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CINEMA DE PERRA GORDA

THE JUDGE STEPS OUT (1949, Boris Ingster)

THE JUDGE STEPS OUT (1949, Boris Ingster)

¡Que película tan deliciosa es THE JUDGE STEPS OUT (1949)! Viéndola, uno no puede dejar de evocar dos exponentes cimeros de la comedia de aquel tiempo. Uno, justamente reconocido, SULLIVAN’S TRAVELS (Los viajes de Sullivan, 1941. Preston Sturges). El otro, todavía preciso de su merecido reconocimiento; HOLY MATRIMONY (1943), el mejor de los títulos del excelente John M. Stahl, que he tenido ocasión de disfrutar. En ambos casos, nos encontramos con relatos de audaz configuración, centrados en la huida de su personaje protagonista, del entorno de vida, e incluso de la propia identidad que, hasta el momento, han sobrellevado consigo. En esta ocasión, a un similar planteamiento de partida, cabe sumar la singularidad, de encontrarnos ante una de las tres únicas realizaciones que firmó el ruso Boris Ingster, sobre quien, en los últimos años, ha discurrido una creciente culto, en torno a la supuesta configuración de su previa STRANGER OF THE THIRD FLOOR (1940), como punto de partida del cine noir. Partiendo de mi disensión de dicha afirmación, e incluso de considerar aquella película, un título sumamente sobrevalorado, ello no restó mi curiosidad para cercarme a esta su segunda realización, debido a la singularidad personalidad del citado Ingster -más pródigo como interesante productor televisivo-, y al hecho puntual de partir esta pequeña producción de la RKO, de una historia del propio Ingster, que fue trasladado por él mismo como guion cinematográfico, junto a su actor protagonista, el excelente y eternamente olvidado Alexander Knox.

THE JUDGE STEPS OUT, se inicia con una elegante combinación de panorámicas, cerrada con un extraño zoom de acercamiento, al entorno exterior de la residencia bostoniana del juez Thomas Bailey (Knox). Se trata de un hombre circunspecto, amante de su vocacional profesión, pero del que pronto advertiremos que no cuenta con una especial estima, por parte de su áspera esposa Evelyn (Frieda Scott). Todo lo que en el ejercicio de su función se revela un hombre feliz, útil y considerado -la vista en la que tendrá que asumir un complejo caso de la adopción de una menor, transmitirá su sentido de la delicadeza; el momento en el que ofrece un pañuelo, para que la madre de la niña se limpie sus lágrimas, será revelador a este respecto-. No obstante, su esposa no deja de señalarle como un fracasado, al haber rechazado lucrativas ofertas de trabajo dentro de la abogacía, e incluso se le dejará de lado, a la hora de decidir los pormenores de la boda de su hija, junto a un joven de una familia especialmente distinguida. Tras la ceremonia, su yerno, a instancias de Evelyn, ofrecerá a Thomas un puesto ejecutivo muy lucrativo, que este descartará a primera instancia. Sin embargo, la insistencia de su esposa en que se desplace a Washington para, al menos considerar la oferta en primera mano, le permitirá viajar en tren. En un trasbordo del trayecto, un inesperado dolor de espalda, le pondrá en manos de un médico bastante singular, que no dudará en señalarle que sus males provienen, de la opresión que marca el modo de vida elegido. Bailey escuchará escéptico, y a punto quedará de proseguir el viaje a Washington, pero, en el último momento, no resistirá la tentación de aceptar la invitación del sabio doctor, compartiendo con él tres días pescando, y olvidándose de enviar ese telegrama a su familia, para que sepan del retraso.

Todo ello no supondrá más, que la posibilidad de asumir una nueva personalidad, mientras en su entorno lo dan por desaparecido, dedicándose a vender libros, y encontrándose con la joven propietaria de un bar de carretera -Peggy (maravillosa Ann Sothern)-, a la que acompaña una veterana ayudante y amiga, y que ha adoptado a una niña Nan (Sharyn Moffett). Lo que pudiera parecer un encuentro fortuito y hasta accidentado -a punto estará de ser acusado de robo-, inesperadamente se convertirá en el paraíso perdido para nuestro protagonista, quien se realizará trabajando allí como cocinero y, sobre todo, sintiéndose útil, despegado de toda convención y tentación materialista. Será el inicio de una inesperada historia de amor. De un ‘breve encuentro’, que tendrá un punto de inflexión, cuando el juez de aquella localidad, retire la potestad de Nan a Peggy. Será el momento, en el que Bailey regrese a Boston, intentando por todos los medios devolver a la niña a dicha adopción y, de alguna manera, asumir la realidad de nueva condición, en un entorno, que se modificará para él, de la forma más inesperada; la consideración que su esposa le revelará desde su reencuentro.

