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CINEMA DE PERRA GORDA

MARGIN CALL (2011, J. C. Chandor) Margin Call

MARGIN CALL (2011, J. C. Chandor) Margin Call

“El dinero es una simple arma para evitar que nos matemos entre todos”, vendrá a señalar en un momento crucial de MARGIN CALL (2011), el máximo dirigente –John Tuld (Jeremy Irons)- de una empresa imbricada en los juegos de bolsa e inversiones, de la que nunca sabremos su funcionamiento y que en prácticamente horas conocerá y sufrirá en sus propias carnes, el estallido de esa crisis que convulsionó el mundo económico occidental hace ya algunos años. A través de un relato que se articula en el radio de acción de menos de un día, el director y guionista J. C. Chandor despliega un impecable debut en la gran pantalla, atreviéndose a plasmar con un considerable grado de acierto, la entraña de aquellas hipotéticas horas que precedieron a esa crisis financiera de tan enrome calado, que aún seguimos sufriendo todos, en mayor o menor medida.

MARGIN CALL se inicia con el inesperado despido de un buen número de empleados de la firma protagonista. Entre ellos se encuentra el ya veterano Eric Dale (Stanley Tucci), que se encontraba a punto de descubrir una serie de averiguaciones en torno al funcionamiento de la misma. Pese a la frialdad y celeridad con la que se le comunicará dicho despido, este no dudará en ceder la información –que alberga en un pendrive-, a un joven ejecutivo que ha sido uno de sus mejores ayudantes durante años. Se trata de Peter Sullivan (Zachary Quinto, también coproductor del film), que durante la noche y a solas descubrirá el abismo económico que se cierne en el contexto de la firma. Un abismo que algunos de sus directivos habían intuido, pero que ante ellos se verá prácticamente como una realidad de inminente calado. Para ello, y tras diversas reuniones celebradas de madrugada, tan solo quedará una salida, la de intentar vender lo invendible; estafar en una palabra a habituales compadres, para con ello salvar la estabilidad de la firma, uniendo a ello una nueva tanda de despidos que, lógicamente, no afecten a los máximos responsables de la misma, receptores en buena lógica de sus mayores beneficios. No se dudará incluso en buscar un “chivo expiatorio” de todo ello en la figura de la fiel y al mismo tiempo implacable Sarah Robertson (Demi Moore), sobornar con una importante cantidad de dinero –que nunca contemplaremos- a Sam Rogers (Kevin Spacey), auténtica autoridad moral de la empresa, para que arengue a sus muchachos y en pocas horas hagan las mayores ventas de activos posibles para salvar esa entidad infectada de activos tóxicos, y que en realidad se sostiene en la auténtica nada de la inmensidad de Wall Street que, plano si y plano también, ser erige como auténtico protagonista del film.

Superando el aspecto coral de títulos en su momento excesivamente valorados como GLENGARRY GLEN ROSS (Éxito a cualquier precio, 1992. James Foley), la propuesta de Chandor destaca en primer lugar por saber captar la atención del espectador desde sus instantes iniciales, al describir esa decisión de despedir a Eric Dale (Stanley Tucci), auténtica piedra de toque del relato. La frialdad con la que le es expuesto dicho despido, aparece como una auténtica patada en el estómago que logra impregnar del suficiente interés al seguimiento de una historia que se prolonga en su desarrollo en apenas unas horas, manteniendo en todo momento un considerable grado de densidad –solo en algunos instantes ciertos descensos de ritmo impiden que la película consolide ese altísimo octanaje que por momentos se puede atisbar-. Sin embargo, la película destaca en la capacidad descriptiva de su galería de personajes, que huelen a auténtico y en modo alguno aparecen provistos con la coraza del estereotipo. En pocas ficciones fílmicas como en esta, la entraña del mundo financiero emerge a través de rostros y actitudes humanas. De seres a los que solo la disparidad generacional han diferenciado el grado de dignidad al que han de renunciar, a la hora de realizar unas labores tan lucrativas como, en el fondo, revestidas de carencia de moral alguna. Resulta paradigmático a este respecto, el tratamiento ofrecido al personaje encarnado por Kevin Spacey. Un ser solitario, divorciado, que no duda en anunciar el despido colectivo de empleados casi sin pestañear, pero que en la intimidad se mostrará sensible ante la imparable muerte de ese perro, descrito en realidad como su único compañero. Esa capacidad para captar el mundo interior de la fauna que congrega una empresa que se ha ido a la deriva, y solo ha detectado de forma casi certera Dale y, siguiendo su sendero, el joven Sullivan. En apenas unas horas encerrado en la soledad y nocturnidad de las oficinas, este logrará culminar las investigaciones que el primero le legara, iniciando esa pendiente que modificará por completo la faz de una firma financiera que tendrá que traicionarse a sí misma, pero que al mismo tiempo reflejará en el comportamiento de su máximo artífice una lucidez casi mefistofélica. Lo plasmará en esa conversación mantenida con Roger, en la que restará importancia a lo sucedido, ligándolo a situaciones precedentes en la historia de las finanzas newyorkinas, como un elemento necesario para a partir de las mismas renacer y lograr ganancias partiendo de la necesidad de que otros las pierdan.

Ese planteamiento revestido de cínica lucidez, es en última instancia el que se derivará de una narración en la que destacará el uso del exterior newyorkino a partir del predominio de las secuencias de interiores en el recinto de oficinas, ayudado por un reparto impecable –permítaseme destacar a Kevin Spacey, Zachary Quinto y Stanley Tucci-, una progresión dramática notable, un montaje que sabe destacar aquellos instantes y momentos corales e intimistas, dentro de una combinación ajustada, o la capacidad que muestra para describir la frialdad esgrimida en ese mundo de los negocios. Un conflicto concreto en el que se tendrá que buscar una cabeza de turco –en el personaje que encarna con sorprendente brillantez Demi Moore-, viendo con tanto pesimismo como razonable lógica, como el dinero, ese papel que en realidad sirve para que los seres humanos no se maten para tener que comer, es el elemento que posibilitará que Rogers pierda esa dignidad en el interior de su alma. O que, de forma discreta, atisbemos que Sullivan en un futuro no muy lejano, deje aparcada cualquier tentación de honorabilidad, integrándose en un ingente engranaje en donde el logro de un estatus social que nunca será suficiente para todos aquellos que se han visto envueltos en su espiral de opulencia –tal y como manifestará en un momento dado Will Emerson (Paul Bettany), en una secuencia confesional desarrollada en la terraza del edificio-.

Recibida de manera muy positiva por la crítica, arropada por no pocos premios y nominaciones, pero sobrellevando una carrera comercial poco estimulante –aunque duplicara su escueto coste inicial de tres millones de dólares-, es una pena que el gran público no conozca las cualidades de MARGIN CALL, sin duda una de las miradas más lúcidas brindadas en torno a esa colosal crisis financiera emergida en los últimos años, cuyas consecuencias aún no se vislumbran –ni mucho menos- con matices esperanzadores.

Calificación: 3

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