KILL YOUR FRIENDS (2015, Owen Harris)
Hace algunos años que sostengo que en la figura del británico Nicholas Holt, se encuentra el auténtico heredero de la estela de Christian Bale, estando condenado a convertirse en una superestrella en un futuro próximo. Intérprete de elegante, sensible y al mismo tiempo inquietante presencia, como el citado Bale se inició en la pantalla desde niño, desarrollando Hoult una andadura similar, en la que se combina el aprovechamiento de su físico de galán en títulos mainstream caracterizados por su dignidad, con la búsqueda de una versatilidad en su registro, participando en arriesgadas propuestas, lindantes en ocasiones con el cine independiente. Es el sendero seguido por otros jóvenes intérpretes, una vez adquirido una facultad para ejercer como productores de títulos de ajustado presupuesto –este es el caso, en el que Hoult pone a prueba dicho crédito, para dar vida una propuesta que se circunscribe al absoluto protagonismo del actor-. Nada hay de malo en ello, cuando hablamos de un intérprete de su categoría –aún no reconocida-, teniendo en el rol de Steven Stelfox, la oportunidad de explotar a conciencia ese lado de beau ténébreux, tan intrínseco a su personalidad cinematográfica, y que tendría su equivalente en la trayectoria de Christian Bale, en el célebre Patrick Bateman que enriqueció su carrera en AMERICAN PSYCHO (Idem, 2000. Mary Harron)
Es innegable por tanto, que KILL YOUR FRIENDS (2015), debut en el largometraje del realizador televisivo Owen Harris, asume ecos del citado largometraje de Mary Harron, combinados con no pocos ecos del un tanto más lejano TRAINSPOTTING (Idem, 1996. Danny Boyle). De ambos títulos de referencia se asume ese tono de comedia negra, que quizá le ligue más con el film de Boyle, por más que su puesta en escena, asuma a partes iguales licencias visuales con un magnífico uso del formato panorámico. Todo ello, para recrear el contexto del mundo discográfico británico de la década de los noventa del pasado siglo, donde Steven se inserta, como responsable de nuevos talentos, dentro del ámbito de una firma musical, que encabeza el decadente homosexual Derek (Jim Piddokck)-. La realidad es que nuestro protagonista demuestra más su condición hedonista en un mundo dominado por el éxito y el aparente placer, antes que ejercer su verdadera profesión. Así pues, el modus operandi de Stelfox se reduce a la puesta en práctica de los turbios manejos de su arribismo profesional, para el cual no dudará en mentir, simular interés y, llegado el caso, practicar el crimen. En realidad, nos encontramos con una actualización de tantas comedias inglesas, que podríamos evocar en el recordado cine de la Ealing. Pero la misma se trasladará a un ámbito en el que su protagonista demuestra en todo momento ser un amoral desprovisto del más mínimo prejuicio, sin intuir que no se encuentra solo en esa jungla en la búsqueda del poder que da el dinero a través del éxito, por más que en el camino en ocasiones se encuentre la pepita de oro del auténtico talento en la música moderna.
A través de un recorrido, en el que la ironía y lo sórdido discurrirán a partes iguales, en ocasiones cayendo en ciertos excesos –sobre todo cuando se muestran los efectos de la droga-, KILL YOUR FRIENDS es un cruel, satírico y festivo recorrido por un mundo material y desprovisto de la más mínima ética, en el que la amistad y la lealtad se encontrará por completo dejada de lado –es algo que ratificará la fugaz y sorprendente conclusión, dispuesta por el joven ayudante de Steven, encarnado por Craig Roberts-, y en el que un aparente colegueo podrá concluir con un macabro crimen que sorprenderá al espectador –el que comete Hoult con su compañero en el estudio, al no soportar que haya sido ascendido-. Steven, pese a sus turbios manejos, no dejará de contar con la complicidad del espectador, máxime al encontrarnos dentro de un ámbito profesional, en donde es difícil encontrar cualquier personaje digno de respeto. Por ello, sus miradas a la cámara, explicando sus auténticas impresiones ante el contexto que nos describe –prolongando la corriente del cine británico que ya utilizaran Albert Finney en TOM JONES (Idem, 1963. Tony Richardson), o Michael Caine en ALFIE (Idem, 1966. Lewis Gilbert)-, no suponen más que la prolongación de esa visión cáustica que define, una película de no demasiado estimulantes vuelos, pero que se deja ver, si desde el primer momento entramos en el juego que se nos propone. A partir de esas premisas, lo cierto es que el film de Harris funciona con moderado atractivo, ayudado por una excelente factura visual, que logra introducirnos con acierto en el contexto espacio temporal de su premisa argumental, articulada como guión por John Nivel, a partir de una novela propia.
Así pues, pese a los altibajos que registra su metraje, lo cierto es que asistiremos a un mundo superficial y hedonista. Un contexto en el que el talento casi de deja de lado –ese grupo independiente que solo es asediado, cuando se contempla que llevan aparejado el éxito, y para el que no dudarán en contratar para la firma, al prestigioso ejecutivo musical que formaba parte de la competencia y al que dicho grupo deseaba implicarse en su promoción-. Un mundo en el que el consumo de drogas parece el único estimulante necesario, y que a nuestro protagonista permitirá elevarse en la senda del crimen, llevando a cabo esos planes psicóticos, que por otro lado le permitirán despojarse de sus obstáculos para alcanzar la fama –empezando por el compañero desaliñado y drogadicto –Roger (James Corben)-, y terminando por esa secretaria que conoce su crimen, y lo chantajea para ascender en la compañía- Para ello, no dudará en implicar a ese impertinente y joven inspector de policía, que en un momento dado estará a punto de tener acorralado al protagonista, pero que sucumbirá a las tentaciones a que este le somete, dado que se trata de un cantante amateur en busca de productora.
Sin embargo, la obra maestra de Steven, será la posibilidad sibilina de destruir a su rival, el recién fichado y exitoso Parker Hall (Tom Riley), un joven sinceramente enamorado de su profesión, al que nuestro joven competidor someterá a una trampa demoledora, posibilitando su acusación de pedófilo –el sutil y cruel final de su personaje, mostrado elípticamente, me parece quizá el instante que da la medida de lo que podría ser la película, y solo en contados momentos alcanza a ser-. Y es que más allá de la entrega absoluta y la complicidad de Hoult –en la que no se ausentan ciertos atisbos de sobreactuación-, lo cierto es que en pocos momentos asistimos a esa mirada necesariamente nihilista de un mundo superficial y en ocasiones obsceno en su propio hedonismo, que plano si y plano también, debía haber proporcionado esta con todo, tan discreta como degustable comedia negra, rodeada, eso si, de constantes éxitos musicales del momento, y que no desaprovecha la ocasión para lanzar sus pullas ante el florecimiento de incompresibles éxitos como las Space Girls.
Calificación: 2
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