Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE HOST (2013, Andrew Niccol) La huesped

THE HOST (2013, Andrew Niccol) La huesped

Al contrario que la mayor parte de los mortales amantes del cine fantástico de nuestros días, sigo siendo un seguidor de la obra del realizador neozelandés Andrew Niccol (1964). Apenas con cinco largometrajes a sus espaldas en más de quince años de andadura –su ritmo de trabajo se ha acelerado en los últimos años-, unido a su reconocido guión en THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, 1998. Peter Weir), forjan un corpus quizá no demasiado extenso, pero en el que ante todo va predominando el progresivo desapego que viene produciendo su cine según sus películas se van sucediendo. Dejemos al margen del culto que sigue generando GATTACA (1997) –su deslumbrante debut como director- y veremos como el resto de sus largometrajes han sido orillados e ignorados, cuando de manera notoria y aunque en sus últimos exponentes se centre de manera clara en productos de carácter comercial, mantienen un mundo propio, tanto temática como narrativamente. Por ello, hasta cierto punto es comprensible el rechazo casi generalizado con el que ha sido despachada THE HOST (La huésped, 2013), centrado sobre todo por la génesis de su propia base argumental; una novela más de la inefable Stephenie Mayer, creadora de la insoportable saga TWLIGHT (Crepúsculo, 2008. Catherine Hardwicke). La propia Mayer ejercerá como una de las productoras del film, y es evidente que algo de ese mundo de melifluas relaciones adolescentes se da cita y limita el alcance de lo que podría haber sido un producto excelente. Sin embargo, considero que la impronta de su director logra superar y derribar de manera considerable dicho lastre, entroncando su película en ese mundo personal que ha seguido manifestando en su aún corta filmografía.

Como si nos encontráramos en una versión edulcorada de la novela de Jack Finney llevada al cine por Don Siegel, Philip Kauffman y Olivier Hirschbiegel, la película se inicia con unas bellísimas imágenes espaciales en las que se acerca el planeta tierra, mientras una cálida voz en off describe el estado de paz y bienestar que vive el planeta Tierra, algo desusado en todo su pasado. Muy pronto descubriremos que sus habitantes han sido invadidos por seres de otra esfera, acostumbrados a actuar así por propio instinto de supervivencia. Dicha circunstancia ha propiciado que se genere un reducido núcleo de resistentes, de auténticos terráqueos, contra los que paulatinamente irán luchando los invasores con métodos peculiares, al objeto de lograr una completa implantación, que se centra en el trasplante de sus almas en los cuerpos respectivos de los terráqueos. A partir de dicha premisa, THE HOST se articula en torno al drama vivido por Wanderer (estupenda Salirse Ronan), una de las extraterrestres que ha ocupado el cuerpo de Melanie, hasta entonces una de las escasas resistentes del planeta. Sometida a seguimiento por parte de de las denominadas “buscadoras” –la obsesiva Lacey (Diane Kruger)-, a la hora de vislumbrar en ella el indicio de otros terráqueos a los que puedan invadir en sus cuerpos –una vez más, encontramos ecos del I Am legend de Matheson-. Sin embargo, el gran drama de nuestra protagonista, es el de poder convivir en su interior con los pensamientos y el alma de Melanie, que en no pocos momentos choca con la personalidad exterior de Wanderer.

