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CINEMA DE PERRA GORDA

APARTMENT ZERO (1988, Martin Donovan)

APARTMENT ZERO (1988, Martin Donovan)

No deja de sorprenderme que una propuesta tan atractiva y, por momentos hipnótica, como APARTMENT ZERO (1988, Martin Donovan) –director argentino que no se ha de confundir con el conocido actor-, no haya generado con el paso del tiempo su merecido reconocimiento. Recuerdo el impacto que me proporcionó la primera vez que contemplé sus imágenes, y certifico que ese magnetismo que emana de sus imágenes, prevalece en posteriores visionados. Y es que nos encontramos con un extraño thriller psicológico que funciona a tantos niveles como eferencias asumen sus enunciados. En la propuesta de Donovan –que contó con el valioso aporte de David Koepp en calidad de coguionista y coproductor por el propio realizador-, aparece un conglomerado de matices y capas dramáticas que, contra lo que podría señalarse a primera instancia, casi siempre enriquecen y apenas enturbian su conjunto.

APARTMENT ZERO se desarrolla en el Buenos Aires de los primeros compases tras la dictadura argentina, en la primera mitad de los ochenta. En una vivienda residencial vive el atildado Adrian LeDuc (Colin Firth), propietario de una sala cinematográfica dedicada a las retrospectivas clásicas, en las que sublima su mitomanía, pese a la paupérrima audiencia que registra de espectadores, y que ratificará su apartamento rodeado de retratos de estrellas enmarcados –en las que tendrá un especial predicamento la figura de Montgomery Clift-. El ingreso de su madre en un sanatorio mental, aquejada de Alhzeimer, provocará en este una especial inestabilidad emocional, dado que se trata de un joven introvertido y esquivo, a la hora de relacionarse con su entorno. Detesta a sus convecinos, en los que se encuentran personajes que comparten su habla en inglés, representando en ello una visión elitista y al mismo tiempo cosmopolita de la capital argentina. La triste situación descolocará a Adrian, dominado por un claro complejo de Edipo hacia su progenitora, teniendo al mismo tiempo que obtener fondos para cubrir las necesidades que se le avecinan. Para ello, y pese a sus recelos, pondrá en alquiler una habitación del apartamento, que visitarán una serie de estrafalarios postulantes –la selección es tan breve, como contundente y divertida, avalando las tesis aislacionistas del dueño de la vivienda-. Sin embargo, y cuando ya parecía imposible encontrar un inquilino adecuado, aparecerá Jack (Hart Bochner). Se trata de un joven de irresistible atractivo, que la cámara de Donovan, siempre desde la mirada de LeDuc, encuadrará junto a un retrato de James Dean, apareciendo el recién legado con camiseta y chaqueta de cuero, como el mítico intérprete de REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955. Nicholas Ray). Muy pronto Adrian quedará impresionado por el aura que desprende Jack, en teoría empleado en una firma informática, pero en realidad un peligroso asesino que en el pasado fue reclutado para formar parte de los escuadrones de la muerte de la dictadura de Videla, y que camufla au auténtica personalidad. El magnetismo de Jack no solo romperá y transformará la huidiza personalidad de su casero y muy pronto amigo. De inmediato este se mostrará solicito, lavándole la colada y proporcionándole los desayunos, al tiempo que exteriorizando con él su pasión cinéfila por medio de constantes juegos. Pero las aptitudes psicológicas del recién llegado se revelarán intrínsecamente poderosas. Su magnetismo y amabilidad conquistará literalmente a esos vecinos tan molestos para Adrian, atrayendo a hombres y mujeres, jóvenes y mayores, con el uso de una capacidad de persuasión, que tendrá como sorprendente metáfora en la secuencia donde rescata a un gato que se ha elevado en el hall del edificio, y cuya mirada magnética será superada por la del propio Jack.

APARTMENT ZERO funciona, como señalaba anteriormente, a diferentes niveles. Estoy incluso dispuesto a afirmar que lo hace a otros que quizá se nos escapen en un primer visionado. De entrada, Donovan recrea con fuerza y un alcance tan mundano como sombrío, esa sociedad urbana bonaerense, en donde aún se registran ecos del siniestro periodo de Videla, o la aventura de las islas Malvinas –impagable la secuencia en la que un taxista increpa a Adrian, insultándole en su condición británica, al mencionar las islas-. Esa misma circunstancia de centrar la acción en un inglés que en realidad es argentino de nacimiento, renunciando a la ligazón con su tierra, nos permite percibir una mirada revestida de ironía en torno a esas élites de raíz europea, existentes en la capital argentina. El elemento cinéfilo se integra en el relato –aunque, justo es reconocerlo, aparezca como el menos importante de su conjunto, sin que se abuse de esa querencia por la cinefilia clásica-, permitiendo una extraña y perturbadora conclusión de la misma, en donde LeDuc renuncie a su fascinación por el pasado del cine, a insertarse en un ámbito del que hasta entonces había prescindido por completo. Ni que decir tiene, que nos encontramos ante un relato que no obvia las posibilidades inherentes, para describir una mirada sobre los horrores desarrollados en dicho país, con directa intervención norteamericana.

