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CINEMA DE PERRA GORDA

ABSOLUTE BEGUINNERS (1986, Julian Temple) Principiantes

ABSOLUTE BEGUINNERS (1986, Julian Temple) Principiantes

En la memoria interior de cada amante del cine se encuentran grabadas determinadas películas que, al margen de sus cualidades, quedan impregnadas como si se reflejara en ellas un sentimiento muy especial. Uno de estos ejemplos lo ofrece en mi experiencia personal, la hoy olvidada ABSOLUTE BEGUINNERS (Principiantes, 1986. Julian Temple), que contemplé en el momento de su estreno en pantalla grande, cuando en plena adolescencia me encontraba viviendo cambios decisivos en mi vida. Quizá más que la indudable fuerza de sus imágenes, se encuentre presente en mí la garra de su fondo sonoro eighties, aunque ello no me impida reconocer llegada la hora de una oportuna revisión, el buen estado en que se encuentra la que considero una de las apuestas más valiosas del cine musical en la década de los ochenta. El film de Temple –centrado ante todo en su vinculación en el terreno del video clip, aunque proyectado en una muy breve andadura como realizador cinematográfico-, se ofrece como una rotunda llamada centrada en el despertar del Londres de 1958, a una nueva juventud que rompía con las limitaciones del periodo de posguerra y reconstrucción vivido tras la II Guerra Mundial, y encaminado a un vitalismo y prosperidad que tendría su expresión máxima en el Swinging London. En medio de un contexto que Temple estiliza por medio de unos colores vibrantes, saturados y casi irreales en su belleza –en los que se exteriorizaron uno de los primeros y deslumbrante pasos de Oliver Stapleton, uno de los grandes directores de fotografía actuales-, y acrecentando ese esplendor visual con la rotundidad en el uso del CinemaScope, el director logra llevar a buen puerto esta fantasía musical. Una apuesta arriesgada, sostenida en la leve anécdota argumental que protagonizan los jóvenes Colin (Eddie O’Connell), un fotógrafo tan irresistible como hedonista, impregnado por un extraño sentido de la dignidad, y su novia Suzette (Patsy Kensit), demasiado débil a la hora de mantenerse fiel a este, y tentada muy pronto al reconocimiento profesional y la celebridad, ligándose a un estirado y conocido diseñador de modas –Henley (James Fox)-, con el que llegará a contraer matrimonio para desesperación de Colin.

Pese a partir de la base de la novela de Colin Macinnes, queda bien claro desde su primer instante, que las intenciones de su realizador y el equipo del film, se centran fundamentalmente en una mirada descriptiva, basada en la realidad pero al mismo tiempo pregnada por una especial fantasía, de un contexto al que se mira con tanto cariño como complacencia. Bien es cierto que ya en esa secuencia de apertura, Temple hace gala de uno de los elementos que determinará el discurrir de su propuesta; la elección en todo momento por un ritmo casi desenfrenado, que en su apertura mostrará una deslumbrante utilización de la grúa, describiendo a través de un magnífico plano secuencia ese mundo londinense que narra Colin. Una vitalidad que se irá ratificando a lo largo del film, y tendrá en dicho inicio una inmejorable catalizador, mostrando al espectador una extraña y controvertida fauna humana, que es mostrada con una considerable carga de nostalgia, apelando ante todo a ese rasgo integrador y cosmopolita que desde entonces guiara a la juventud de entonces, y que ha permanecido como elemento de idiosincrasia de una de las grandes ciudades europeas. Y es a través de ese recorrido que gira a partir del desengaño amoroso que preside la débil anécdota argumental de la pareja protagonista, donde ABSOLUTE BEGINNERS gana enteros. Lo hará al describir una casi surrealista gama de personajes episódicos, a través de los cuales se muestre la permisividad sexual de la época, los fabricantes de estrellas juveniles –el extravagante descubridor de talentos, protagonista de un divertido gag final-, cierto grado de alienación en torno a la captación de la juventud en el contexto de los mass media, la especulación –en ello entra el personaje interpretado por David Bowie- o la fácil manipulación que podría general un conflicto racial –protagonista de la parte final de la película, a modo de catarsis colectiva-.

En todo caso, en la combinación de todos estos elementos, y evidenciándose una cierta irregularidad a la hora de pretender mantener en todo momento un forzado ritmo percutante, no dejo de reconocer que ABSOLUTE BEGINNERS sigue conservando para mi un considerable encanto. Lo brinda la presencia como protagonista de un carismático Eddie O’Connell del que nunca se supo nada más, y que en las entrevistas de la época confesaba tomar como modelo a Albert Finney y Tom Courtenay –y es cierto que, salvadas las distancias, en su aspecto exterior y estilo se permila esa doble influencia-. Lo ofrece también ese acierto a la hora de mostrar un mundo con base real pero una deliberada distorsión que fascina al espectador. Un espectador que podrá recordar algunas de las más célebres canciones de aquellos años insertas en el film, o quizá también descubrir las influencias que Temple retoma de otros títulos. influencias que van desde la del musical clásico, hasta las más cercanas que le podría ofrecer un título tan discutible como WEST SIDE STORY (Amor sin barreras, 1961. Robert Wise y Jerome Robbins) y, fundamentalmente, las propuestas del género auspiciadas por Jacques Demy. Pero esas influencias no deben limitarse al contexto del musical, ya que en su propia configuración cromática, la película podría insertarse en las fantasías musicales del cine de Jerry Lewis, del cual encontramos un ejemplo pertinente en el número que describe la vida habitual de la casa de los padres de Colin, retomando la singular disposición de decoración de THE LADIES MAN (El terror de las chicas, 1961).

Más allá de analizar influencias concretas, lo cierto es que la película adquiere un sentimiento de verdad logrado a través de la constante estilización registrada en sus fotogramas. Verdad cuando Colin interpreta a The Style Council ante el Támesis cuando su novia lo abandona. Sentido festivo en el pase de modelos de Henley en el que Suzette improvisa para evitar un catastrófico e inesperado accidente, fuerza y eco del musical de siempre en el número que comparten Eddie O’Connell y David Bowie. Detectaremos sentimientos contrapuestos a la hora de describir el desengaño de nuestro joven protagonista cuando es utilizado en un debate televisivo -¡Como se nota que no han cambiado apenas los tiempos!-, en el que a punto está de ser objeto de deseo por dos contertulios –el descubridor de talentos gay y la columnista que lo ha emborrachado en una secuencia anterior-, mientras su novia lo contempla desolada recién casada o, finalmente, tensión dramática expresada con ese giro racista que sembrará la especulación inmobiliaria auspiciada por el propio Henry, en un inesperado clímax de contundente calado.

La unión de estos y otros elementos, quizá no permitan considerar a ABSOLUTE BEGINNERS como un logro del género, pero personalmente no deja de transmitirme, más de un cuarto de siglo después de su realización, la misma sensación placentera que percibí en el momento de su estreno, cuando apenas contaba con veinte años. Sin duda, una lección para la absoluta inutilidad manifestada por un cineasta como Baz Luhrrman y sus lujosas ROMEO + JULIET (Romeo y Julieta de William Shakespeare, 19969 y, sobre todo, la inenarrable MOULIN ROUGE! (Moulin Rouge, 2001)

Calificación: 3

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