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CINEMA DE PERRA GORDA

SWEET DREAMS (1985, Karel Reisz) Dulces sueños

SWEET DREAMS (1985, Karel Reisz) Dulces sueños

Creo que todo a todo aficionado al cine le ha sucedido ante determinados títulos mal recibidos por la crítica o el público en su momento, y pertenecientes a la obra de cineastas que admira especialmente, plantearse el hecho de renunciar durante años a su visionado, con el miedo de tener que compartir la amarga decepción anunciada por otros comentaristas. Uno de los ejemplos personales que más cercano ha estado en mi ligazón con el placer cinematográfico, ha sido durante décadas SWEET DREAMS (Dulces sueños, 1985), prácticamente el único largometraje que me restaba por ver de uno de los cineastas más singulares y apasionantes generados en el cine de los sesenta; el checoslovaco – británico Karel Reisz. Recuerdo aún la atroz acogida y el menosprecio con que fue recibida en el momento de su fugaz estreno en España, incluso por comentaristas de especial admiración por mi parte. Dicha circunstancia, y el hecho de describirse en principio como un biopic en torno a la figura de la cantante “country” Patsy Cline (1932 – 1963) fue un factor determinante a la hora de dejarlo de lado. Para todos aquellos que no encontramos precisamente placer en dicha modalidad musical, tan localizada, unido a esa ya señalada reacción negativa, fueron factores determinantes para prevalecer mis temores antes que la confianza en un cineasta por lo general magnífico, aunque en ocasiones algunos de sus títulos más recordados –es el caso personal de ISADORA (1968), curiosamente introducida también de forma singular en el terreno del biopic-, se sitúen entre los menos interesantes –que no desdeñables-, del conjunto de su no muy extensa filmografía. Baste señalar, a este respecto, que cuando filma esta película se encontraba con cuatro años de inactividad para la gran pantalla –tras THE FRENCH LIEUTENANT WOMAN (La mujer del teniente francés, 1981), su mayor éxito comercial-, y deberían transcurrir otros cinco años, para que filmara su último largometraje cinematográfico, el magnífico y poco evocado EVERYBODY WINS (Todo el mundo gana, 1990). Tras él, apenas leves incursiones televisivas, y ejerciendo como profesor cinematográfico hasta su muerte en 2002, en ese Londres que durante muchos años fuera su lugar de adopción, y de donde emergiera con fuerza como uno de los realizadores más brillantes surgidos al amparo del Free Cinema –a mi juicio el más valioso de todos ellos-.

Por fortuna, los temores que albergaba a la hora de visionar SWEET DREAMS –que asumía casi con el único objetivo de completar una filmografía llena de especial interés personal-, pronto se diluyeron. Sin ser un logro absoluto, es evidente que nos encontramos con una producción que no solo no mereció el menospreció recibido cuando fue estrenada, sino que además supera con fuerza la prueba de unos modos cinematográficos especialmente caducos –los mostrados en la década de los ochenta-, el localismo de una temática de difícil extrapolación fuera de determinadas zonas de los Estados Unidos y, lo que es más importante, inserta su resultado dentro de las constantes que definieron la obra del cineasta. Algo que con acierto definió años atrás el comentarista cinematográfico Carlos Losilla –uno de los que mejor han entendido la obra del cineasta-, al observar en su obra la presencia de una galería de personajes caracterizados en su condición de auténticos inadaptados en la sociedad que les ha tocado vivir. A lo largo de su obra, es algo que se percibirá desde el Arthur Seaton de SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo, mañana, 1960) pasando por el protagonista de MORGAN: A SUITABLE CASE FOR TREATMENT (Morgan, un caso clínico, 1966) o los que forjaron sus dos títulos realizados en USA en la década de los setenta.

