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CINEMA DE PERRA GORDA

MALDONE (1927, Jean Grémillon)

MALDONE (1927, Jean Grémillon)

Si se pudiera definir en pocas palabras las características de MALDONE (1927, Jean Grémillon), lo haría encuadrándola como una curiosa mixtura entre el SUNRISE: A SONG OF TWO HUMANS (Amanecer, 1927, Friedrich W. Murnau) y la posterior L’ATALANTE (1934. Jean Vigo). De la primera de ella retomaría ese enfrentamiento de mundos encuadrado entre la pureza emanada por la humildad de la vida rural, contrapuesto por la podredumbre surgida a partir de la lucha por el posicionamiento social. Del film de Vigo, prefigura ese alcance bucólico que puede detectarse ya en los primeros y fascinantes minutos de esta obra del francés Jean Grémillon. Que quede claro que el título que nos ocupa no alcanza ni de lejos la grandeza del referente de Murnau, aunque personalmente considere no se encuentra muy lejos del mitificado film de Vigo, erigiéndose como una propuesta valiosa, atrevida, y también en algún momento irregular, que se deja llevar en sus mejores momentos por la sensualidad que surge de sus propias imágenes y la capacidad de experimentación formal que despliega su contexto dramático. Por el contrario, en sus instantes menos logrados, esa propia inclinación hacia la experimentación formal a mi modo de ver permite que se detecte un cierto desequilibrio en un contexto dramático quizá algo primitivo o con probabilidad nada dependiente de la disciplina del guión. Esa elección dramática –legítima e incluso valiente en el contexto cinematográfico de las postrimerías del cine mudo-, quizá con el paso del tiempo es la que impedido que esta, con todo, atractiva propuesta de Grémillon, no alcance esa cima artística que permiten despuntar sus primeros minutos.

 

Y es que esos fotogramas iniciales de MALDONE ofrecen una belleza casi sobrecogedora, parangonable a los instantes más intensos del cine de Flaherty o el mencionado Murnau. Serán planos libres que describen el entorno rural de un canal francés, dispuestos con una cadencia casi mágica, en la que cada una de sus imágenes tendrá una presencia pictórica, libre y al mismo tiempo férreamente controlada. Conformarán todos ellos privilegiados instantes, describiendo el contexto en el que se desarrolla la azarosa andadura profesional del humilde trabajador del canal Olivier Maldone (Charles Dullin), describiendo su encuentro furtivo con una joven de enigmática belleza –Zita (Genica Athanasiou)-, una gitana que se convertirá en inalcanzable objeto de deseo para su existencia. Será una vida la del protagonista que por otra parte tampoco alberga ninguna ambición, reduciéndose a su trabajo diario y a una reconocida habilidad con el acordeón para amenizar las fiestas desarrolladas en tabernas, a las que logra insuflar de una alegría contagiosa. Sin embargo, lo que no conoce Olivier es que forma parte de una familia –los Maldone- propietaria de enormes extensiones de terreno y una mansión, que en esos momentos capitanea quien fuera su hermano menor Marcellin (Geymond Vital) –la película nos escamotea la extraña ignorancia que el protagonista tenía sobre sus acaudalados parientes-. En un viaje en caballo, Marcellin muere de forma violenta al estrellarse junto a un árbol, mientras Olivier está contemplando las predicciones de una adivinadora que le vaticina no solo un cambio drástico en su vida, sino un futuro enfrentamiento en su propia personalidad, teniendo que combatir un hombre poderoso contra un hombre de campo. En esos momento, para Maldone dichos vaticinios pueden parecer inocuos, pero muy pronto recibirá la noticia de la muerte de su hermano y la responsabilidad de asumir su herencia –todo ello planteado en un intenso primer plano sin rótulos, en los que la expresividad de Dullin aparece en su más rotunda efectividad-.

 

Una atrevida elipsis nos traslada tres años después. En ese tiempo Olivier se ha casado con una joven de buena familia, estando plenamente integrado en un nuevo contexto social marcado por las posibilidades económicas, y al mismo tiempo la ausencia de esa espontaneidad y libertad de vivir que hasta entonces había definido su existencia, sin que las limitaciones materiales que sobrellevaba, hicieran mella en su estado de ánimo. En un momento determinado, y con la intención de lograr un mayor acercamiento al hasta ahora inexistente matrimonio, viajarán junto los dos consortes, descubriendo Olivier la actuación de Zita en una sala. Será el detonante para intentar acercarse de nuevo a la muchacha, aunque la misma solo sirva para acentuar esa angustia vital que hasta entonces Maldone ha sobrellevado de la mejor forma posible. Es más, en su trayecto de regreso, le invadirá la tentación de asesinar a su esposa en el viaje con el carro, aunque entienda en el último momento que todo lo sucedido es culpa suya, decidiendo con absoluta convicción responder a aquella premonición que en su momento le hiciera la adivinadora –y que la película recordará por medio de un inserto sobre la propia imagen-, apostando la obra de Grémillon por un desenlace bigger than life y decididamente fantastique, mostrando el asesinato de Maldone campesino sobre su propia imagen reflejada en el espejo con el vestuario y apariencia burguesa.

 

Será una conclusión atrevida y, en cierto modo, fallida, ya que aparece como el pírrico triunfo de ese hombre auténtico que siempre fue Maldone, aunque su decisión se nos antoje una pataleta de escasas consecuencias. En realidad, si se quiere apreciar las mejores cualidades de MALDONE, hay que acudir por un lado a ese destacado sendero de experimentación formal, que si bien en algunos momentos pueda parecer algo trasnochado, en otros –la rápida bajada de escalera de los responsables de la mansión Maldone, al enterarse del accidente de Marcellín- revela una fuerza irresistible. En otros momentos –el episodio de introspección psicológica que revela el deseo de Oliver de acabar con su esposa-, quizá devengan demasiado dependientes de efectismos y un montaje corto. Algo que sucede al relatar la desgraciada muerte de Marcelín Maldone, que es mostrada con una larga sucesión de planos cortos, encontrando en ellos ciertos ecos de la escuela soviética del montaje. En cualquier caso, reconociendo esa valiente apuesta por la experimentalidad dentro del lenguaje cinematográfico, lo cierto es que me sigo quedando con la sobrecogedora belleza de esos minutos de apertura, dignos de figurar en una hipotética galería de grandes instantes del cine mudo y, sobre todo, por la capacidad de inventiva demostrada por un realizador cuyo reconocimiento sigue permaneciendo el sueño de los justos. En mi experiencia personal, tan solo recuerdo haber visto otro de sus títulos en un ciclo de cine francés emitido por TV2 en la primera mitad de los ochenta. Es probable que un seguimiento más perspicaz en su obra, nos llevara al descubrimiento de no pocas sorpresas.

 

Calificación: 3

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