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CINEMA DE PERRA GORDA

THE ETERNAL SEA (1955, John H. Auer) Mar eterno

THE ETERNAL SEA (1955, John H. Auer) Mar eterno

Inserta a primera instancia dentro de ese molesto conjunto de producción, centrada en la hagiografía de las supuestas virtudes del sentimiento bélico, THE ETERNAL SEA (Mar eterno, 1955) podría suponer un primer punto de partida para intentar escarbar en la personalidad de uno de los más extraños hombres de cine emigrados a USA desde Europa; el húngaro John H. Auer (1906 – 1975). Largamente vinculado con la Republic –es decir, confinado a películas de clara adscripción a la Serie B-, su filmografía se extiende en unos cuarenta títulos, de los que apenas se encuentran exponentes conocidos. De hecho, hasta la fecha mi única referencia suya era el bélico antinazi GANGWAY FOR TOMORROW (1943), realizado para la RKO, en el que se apreciaban no pocas singularidades en su puesta en escena. Y es algo que aparece de nuevo, en una propuesta enclavada en ese contexto de producción ligada a la exaltación bélica y al biopic, como sucedería con la posterior BATTLE HYMM (Himno de batalla, 1957), uno de los títulos más cuestionados de Douglas Sirk. Obras que en ambos casos, y por encima de sus servilismos, saben emerger de las convenciones en las que están insertas, y que en el título que comentamos nos ofrece un atractivo sendero, a partir del recorrido sobre la figura del militar del marino estadounidense, John Madison Hoskins (Sterling Hayden). Una figura que conoció un notorio prestigio en su ámbito operativo, y que en el film de Auer es trasladado en imágenes, a través de su declarada ambición por desplegar su entrega en el mando de la marina estadounidense, desde la propia II Guerra Mundial, hasta que el país se adentre en la Guerra de Corea.

Aguas un tanto peligrosas a la hora de establecer una supuesta exaltación de las virtudes del mando militar, pero que el director sabe desplazar hasta una segunda película que, agazapada, describe con meridiana claridad, la historia de un hombre obsesionado por realizarse a través de su servicio en el mar, sin que la vida familiar, ni incluso haber sufrido la amputación de un pie, logren diluir su casi único deseo vital. Es algo que la película destacairá desde su secuencia de apertura, en la que una planificación muy definida y la anuencia del magnífico operador de fotografía John L. Russell, nos traslada a la inesperada llegada de Hoskins a su hogar, tras dos años de servicio bélico, en medio de la noche, y provocando la alarma de su esposa Sue (Alexis Smith) y dos hijos. La secuencia aparece dominada en el ámbito de un relato de suspense, pero sin duda está inserta de forma deliberada para definir la figura del protagonista, como un auténtico desconocido para su familia –especialmente a sus hijos, a los que casi no conoce-. Será sin duda una llamada para poder adentrarse en el recorrido vital de un hombre obsesionado por esa forma de realización personal, hasta extremos insospechados, para lo cual contará con la ayuda entregada de una esposa, que al mismo tiempo sabrá apoyarlo, pero en su fuero interno no dejará de asumir una circunstancia por ella no deseada. También contará con el apoyo de su superior y amigo Thomas Semple (magnífico Dean Jagger), secreto admirador en el fondo de su tozudez, y que indirectamente le aportará ciertos subterfugios que permitirán mantener sus deseos, incluso en las circunstancias más desalentadoras –su conocimiento del reglamento militar será un arma que trasladará sutilmente a este-.

Así pues, el atractivo de THE ETERNAL SEA reside ante todo en la casi constante búsqueda por parte de Auer, a la hora de plasmar el recorrido de esa búsqueda de Hoskins de su anhelo existencial, que por momentos –el episodio desarrollado en la tormenta en el océano, ya con su pierna ortopédica-, nos lo convierte en una versión contemporánea del capitán Achab melviliano. Ese extraño equilibrio, logrado en el aparente respeto a las convenciones del subgénero, en la sinceridad con la que se plasma su drama familiar, tendrá su exponente más valioso en aquellas secuencias en las que el autentico delirio personal del protagonista, adquirirá un especial protagonista, y al que la rocosa performance de Sterling Hayden, contribuirá no poco a matizar.

Me refiero con ello a episodios tan ásperos de contemplar, como el encuentro de este con el joven y traumatizado teniente Johnson, que regresa mutilado del brazo, al que Hoskins animará mostrándole el ejemplo del almirante Nelson. En las ansias casi rayanas en la obsesión, en la que ubicará la cama de su habitación de hospital, junto a los astilleros en donde se confecciona el portaviones que desea encabezar. La propia, sobria y emotiva secuencia en la que públicamente se le otorga el mando de la misma. Sin embargo, no habrá fragmento más arriesgado, delirante hasta casi rozar el ridículo, que aquel desarrollado en terreno estadounidense en Asia, tras su triunfo en la dirección de un combate, donde se reencontrará con su esposa. Unos ataques han diezmado los voluntarios americanos, dirigiéndose el ya almirante al recinto donde se hacinan los heridos –uno de ellos, con el rostro totalmente vendado, recibirá un cigarro por parte de este-. Allí les pronunciará unas palabras de ánimo, siendo recriminado por un herido al que se ha amputado una pierna, levantando este su pernera para mostrarle su propia situación. Una secuencia rodada con tanta convicción y dramatismo, que logra elevarse del riesgo que podría sobrellevar, erigiéndose como la máxima demostración de un hombre entregado a un cometido que para él deviene esencial, y que finalmente le llevara, en la cima de su prestigio, a rechazar misiones entregadas por sus superiores, para dirigir sus esfuerzos posteriores en la ayuda por los mutilados de guerra. “Esta decisión le hará grande” le comentarán estos, saliendo este junto a su mujer, desconociendo esta su decisión final, aunque asumiendo el seguimiento de sus designios. La cámara descenderá de la puerta iluminada de manera casi sobrenatural, hasta encuadrar el suelo, donde se formará al volver la misma a su eje una forma de cruz. Arriesgada conclusión para un relato que con una mirada superficial podría ser despachado por sus ingenuidades, pero que en sus imágenes revela el talento y las búsquedas formales de un director al que convendría recuperar la pista.

Calificación: 2’5

1 comentario

Jorge Trejo Rayón -

Auer realizó en México la décima película sonora del cine mexicano: Su última canción.