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CINEMA DE PERRA GORDA

MOMENT TO MOMENT (1965, Mervyn LeRoy) Momento a momento

MOMENT TO MOMENT (1965, Mervyn LeRoy) Momento a momento

No deja de resultar lógico que en el momento de su estreno, MOMENT TO MOMENT (Momento a momento, 1965) resultara un fracaso. En medio de unas corrientes cinematográficas que su director -Mervyn LeRoy- quiso imitar en la que sería su última obra, nos encontramos con una extrañeza a la que era más fácil proporcionar un portazo, que intentar apreciar pese a sus considerables deficiencias. No obstante, el paso de varias décadas a sus espaldas, unido al hecho de que la misma se haya vuelto casi invisible, le ha proporcionado un extraño culto para aquellos -que los hubo- que en su momento -nunca mejor dicho- quedaron presas de cierto hechizo ante esta hoy día irregular, por momentos anacrónica y, en otros, cautivadora combinación de melodrama y film de intriga, destinado ante todo a la entronización de la emergente Jean Seberg, como figura que pudiera competir dentro del drama de la época -no olvidemos su reciente encarnación del rol protagonista en la excelente LILITH (1964 Robert Rossen). Es decir, el film de LeRoy se plantea como una especie de puente en el género entre una versión actualizada de Lana Turner y una competidores de Audrey Hepburn. De entrada, lo cierto es que la actriz consigue superar con nota dicha prueba, erigiéndose con el suficiente carisma, elegancia -es vestida en la película por Yves Saint-Laurent- y fuerza dramática, a la hora de encarnar el protagonismo de esta historia urdida por Alec Coppel, y transformada en guión por él mismo junto al veterano John Lee Mahin.

MOMENT TO MOMENT se inicia dentro de una tormenta en una localidad de la costa azul francesa. Allí Kay Stanton (Jean Seberg), reclama ayuda desesperada a su amiga Daphne (Honor Blackman), describiéndole la presencia de un cadáver que se encuentra en su cocina, tras el disparo efectuado. La tremenda situación, escuchada tras los subuyugantes títulos de crédito -imitando el estilo del gran Maurice Binder-, y el sonido del bellísimo tema musical de Henry Mancini, nos traslada a un flashback que remonta la situación a a penas diez días atrás. Kay es la esposa de un prestigioso psiquiatra. Tiene un hijo y se encuentra en una acomodada situación. Sin embargo, la constate ausencia de este la mantiene en contante frustración, encontrando un día a un joven pintando junto a la costa. Se trata de Marc Dominic (el insípido Sean Garrison, pobre remedio en rubio de John Gavin), mecánico de un barco norteamericano que se encuentra varado en costa. Muy pronto se establecerá una corriente de simpatía entre ambos, aunque Key se muestre renuente al  más mínimo recelo ante su esposo. Sin embargo, la constante ausencia de este y la amabilidad de Marc facilitará una serie de encuentros, que en un momento dado, propiciará la infidelidad, que instantes después esta rechazará, provocando un inesperado rechazo por parte del marine, quien estallará en una hasta entonces oculta furia, culminando la situación el asesinato involuntario de este por parte de nuestra protgaonista.

La acción volverá a la situación de partida, brindándose una elipsis que nos llevará a cuatro días después del crimen. Será el instante en el que Kay comenzará a recibir las visitas de la investigación policial, encabezada por el inspector DeFargo (Grégoire Aslan), al tiempo que aparecerá el retorno de su esposo -Neil Stanton (Arthur Hill)-. Será el comienzo de un infierno para la joven, pensando en primer lugar de manera hipócrita y burguesa en la salvaguarda de su estabilidad familiar, y comprobando junto a su amiga como se van acercando los indicios para poder incriminarla. Sin embargo, todo ello cambiará por completo de perfil, cuando de manera inesperada aparezca junto a la policía y su propio esposo, el propio Marc ataviado con uniforme. El impacto inicial quedará diluido cuando compruebe que este no murió, sino que fue encontrado herido, padeciendo como consecuencia un schock de amnesia temporal desde el propio instante en que llegó a puerto, del cual lo está tratando Neil.