Lo realmente curioso, y que a fin de cuentas proporciona a SWEET DREAMS su elemento de singularidad, es el hecho de desviar la atención del protagonismo del relato, de la cantante que encarna con su fuerza habitual por Jessica Lange, por el que se convertirá muy pronto en el auténtico motor del mismo. El joven, arrogante y atractivo Charlie Dick (los pasos iniciales del ya prometedor Ed Harris). Los primeros instantes del film nos describirán el objetivo del joven; acercarse a esa cantante de la que se ha quedado fascinado desde el primer instante, sin hacer caso del rechazo inicial de esta. Reisz obvia por completo cualquier tentación sentimental, yendo al grano y al mismo tiempo dejando de lado cualquier tentación retro en la película –algo que sí sucedía en la citada ISADORA-, que nos evocará los tintes realistas que por lo general  han definido su cine. La película no dejará de mostrarnos tintes en los que la cotidianeidad de la vida de la cantante –casada con un hombre absolutamente alienado-, irá acompañada de la dependencia sincera con su madre –con quien se establecerá una relación llena de complicidad-, y para la cual la irrupción del arrollador Charlie –un hombre de clase obrera- supondrá una especie de renacimiento existencial para la cantante, coincidiendo con el progresivo despegue de su carrera como tal. Sin embargo, en su sombra se encontrará este hombre tan atractivo y provocador en materia sexual, como inestable e interiormente provisto de un conflicto personal, que bien pudiera tener la base en uno de esos seres desarraigados y descontentos de su propia condición, que poblaron la filmografía de Reisz. Seres que se enfrentaban a la rutina de la sociedad que les rodeaba, pero que quizá no por ello siempre se granjeaban la simpatía del público ni poseían la vitola del héroe, y que o bien se rebelaban contra la misma, o esa misma rebelión se convertía en abrupta ruptura contra ese sistema contra el que implícitamente luchaban. Y el que pronto se convertirá en esposo de Patsy –resulta sorprendente la manera elíptica con la que se describe la separación de la cantante con su anterior marido-, no será más que un ser dominado por dos polos opuestos; su irrefrenable tendencia al alcoholismo, y al mismo tiempo su manera primitiva de demostrar el cariño hacia la cantante. El cineasta describe este complejo proceso con suficiente sobriedad, apelando a una ambientación en la que no se busca ni el embellecimiento ni, por el contrario, un aspecto esencialmente sombrío. Como si se discurriera por el sendero de una gris cotidianeidad, y en este sentido siendo coherente con la filmografía precedente, Reisz nos imbrica en un relato sencillo, en el que las secuencias provistas de dramatismo –la agresión de Charlie a Patsy-, se alternan con otros instantes en los que la pasión entre ambos aparece como sincera, y en otra enfermiza. Por fortuna, la inserción de secuencias en las que aparezcan actuaciones de la cantante son bastante más menguadas de lo previsible, y el realizador logra componer un mosaico en el que su densidad y la elección de instantes mostrados en la pantalla, resultan por lo general acertados. Como lo supone también la elección de episodios que se sitúan en el over narrativo –el nacimiento de su segundo hijo-, logrando con ello aligerar y descargar su carga de biopic a la película. Todo ello, hasta llegar a esa catárquica conclusión, en la que el destino quiso que la insostenible situación generada en la pareja, culminara inesperadamente en la muerte en un dramático accidente de la cantante y sus acompañantes. Un final que será mostrado con tanta contención y sentido del dolor por parte de Charlie, como la opción por parte de Reisz de describirlo como si en realidad esta hubiera sido la única salida para una relación que no tenía más futuro.

Casi treinta años después de ser rodada, SWEET DREAMS se mantiene con no poca fuerza, y desde luego no supone un paso en falso en la andadura de un cineasta que legó algunas obras imperecederas, un nivel medio más que notable, y al que solo hubo que reprochar -al igual que en el caso de Alexander Mackendrick- que su filmografía no fuera más extensa. Por lo menos, el visionado de esta película me hace cubrir una deuda pendiente que, además, ha supuesto para mi una relativa sorpresa.

Calificación: 3

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