200 CIGARETTES (1999, Risa Bramon Garcia) 200 cigarrillos
En el background de todo aficionado, hay títulos que por circunstancias especiales conforman, más allá de su intrínseca valía, elementos que lo integran en un hipotético eje de referencia. En mi experiencia personal, 200 CIGARETTES (200 cigarrillos, 1999. Risa Bramon García) es uno de ellos. Y lo es por permitirme, allá por el otoño de 1999, descubrir al entonces joven Paul Rudd, hoy convertido en un icono de la comedia norteamericana, y en aquel entonces iniciando una carrera que me ha llevado a considerarlo más que un intérprete admirable, un auténtico cómplice de la pantalla. Habiendo pasado ya casi quince años desde el momento de su estreno, la composición de su personaje de Kevin, los matices que aporta en el retrato de ese joven pintor neurótico y sometido a depresión por el abandono de su novia y los escarceos que mantiene con una joven de mentalidad abierta (Courtney Love), y que en el fondo se encuentra enamorada de él, se mantiene como uno de los grandes aciertos de esta cinta. Una película, que supuso el debut tras la cámara de una de las más reputadas directoras de casting de Estados Unidos, y que se saldó con un considerable fracaso de público –la confluencia de numerosas jóvenes estrellas en pequeños roles posibilitó un coste de apenas seis millones de dólares, que fue apenas recuperado con una taquilla que rebasó ligeramente el mismo- y s, obre todo, de crítica en USA. A este respecto, el reputado y desaparecido Roger Ebert –artífice por otra parte del guión de títulos tan lamentables como MYRA BECRINRIDGE (1970, Michael Sarne)-, incluyó la película en un libro que editó dedicado a las peores películas de la historia.
De manera harto curiosa, y aún sin poder decir que su éxito pasara de ser mediano, 200 CIGARETTES fue recibida con agrado en nuestro país, destacando la frescura que ofrece esa propuesta coral centrada en los preámbulos de la nochevieja de 1981, en una New York inserta en plena “Era Reagan”, erigiéndose dicho marco urbano casi como un oasis de cara al comportamiento y la expresión existencial de un grupo de seres, que de manera clara permanecían al margen de los cánones que iban a regir la sociedad norteamericana de aquellos años. El film de García está poblado de punkies, artistas alternativos, jóvenes abiertos a la práctica sexual, que contrastarán con algunos de ellos, representativos de esa ola conservadora ya existente –es el caso del rol encarnado por Ben Affleck, que nunca ha estado más fiel a si mismo en la idiotez que define su imagen de estúpido barman-. Toda una fauna en definitiva tan creíble y divertida por momentos, que permitió a la realizadora establecer una propuesta coral, festiva y entrelazada, en la que todos estos personajes estarán destinados a protagonizar una serie de vivencias que les llevarán a una fiesta de fin de año organizada por Monica (Martha Plimpton), que comprobará con desesperación como pese al paso de las horas, no acuden los invitados que tiene previstos. A partir de ese punto de partida –que no será el del film, ya que este se iniciará con la subtrama protagonizada por Paul Rudd y Courtney Love-, Risa Bramon Garcia va estructurando esta propuesta indie en la que destaca de manera poderosa la autenticidad y la mismo tiempo la estilización y atractivo visual de su impronta, en el que tendrá un elemento de preferencia la espléndida y atrevida fotografía en color de Frank Prinzi. A través del cromatismo casi deudor del cómic que transmiten sus fotogramas, se insertarán una serie de pequeñas historias entrelazadas, que he de reconocer que se mantienen en lo divertido de su alcance –jamás entenderé el rechazo que la película vivió en su país de origen-, y que realzan la base argumental originaria de Shana Larsen, merced a un brillante uso del montaje, la acertadísima elección de intérpretes -¿Cabía esperar otra cosa, viniendo de la mano de una experta en la materia?- y la diversidad de caracteres que se ligan en apariencia arbitraria. Poco a poco, ayudado además de una espléndida selección musical que envuelve de manera admirable su resultado, 200 CIGARETTES va despojándose de sus elementos más accesorios, dejando entrever la esencia de unos personajes que de manera paulatina se nos revelan en su intimidad, formulando una singular y posmoderna ronde de jóvenes que, de manera insospechada, han buscado el marco de la celebración de ese fin de año –en donde todos han de divertirse por obligación-, para establecer un punto y parte en el devenir de sus vidas, sobre todo en su aspecto sentimental.
Así pues, viviendo constantes situaciones divertidas, atendiendo de manera decidida por una ambientación tan acentuada como creíble, y con la apuesta por unos intérpretes que en todo momento se revelan creíbles e incluso brillantes –atención a la sensibilidad con la que descubrimos a un jovencísimo Cassey Affleck, o la divertida presencia del músico Elvis Costello en un cameo-. La suma de estos factores conformarán en su conjunto una de las más brillantes, originales y subestimadas comedias norteamericanas de la segunda mitad de la década de los noventa, que culminará con unas ingeniosas aportaciones de guión. La anfitriona de la célebre fiesta verá culminado el deseo de que su convocatoria sea multitudinaria, pero al encontrarse durmiendo no podrá disfrutar del éxito de la misma. Del mismo modo, el espectador no asistirá a la celebración que ha sido el leiv motiv de la película, ya que una ingeniosa elipsis nos trasladará al despertar de Mónica, que escuchará de manos de una de las asistentes todo lo acontecido en la celebración. Una serie de hilarantes conclusiones de todos los personajes con los que nos hemos familiarizado a lo largo del film, y el relato acompañado de impagables fotografías de diversos aspectos de la fiesta, comentados por el conductor negro del taxi (un brillante Dave Chappelle) que irá apareciendo en numerosos instantes del metraje, concluirá con la manifestación de este, señalando que en realidad todos ellos buscaban un poco de amor.
Entrañable reflexión para los comportamientos de unos seres con los que iremos empatizando a lo largo del metraje –cierto es que la directora presta más atención a unos que a otros-, conformando una comedia coral de alcance vitalista, que se ofrece además como una de las escasas producciones que se centra en la celebración de la nochevieja –cierto es que hace pocos años, se estrenara la producción dirigida por Garry Marshall NEW YEAR’S EVE (Noche de fin de año, 2011), también de estructura coral aunque de alcance más convencional, sin que ello le limite su cierto grado de encanto-.
Calificación: 3’5
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