Puede decirse que es en esa confrontación –que justo es reconocer ofrecía la mayor dificultad del relato-, se encuentran quizá las debilidades más ostentosas del mismo, llegando en algún caso a dejar entrever una serie de debilidades cercanas al relato teen, que es claro encierran ecos y ascendencias de su escritora. La propia configuración de actores jóvenes y guapos nos retrotraigan al universo de TWLIGHT y sus numerosas secuelas… y para que vamos a engañarnos, sería fácil asumir dichas características para destrozar su conjunto. No seré yo quien lo haga, puesto que de principio a fin, THE HOST lleva impresa la marca de su realizador, prolongando ese discurso, temático y visual, apelando a un futuro cada vez más cercano de lo que podemos suponer, en el que el fantasma de la alienación colectiva pueda ir penetrando en el conjunto de la humanidad, por más que con él vaya aparejado el pensamiento único, la corrección a todos los niveles, y todo tipo de sentimientos e incluso comportamientos primitivos y violentos, sean derogados, llevando con ello la entraña que conforma –para lo mejor y lo peor-, la condición humana. En esta película podremos contemplar el comportamiento de esos invasores que se actúan de manera correcta, sin altibajos emocionales, vistiendo inmaculadamente de blanco, en una sociedad donde el límite de velocidad, la confianza y la sinceridad son moneda corriente. Un presunto mundo ideal, que desea ser colonizado de forma total, encontrando en Lacey un elemento de distorsión, empeñada de manera enconada en dicha tarea, y contrastando con su agresividad el entorno de compañeros caracterizados por su afabilidad –más adelante, en la conclusión del relato comprenderemos la razón de dicho comportamiento-. Es a partir de estas premisas, donde Niccol lanza sus habituales armas fílmicas, logrando extraer bellísimas composiciones en pantalla ancha. Composiciones y secuencias que alcanzarán un alto grado de belleza a partir de la llegada de nuestra protagonista –ayudada interiormente por Melanie- hasta un terreno agreste, desértico y rocoso, del cual el realizador ofrece una asombrosa impronta visual, al tiempo que describe con intensidad la agonía vivida por la joven al introducirse a pie en el abrasador desierto. Será el paso previo hasta el reencuentro con Jeb (William Hurt), líder del grupo de terráqueos resistentes, quien logrará contener la ira de los jóvenes que le acompañan, dispuestos a matar a Wanderer –sin saber en ningún momento que en su interior está inmersa el alma de Melanie-. Por una extraña intuición, este entablará con la supuesta alienígena una relación de confianza, llevándola a conocer el recinto en el que se encuentran refugiados todos ellos, en el interior de una gran masa rocosa. Serán pasajes dominados por un casi estremecedor esplendor visual, en los que podemos encontrar incluso ecos de la lejana GATTACA, y que apelan a la capacidad de supervivencia de la condición humana, por más que esta se encuentre casi totalmente diezmada. Lo manifestará ese campo de trigo inmerso en el interior de la montaña, alimentado por la luz solar que proporcionan centenares de espejos estratégicamente situados, poniendo bien a las claras la fuerza del ingenio humano, y con la vigilancia bien presente de retirarlos de forma manual cuando algún avistamiento aéreo de los invasores pueda contemplarlos.

Todo este amplio capítulo descriptivo resulta brillante, como en buena medida lo articulan la confrontación de personajes, incluso esos dos jóvenes que entre sí se disputan el amor de una protagonista que conserva una dualidad en su exterior y lo que comporta su alma. Se puede reconocer, llegados a este punto, que dicho tratamiento no observe la hondura que permitía o, sobre todo, que en determinados instantes, los encontronazos entre las dos personalidades que se encierran en el mismo cuerpo llegan a resultar irritantes. Sin embargo, por fortuna nos alejamos de manera notoria de la blandurronería de la ya citada TWLIGHT, mientras que en el fondo se destila en la parte final del relato –por debajo de ese impostado final feliz-, una visión existencial en la que, más allá de la prolongación temporal de la vida del alma, subsiste sotto vocce una mirada temporal sobre la supervivencia del alma.

Prosiguiendo en una mirada tan fría como cercana de lo que puede ofrecer su visión personal del futuro de la humanidad, combinando dichas inquietudes con un sentido muy personal –y hoy día poco reconocido- de la puesta en escena, capaz como pocos de plasmar la alienación de una posible sociedad futura basada en el choque perfecto con los defectos de nuestra condición como seres humanos. Que lo plasme integrándose en los parámetros de la corriente destinada al público juvenil, sin duda ha sido el motivo para ese rechazo casi generalizado. No seré yo quien comparta tal aseveración, reconociendo pese a sus límites, la vigencia de las constantes que siguen permitiéndome conceder a Andrew Niccol, como una de las escasas esperanzas del cine de ciencia-ficción de los últimos años.

Calificación: 3

0 comentarios