I ORIGINS (2014, Mike Cahill) Orígenes
Título de culto ya para no pocos espectadores –triunfador en el último Festival de Sitges-, denostado por otros por su querencia con elementos visuales indies o aspectos metafísicos ligados a la new age, lo cierto es que si he de tomar partido, me inclino de manera decidida por el primer enunciado. Y es que sin haber contemplado el título que le brindó su debut en el largometraje –ANOTHER EARTH (Otra tierra, 2011)-, lo cierto es que resulta innegable encontrar en I ORIGINS (Orígemes, 2014. Mike Cahill), una mirada hasta cierto punto personal en el género. Una mirada que relata una historia que puede que hayamos visto otras veces en el cine –no creo descubrir nada si evoco las concomitancias existentes entre esta película y AUDREY ROSE (Las dos vidas de Audrey Rose, 1977. Robert Wise). Sin embargo, y pese a ciertos momentos en los que se aprecia una narrativa en exceso desmañada –aunque en todo momento se intentó conformar con su anuencia un aspecto visual homogéneo-, nos encontramos ante una muestra atractiva, dominada por una impecable progresión en su trazado. Combinando en sus imágenes elementos del thriller, el drama romántico, el misterio y la divulgación científica, Mike Cahill logra articular una película que, si por algo destaca poderosamente, es por su mirada en voz callada en torno a una serie de temas, que le hubieran permitido demarrar por una peligrosa pendiente de debilidades. Por el contrario, su director y guionista logra salir airoso de tan compleja premisa, abordando una historia que llega a envolver y, en sus mejores instantes, conmover, al margen de ofrecer secuencias que rozan lo sorprendente.
Ian Gray (un admirable Michael Pitt, también coproductor del relato, ofreciendo un trabajo de extraordinaria sutileza) es un joven biólogo. Caracterizado por su carácter introvertido, se encuentra entregado en la investigación sobre el logro de la demostración del origen último de la vida, prescindiendo de ella cualquier atisbo creacionista o religioso, y centrado en la importancia que tiene el eje de la individualidad que ofrece cada ojo humano. En sus investigaciones le ayudará Karen (Brit Mailing), quien de forma muy sutil percibimos se siente atraída por él, y manifiesta esa entrega sirviéndole de soporte, e incluso proponiéndole nuevos paradigmas a la hora de confirmar sus teorías. Un día, Ian conocerá a través de la catalogación de unos ojos que ha fotografiado de una joven que va disfrazada en una fiesta, a un ser que le fascinará, y que descubrirá en un anuncio publicitario. Lo hará en una secuencia admirable –habrá otros ejemplos en dicho sentido a lo largo del relato-, en donde mediante los elementos visuales impresos –el boleto de lotería adquirido con unas cifras que introducen ese rasgo de extrañeza-, transmitirá una sensación de tiempo detenido –algo muy difícil de plasmar ante la pantalla-. La situación servirá como detonante para que el joven biólogo localice de nuevo a Sifi (la misteriosa Astrid Bergés-Frisbey), extendiéndose de manera muy rápida una pasión entre ambos, en la que de manera sutil se marcará la diferentes mirada de ambos en torno a una visión metafísica de la existencia –racional por parte de Ian, abierta a la espiritualidad en el caso de la muchacha-. Lo que durante sus siguientes minutos se planteará con atisbos de comedia dramática en modo muy sui géneris, incluso introduciendo en dicho fragmento los aspectos más cuestionables del film –ciertos aspectos de la descuidada planificación del mismo-, culminarán con una secuencia noqueante y de extraordinario dramatismo, descrita con un extraña sensación de dolor irreductible –la ausencia de sonido en el grito desgarrador de Gray-. La desaparición de Sofi le abrirá a este el acercamiento a la siempre resignada Karen, expresando de manera elíptica su boda con ella, y haciendo transcurrir la narración durante varios años. En ese periodo, se sucederán aspectos inquietantes llegado el nacimiento del hijo de ambos, a través del cual se observará una extraña subtrama en la que se adviertan detalles que hagan pensar a Ian que su pequeño es el fruto de una posible reencarnación de un hombre residente en una localidad rural de Ohio. Sin embargo, lo que turbará las creencias racionales de un biólogo que ha logrado una teoría capaz de explicar el origen de la vida sin recurrir a tesis trascendentes, es la casual presencia de un indicio, que indica por las huellas oculares, que existe en la India un ser que mantiene la misma seña identificativa que la desaparecida Sofi.
Cuestionando aquellas voces que han ninguneando los valores de esta magnífica propuesta, en base a sus rasgos metafísicos -¿Cuestionarán también THE SIXT SENSE (El sexto sentido, 1999. M. Night Shyamalan), o NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. de Tourneur)?-, lo cierto es que Mike Cahill sabe introducir esa oposición de visiones de la existencia de una manera muy sutil, dejando siempre en el aire un aura de sugerencia. Incluso en la plasmación de su final –magnífico-, y aunque a primera instancia pueda formularse como una clara apuesta por la presencia de un mundo espiritual, este quedará siempre dentro de una cierta aura de ambigüedad –la presencia de unas pruebas que no dan el resultado esperado-. En dicho recorrido, importa más lo que pueda aparecer como sentimiento amoroso la presencia de la pequeña Salamina, de poderosos ojos azules, como aspecto inquietante, en esa secuencia ubicada tras los títulos de crédito, que explica las investigaciones de esa doctora que apareció en la búsqueda del pequeño de los Gray. La inclusión de una sorprendente secuencia de alcance necrofílico, en la que Ian se encuentra a punto de la masturbación, al contemplar de manera no buscada antiguas fotos de Sofi, evocando aquel pasado que creía mantener encerrado. La manera con la que se expone la relación abierta entre la joven pareja formada por el biólogo y su esposa. Todo ello conforma un conjunto que de manera creciente administra un aura de densidad aunque siempre, sin olvidar esa mirada discreta y callada, envuelta en la sugerencia, que permite que I ORIGINS se erija en una propuesta con suficiente personalidad, para quedar definida entre las más atractivas mixturas de género presentes en las pantallas durante los últimos años.
Envuelta de entrada por una narrativa cercana al ámbito del cine independiente, el film de Cahill sabe ante todo orillarse por los meandros de la sugerencia y lo intuido, insertándose en sus instantes más perdurables, en ese ámbito intermedio, en una manera de mostrar lo que quizá podría establecerse como un contexto trascendente, o a través de una mirada más cercana, un marco en el que la exacerbación de sentimientos puedan inducir a situaciones de extraño dramatismo, como ejemplificará el encuentro del protagonista con Salamina, en medio del enjambre humano y la miseria existente en la gran urbe hindú.
Calificación: 3’5
0 comentarios