Sin embargo, lo que bajo mi punto de vista proporciona a APARTMENT ZERO su grado más hondo de interés, es la manera con la que se establece la extraña y progresivamente dependiente relación existente entre sus dos roles protagonistas. Y es que, poco a poco, y aunque a primera instancia Adrian le parezca un paliza –sus miradas lo delatan-, se establezca una extraña dependencia por parte de Jack Martin, hacia alguien con quien a primera instancia nada le une. Están muy cercanos los ecos del cine de Polanski y su LE LOCATAIRE (El quimérico inquilino, 1976), el Joseph Losey de THE SERVANT (El sirviente, 1963), el Hitchcok de PSYCHO (Psicosis, 1960), e incluso, en sus instantes más intensos, el Ingmar Bergamn de PERSONA (Persona, 1966). El cúmulo de referencias que presenta la propuesta de Martin Donovan es sin duda numeroso pero, contra cualquier previsión previa, las mismas no impiden que su resultado adquiera personalidad propia. Y lo hace sobre todo en la capacidad que alberga en definir la extraña, mórbida y enfermiza relación descrita entre dos seres antitéticos, que de manera inexplicable poco a poco van asumiendo una interdependencia, que se hará manifiesta en una oscura y densa secuencia, desarrollada en el interior del apartamento, en penumbra, cuando ya se ha establecido entre ambos esa mórbida química, en la que Jack y Adrian se confiesan con una planificación en la que solo se ve un ojo de cada uno de ellos, diciendo el primero “Seré lo que tu quieres que sea”. Fascinante descenso a los infiernos de la psique humana, en lo que se podría intuir una homosexualidad reprimida por parte de LeDuc, pero que incluso permite en el trazado psicológico de este encantador asesino, una asombrosa gama de matices. Su necesidad de agradar, utilizando para ello el beneficio que le proporciona su apariencia y características. La vulnerabilidad que demostrará en su encuentro con la policía en el aeropuerto. Su capacidad para escuchar, para brindar cálidas carcajadas, la nada oculta facilidad que demuestra para seducir a mujeres y hombres –el crimen que comete con un atractivo gay, descrito con un terrible uso de la elipsis-. Hay en su mundo interior la debilidad de la bestia. El lado humano de un ser depravado, al que quizá su joven adscripción dentro de su adiestramiento para incorporarse dentro de los comandos de la muerte, han creado un asesino tan frío como un ser traumatizado. Admirable trazado psicológico, que discurrirá con una progresiva apuesta por la densidad, que permitirá fragmentos tan sinuosos, como el aparece tras el retorno de Adrian, descubriendo la monstruosa personalidad de Jack, aunque cayendo seducido ante la confesión en sus sentimientos que este le brinda, sean sinceros o fruto de su incansable capacidad para la seducción. Justo es reconocer que Donovan contó para transmitir esa compleja relación de dependencia, con uno de los castings más arriesgados y felices de su tiempo.

Y es que, cuando el paso de los años nos ha permitido descubrir el renovado talento de Colin Firth, pocos años antes emergido desde el cine de las islas, lo cierto es que la gran sorpresa, el rol inolvidable que aparece en APARTMENT ZERO, proviene de manera insospechada en la entrega, la simbiosis y el magnetismo, que brinda plano a plano el joven Hart Bochner, en el que sin duda aparece como el único rol memorable, de una andadura cinematográfica poco distinguida. Su capacidad para ofrecer una voz susurrante, la gradación de su mirada, su capacidad para dominar en todo momento su gradación en su capacidad de seducción, de sonreír, de jugar con aquel que tenga enfrente, brindan una performance asombrosa, hasta el punto de que su presencia se eche de menos, en aquellos pasajes en los que aparece ausente del fotograma –algo que se aprovecha muy bien en el argumento; el retorno de Jack cuando los vecinos han linchado literalmente a Adrian-. El cine ofrece paradojas como la que brinda esta espléndida película, que no oculta una serie de deudas fílmicas previas, sin que por ello se reduzca su capacidad de perversa fascinación. Tan solo algunas debilidades visuales –que por otro lado complementan su conjunto- o ciertas concesiones localistas, aparecen en el debe de una propuesta mórbida y fascinante, que debe ocupar un lugar destacado, en el conjunto del thriller psicológico producido en la década de los ochenta.

Calificación: 3’5

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