera la aleja del contexto colorista habitual en las producciones de ambientación africana. Por el contrario, destaca en la función la búsqueda de cierto sello visual, dentro en un contexto dominado por los estereotipos, en los que personalmente solo resaltaría la sutileza que ofrece Wendy Hiller –sin duda, merced a su personalísimo talento- a su breve personaje de esa habitante blanca keniata sometida a la brutalidad de los Mau Mau. Es precisamente la secuencia en la que se manifiesta la atrocidad del ataque de estos, caracterizada por la utilización de una planificación y un montaje más abrupto que el resto del film, cuando parece que la película adquiere una personalidad que, lamentablemente, se ausentará durante el resto del metraje. Así pues, entre secuencias de exteriores rodadas en estudio, episodios en los que un líder intrigante muestra su debilidad al pensar en su dios y ante una oportuna tormenta, o una secuencia final –en la que la indignación del personaje de Poitier le llevará a su propia muerte- no solo inverosímil sino rodada con una torpeza inusitada, se desarrolla una película escasamente memorable, que situaría junto a TAKE THE HIGH GROUND! (1953) y THE CATERED AFFAIR (1956) entre los títulos –de lejos- más prescindibles, de un cineasta hoy día poco recordado –aunque el Festival de Cine de San Sebastián se haya marcado un tanto al dedicarle su retrospectiva en 2009-, pero pródigo en títulos de relieve.
Calificación: 1’5
3 comentarios
ramón moreno palau -
santi -
estas calificaciones son muy curiosas, si sangre sobre la tierra es una mierda , atormentada es mierda y media
esta pelicula es buena es bastante mas que aceptable, no llega a notable , pero jobar denostarla tanto me parece excesivo
y the happy ending esta bien , buen cine , pero obra maestra?
las obras maestras de brooks me da que son y las vi tres veces, los profesionales y in cold blood
las unicas peliculas especialmente aburridas y flojas de brooks son amor en el infierno y crisis donde aparte del casting erroneo era su primera peli, y no daba para mas
Laura -