SWISS MISS (1938, John G. Blystone) Quesos y besos
Reencontrarse con el universo de Laurel & Hardy, es por un lado hacerlo con una fórmula perfecta de comicidad, y en ejemplos como el mío, con el chavalín que disfrutaba con su cine, como si estuviera contemplando a un par de viejos amigos. Disfruté y sigo gozando con ellos ya que, por encima de la mayor o menor fuerza de su cine, encuentro de su simbiosis, a los mejores, los más puros cómicos que brindó el slapstick del periodo silente norteamericano. Por ello, el visionado de SWISS MISS (Quesos y besos, 1938. John G. Blystone), que quizá disfrutara en algún lejano pase televisivo de mediada la década de los setenta, me reencuentra con la pareja, de la que nunca ha sabido desentrañar el misterio de su perfecto engranaje, ya que siempre me vence atender a su asombrosa complicidad en la pantalla. Por otra parte, nos encontramos con una notable comedia, en la que el tándem se encontró con un equipo creativo de remarcable interés. Tal vez por ello, aparezca especialmente imbricada la simbiosis de una base de opereta, en la que se interna el universo de los célebres cómicos, que en esta ocasión se describe en una pintoresca localidad ubicada en los Alpes suizos.
Hasta allí llegan nuestros protagonistas, que en esta ocasión son vendedores de trampas para ratones, desplazándose hasta allí por sugerencia de Laurel, en la confianza de acudir hasta una tierra caracterizada por la producción de quesos, manjar habitual de los animalillos que han de liquidar sus productos mecánicos -que por cierto nunca contemplaremos en pantalla-. Mientras tanto, en el hotel de la población, se ha hospedado un megalómano compositor de operetas -Víctor Albert (Walter Woolf King)-, buscando la inspiración en lograr un perfecto resultado en su próxima composición, para lo cual ha hecho vestir de tiroleses a todo el personal del hotel. Cansados de no vender nada, y sin un céntimo, Laurel y Hardy realizarán una demostración en un comercio de venta de quesos, con un resultado catastrófico. Sin embargo, su dueño les comprará todo su género, engañándoles con un billete sin valor. La pareja cenará en el restaurante del hotel, llegando a amonestar a sus responsables por la ausencia de manzanas, pero al pagar con el billete, estos se tendrán que quedar en la cocina, para compensar la situación generada. Así pues, el desarrollo argumental de SWISS MISS alternará la extraña situación vivida por el compositor, sobre todo a partir del reencuentro con su esposa y posesiva estrella de las obras que compone -Anna Albert (Grete Natzler / Della Lind)--, y las incidencias y episodios protagonizados por nuestros cómicos, que de manera creciente irán subvirtiendo el contexto kitsch en que se desarrolla la película.
Hay opiniones muy diversas en torno a su resultado, ya que si en su momento, un crítico tan exigente como James Agee, se deshizo en elogios sobre su conjunto, posteriores especialistas en la obra han acentuado su mirada en una vertiente negativa. Llegados a este punto, sin coincidir en los ditirambos vertidos por Agee, creo que nos encontramos ante una película que resiste muy bien la formulación en la que se encuentra inmersa. Y en buena medida creo que ello obedece a la presencia tras la cámara de un director de comedia ya especializado, como fue Blystone, que en el periodo silente dirigió a Buster Keaton, y del que al menos se puede destacar un notable exponente Screewall como la casi inmediatamente precedente WOMAN CHASES MAN (Quién conquista es la mujer, 1937), y que volvería a dirigir a los entrañables cómicos en su siguiente título -BLOCK-HEADS (Cabezas de chorlito, 1938)-, sufriendo un inesperado infarto que acabó prematuramente con su vida. Estoy seguro que ello nos impidió disfrutar la madurez de un cineasta que sabía moverse muy bien en los recovecos del género. Y ello es algo que se percibe con facilidad en el título que comentamos, sobre todo en el tratamiento Screewall que describe la tormentosa relación que describe el matrimonio Albert, destacando la presencia del clásico característico de este tipo de producciones, en esta ocasión representado en Edward, el paciente ayuda de cámara del compositor, encarnado por el magnífico Eric Blore. De ahí, que a mi modo de ver, SWISS MISS adquiera un extraño equilibrio entre el aporte que le brindan nuestros dos cómicos, el lado “Guerra de los sexos” que estoy seguro reforzó Blystone, y al mismo tiempo la ligereza que en esta ocasión aparece en torno al servilismo el contexto de opereta, que tiene su prolongación en el cuidado diseño escenográfico que reviste el interior del hotel -esa lujosa escalera central-, e incluso los detalles que el propio compositor deja entrever, críticos con dicho mundillo. Hay quien ha apelado en ello a la presencia del posterior director Jean Negulesco, como autor de la historia original. Difícil es ratificarlo, como difícil es comprobar que secuencias fueron descartadas del rodaje original, algo que el propio Laurel lamentó, en un periodo en que se encontraba sometido a una enorme tensión con Hal Roach, a la hora de actualizar los pormenores del contrato que le ligaba al productor, y cuando el cómico se encontraba con el proyecto de crear una productora propia.
Más allá de estas circunstancias coyunturales, lo cierto es que ese equilibrio in crescendo que se percibe en el film de Blystone, enriquece este nuevo largometraje del gran tándem, y justo es reconocer que lo mejor del mismo -aunque no sea lo único valioso- se encuentra en la nueva muestra de su incomparable química. Es algo que se plantea a través de episodios de diversa formulación cómica, que se insertan sin estridencias, y que tendrán su primer exponente en ese encuentro con un matrimonio mal avenido al que ofrecen sus productos, siendo su presencia una auténtica catarsis, a la hora de disolver las asperezas de la pareja -por cierto, que en unos tiempos como los actuales, donde lo políticamente correcto campa por los respetos, quizá no sería de muy buen grado mostrar-. El humor absurdo de la pareja, se desplegará en episodios como el que se desarrolla en la quesería, donde Laurel provocará un desastre realizando agujeros en el suelo. O en el extraño surrealismo que describirán esas burbujas que aparecerán del órgano que toca el temperamental compositor, y con los que nuestros dos personajes jugarán de manera cómica. Sin embargo, si por algo se recuerda de manera especial esta producción cómica, estriba en el impagable episodio, en el que Laurel & Hardy desplazarán el piano de Víctor, harto de carecer de intimidad, para trasladarse hasta una extraña cabaña ubicada en la copa de un árbol. Heredando sin duda el éxito del admirable -y oscarizado- cortometraje THE MUSIC BOX (Haciendo de las suyas, 1932. James Parrott), la hilaridad aparecerá ya desde el propio y accidentado descenso del aparato desde la planta del hotel, ocasionando destrozos en su inesperada avalancha. No obstante, el mayor grado de catarsis cómica aparecerá en el accidentado traslado del piano por un intrincado puente ubicado sobre el abismo, hasta que aparezca inesperadamente un gorila que provocará el pánico en nuestros protagonistas.
En ese señalado equilibrio alcanzado en la presencia de la pareja -que huirá en los últimos compases de la película, con una cierta aura de desencanto, recibiendo incluso el impacto lejano de la muleta del gorila herido-, se encuentra la singularidad de SWISS MISS, una atractiva propuesta cómica, que prolonga la estela de este extraordinario tándem cinematográfico, cuando la comedia norteamericana se encontraba ya inmersa en pleno periodo Screewall.
Calificación: 3
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