Ni que decir tiene que nos encontramos ante un planteamiento argumental revestido de artificio, que sería muy fácil desmontar. Es curioso como Tavernier y Coursodon, en su rememoranza del recorrido de la obra de este irregular y, por lo general, pesado cineasta, destrozaban la película, arguyendo a lo torpe de sus transparencias -es algo que se podría trasladar al cine de Alfred Hitchcock y otros cineastas con mayor pertinencia-. Es más, la irrupción del elemento de intriga aparece con rudeza en la película -ese molesto zoom de acercamiento hacia Marc cuando Kay lo contempla en su casa tras suponerlo muerto de sus disparos-. Sin embargo, y con todas sus insuficiencias, que no me voy a molestar en ocultar, no dejo de reconocer que MOMENT TO MOMENT me parece una simpática y por momentos intensa combinación de recetas clásicas del melodrama, insertas dentro de un contexto dominado entonces por cineastas como Blake Edwards, Stanley Donen o Richard Quine. En definitiva, el film de LeRoy se apresta como una llamada al disfrute de esos instantes de felicidad que la vida nos puede proporcionar por encima de cualquier convención o acomodamiento. Podríamos decir incluso -y sus pasajes finales así lo ratifican-, que esa búsqueda del disfrute de lo placentero, por muy evanescente que ello pudiera parecer, parece flotar por medio de estos cromáticos fotogramas bellamente iluminados por la experta cámara de Harry Stradilng.

Uno por momentos, en ese tercio inicial del relato, parece tener la sensación que ese recorrido por la costa francesa de Kay y su amigo americano, punteados por el inigualable sonido de la melodía de Mancini, aparecen casi como base, por así decirlo, de convencionalismos románticos, con los que Stanley Donen elaboró su obra cumbre, la excepcional TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1965). Hay un elegante uso del crescendo dramático, hasta llegar al frgamento más bello del relato, la secuencia desarrollada en la terraza del restaurante donde Kay y Marc bailarán al compás del tema principal, apelando ella el disfrute de la fugacidad de la felicidad. Será el instante en el que se nos muestre el vuelo de gaviotas ante un mirador, destacando dos de ellas en compás enamorado, y fundiéndose sobre el fuego de una chimenea... Será el inicio de lo no deseado para ella, mostrado en una atractiva metáfora visual.

Y es una vez llegado el fragmento de intriga, cuando el film de LeRoy hay que mirarlo con tanta condescendencia, como si fuera una versión seria de las numerosas combinaciones entre comedia y policiaco, que el cine brindó en aquellos años. Desde CHARADE (Charada, 1963. Stanley Donen), PARIS WHEN IS-SIZZLES (Encuentro en Paris, 1964. Richard Quine) o la previa THE NOTORIUS LANDLADY (La misteriosa dama de negro, 1962, también de Quine). La diferencia estriba en que aquí la encontramos dentro de un drama químicamente puro, en el cual la presencia de Grégoire Aslan chirría de manera notable. No obstante, incluso asumiendo dicha circunstancia, lo cierto es dentro de dicho margen de extravagancia, MOMENT TO MOMENT no carece de interés, por más que sus costuras de suspenses aparezcan con escasa funcionalidad. La abrupta reaparición de Marc, y el hecho de que su esposo practique con él ejercicios mentales para que intente recuperar la memoria -al margen de que Arthur Hill era un intérprete muy adecuado para encarnar registros ambivalentes-, permiten al espectador tener la sensación de un doble juego, o incluso el hecho del que el propio Marc “se acuerda de más” de lo que aparenta recordar.

Es en dicha dualidad, donde los minutos finales del film de LeRoy vuelven a adquirir esa melancolía que habíamos hasta cierto punto disfrutado en su tercio inicial. El romanticismo perdido de aquella aventura pasajera que terminó mal, pero no tanto como ninguno de los dos fugaces amantes desearon, concluirá con una breve pero auténtica representación por parte de los principales actores del relato -Kay, Marc, Neil y el propio DeFargo-, que dará pie a que todos ellos puedan recuperar una normalidad deseada.

Tan caduca en apariencia como en ciertos momentos fascinante, cuidada en determinados momentos por el gusto en el detalle -ese juego que adquirirá Marc que tanta importancia tendrá en la conclusión del relato-, MOMENT TO MOMENT -auspiciada por una Universal que en aquellos años aún intentaba casi de manera desesperada mantener su hegemonía dentro del melodrama, y al que propuso títulos mucho menos valiosos como BACK STREET (La calle de atrás, 1961. David Miller) o MADAME X (La mujer X, 19666, David Lowell Rich), es un producto sin duda irregular y de atractivo limitado. Pero aparece, casi medio siglo después de ser realizado, como un curioso islote dentro del género, que al menos debería ser recuperado para comprobar la relativa vigencia de unas fórmulas que hoy día quedaron en el recuerdo. En definitiva, un anacronismo con cierta fuerza en sus entrañas fílmicas.

Calificación: 2

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