I WAKE UP SCREAMING (1941, H. Bruce Humberstone) [¿Quién mató a Vicky?]
Convertida con el paso de los años en una pequeña pieza de culto, I WAKE UP SCREAMING (1941) –editada digitalmente con el título ¿QUIÉN MATÓ A VICKY?-, supone sin duda el referente más conocido de la filmografía de ese discreto realizador que fue H. Bruce Humberstone, pródigo en musicales y títulos olvidables, pero del que tampoco se pueden olvidar algunas estimables aportaciones al western –especialmente TEN WANTED MEN (1955)-. Sin embargo, la circunstancia de suponer una aportación al cine policíaco, precisamente ubicada en el periodo en que se consolidaban los rasgos que definieron el cine noir, y el hecho de detectarse en la película una serie de rasgos ligados al género en la 20th Century Fox –la referencia a la posterior LAURA (1944, Otto Preminger) son claras-, o disponer incluso de un remake rodado en 1953 por Harry Horner –VICKY, de interés más menguado que el que nos ocupa-, son elementos que han fomentado esa cierta mítica, en una película tan agradable como superficial, que no puedo compartir como un logro de especial significación dentro de la serie B del estudio de Zanuck, pero que contemplada en sí misma se degusta con relativa placidez.
El film de Humberstone se inicia con el anuncio de un vendedor de periódico del asesinato de Vicky Lynn (Carole Landis). Muy pronto asistiremos al comienzo de la investigación policial, que se centrará en el interrogatorio a las dos personas que se encontraron con el cadáver. Uno de ellos será su hermana –Jill (Betty Grable)- y el otro el joven promotor de jugadores Frankie Christopher (Victor Mature). Las declaraciones de ambos, desarrolladas en diferentes estancias de la comisaría, además de destacar por un ambiente tenso y opresivo, permitirán la inclusión de una serie de flash-backs que nos introducirán en el pasado de la asesinada, al tiempo que descubrirá la fascinación que provocaba en una serie de hombres que la rodeaban. Ello nos permitirá descubrir como Vicky, una camarera, es descubierta y promocionada con rapidez por Christopher, logrando con la ayuda de un actor en decadencia –el estupendo Alana Mowbray- y un columnista, dar a conocer a un ser hasta entonces caracterizado por su anonimato. Una muchacha que muy pronto se verá integrada en un mundo de lujo y oropel, demostrando su madurez –y su cierto grado de mezquindad-, a la hora de jugar con todos ellos, e incluso aprovechar la ocasión de una prueba cinematográfica en Holywood. Su hermana Jill, una muchacha más cuerda y racional, verá con cierta distanciación el grado de ensoñación que Vicky sobrelleva en ese mundo al que ha accedido, poniendo de manifiesto unas inesperadas aptitudes para el arribismo.
Es por ello que su muerte, servirá en la película como elemento de reflexión pero no aportará una necesaria catarsis, a la hora de intentar reflejar como una mujer caracterizada por su cierto grado de vulgaridad y sus modestos orígenes, puede erigirse de la noche a la mañana en un auténtico ser admirado por aquellos que la rodean. A partir de dichas premisas, Humberstone urde los mimbres de esta inconfundible producción de la Fox, caracterizada curiosamente por el uso –y cierto abuso- del conocido tema musical Over the Rainbow, que combina el elemento policial, una estética fotográfica dominada por los contrastes –magnífica la prestación del operador Edward Cronjager-, en la que se insertarán –a mi juicio de manera innecesaria- planos inclinados, incorporando además el nacimiento de una relación realmente sólida entre Christopher y Jill después de cometerse el crimen, y las autoridades juegan con ambos a la hora de buscar entre ellos al autor del mismo. Y es llegados a este punto, donde en la película alcanzará una singular importancia el personaje del inspector Ed Cornell (Laird Cregar), conocido en ámbitos judiciales por su implacabilidad a la hora de resolver los casos que le son encomendados. Su director mimará en todo momento la presencia del personaje en el film, filmando en contrapicado la mayor parte de sus apariciones –algunas de ellas insertas de modo impactante e inesperado-, insertando en las mismas un tempo más siniestro y elegante, y apoyándose en la performance y la dicción sinuosa de Cregar. A partir de la intermitencia de sus apariciones, en realidad se articulará una película en la que se desaprovecha una premisa primordial en el mismo; la incapacidad de justificar esa extraña adoración planteada hacia una joven vulgar y anodina, a la que una serie de personas prácticamente han sacado del arroyo de su existencia gris y cotidiana. Esa carencia de reflexión impide que el grado de fascinación sea compartido por el espectador, limitando el alcance de una película que, no obstante, desprende bastantes buenos momentos.
Estos a mi juicio se extienden ante todo en la capacidad de describir la facilidad con la que el promotor, el actor en decadencia y el columnista, logran subvertir la mediocridad de la alta sociedad en la que se desenvuelven, levantando un falso mito en la protagonista asesinada. Dentro de este ámbito, destaca con fuerza la que a mi modo de ver se erige como la secuencia más brillante de la película. Aquella en la que se exhibe la prueba cinematográfica que Vicky había filmado y que le había llevado hasta Holywood, inserta con tal grado de intensidad que provocará un ataque de ansiedad por parte del veterano y decadente actor. El juego de miradas que se produce entre Christopher, Cornell y la emoción expresada en Robin Ray (Mowbray), alcanza unas cuotas de expresividad fílmica casi asfixiante, provocando la triste confesión de este a la hora de describir como la asesinada lo utilizó y posteriormente lo despreció.
Sin embargo, incluso más allá de este episodio concreto, creo que la mayor virtud de esta propuesta estimable y simpática, reside en aquellos detalles que a lo largo de su metraje inserta, capaces de definir en pequeños detalles la psicología de sus principales personajes. Me estoy refiriendo a esa inoportuna etiqueta que porta en una manga Vicky en su supuesta presentación en sociedad, reveladora de la vulgaridad de su personalidad, al momento en que acompañado de Jill, Christopher ofrece una pequeña cantidad de dinero a un boxeador en decadencia que se encuentra en la calle, o la cuerda que Cornell entrega a este en forma de horca, cuando el segundo lo traslada a su domicilio en coche. Serán agudas pinceladas, reveladoras a la hora de darnos a conocer la auténtica alma interior de estos seres que nos son presentados en el film. Algo que tendrá su climax en la reveladora interioridad de Cornell –en el que claramente no pocos comentaristas han revelado su alcance como precedente del Quinlam de la admirable y muy posterior TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957. Orson Welles)-, a la hora de confiar en sus instinto de cara a resolver los casos que le son encargados, y que será incapaz de asumir la revelación de su auténtico mundo interior.
Atractivo e irregular a partes iguales, diluido en el respeto a un argumento bastante poco atractivo, pero valioso a la hora de ejercer como puente a títulos relevantes del cine policial insertos en la propia producción de la Fox, I WAKE UP SCREAMING destaca igualmente por ofrecer una presencia de Víctor Mature en la que no dejan de percibirse sus enormes limitaciones, pero al mismo tiempo se encuentra en sus imágenes con más soltura juvenil que en su posterior andadura como intérprete, en donde por lo general su pétrea personalidad dominó unas performances en no pocas ocasiones lindantes con el ridículo.
Calificación: 2’5
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