Desde el primer momento, si algo destaca en THE JUDGE STEPS OUT, es su extraña calidez. Hay una extrema comprensión, en las reacciones de todos y cada uno de sus personajes, intentando huir de la dramatización y, por el contrario, buscando hacer creíble, la insólita circunstancia, que brindará el nudo argumental de la película. Este no será otro, que la plasmación de esa ‘segunda oportunidad’. Esa mirada a una forma de vida más sencilla, plácida, me recuerda igualmente a títulos como TABACCO ROAD (La ruta del tabaco, 1941. John Ford), o THE TUTTLES OF TAHITI (Se acabó la gasolina, 1942. Charles Vidor), exponentes que apelaban a una visión contemplativa y hedonista de la existencia que, a afín de cuentas, será ese nuevo e inesperado universo, con el que se encontrará ese hastiado padre de familia, al que Alexander Knox brinda extraordinarios y sutiles matices, en uno de los mejores roles de su carrera. Ingster desplegará ese descubrimiento, con constantes destellos de inventiva cinematográfica, en un relato que sorprenderá por sus giros, pero que, fundamentalmente, llega a emocionar, por esas pinceladas que prenden en el alma de sus personajes. Pienso en la sencilla manera, con la que se describen esos tres paradisiacos días que el protagonista disfrutará pescando junto a ese indolente y sabio médico -descrito con enorme sentido de la elipsis-. En la reveladora secuencia donde Bailey regresará a su casa, tras varios días ausente, y con la alerta de su desaparición, viendo como su esposa se ha resignado a su ausencia, y decidiendo abandonar de nuevo el hogar, mientras un pequeño ruido, alertará a Evelyn y, en su interior intuirá, sin haberlo visto siquiera, que su esposo ha entrado en la casa y se ha marchado definitivamente. Todos aquellos pasajes que revelan la tranquilidad de la nueva existencia del antiguo juez, están revestidos de una extraordinaria placidez, como lo será la química de ese maduro recién llegado y la joven y emprendedora camarera, que atesora a sus espaldas una antigua y frustrada relación. Ello conformará un relato dominado con tanto sentido de verdad cinematográfica. Mirado tan a ras de tierra, expresado con esa extraña desdramatización que, en el fondo, no es más que una apuesta narrativa, que permite que algunos de sus mejores momentos, lleguen a rozar lo conmovedor. Instantes como ese fundido en negro, que sigue al instante en que Peggy pone en el tocadiscos del viejo bar, un disco de rumba, ya que ambos no han podido bailarla en la velada que han disfrutado. En la tristeza que desprende la secuencia de la fiesta de Nan, con la ausencia de la niña, sin que Peggy renuncie a bajar entre sus invitados -sobre todo niños-, la tarta que festeja su cumpleaños. En la sinceridad que vivirá el juez retornado, por el viejo componente del tribunal supremo, que desea promoverlo para la entidad, estableciéndose entre ambos un intercambio de impresiones, donde ambos se sincerarán en deseos y frustraciones. En ese profundo consejo de su fiel ayudante Hector (maravilloso Ian Wolfe), animándole a asumir el papel que le ha reservado la vida. Por supuesto, trasciende la emotividad que revestirá la secuencia de la separación de Thomas y Evelyn, en donde entre ambos se percibirá una sincera y honda amistad.

Y como no podía ser de otra manera, en una extraña comedia, que poco a poco se irá deslizando por los mejores meandros del melodrama, THE JUDGE STEPS OUT culmina con un episodio conmovedor, que podría figurar entre las mejores páginas de este último género, descrito en una estación de tren, en el que se dirimirá el encuentro final entre Thomas y Peggy, provisto de una gradación emocional realmente admirable. Será el punto de inflexión de todas las tensiones vividas tras el regreso a su pasado, su inesperado triunfo judicial, el cambio de actitud de su esposa… que contemplará en un espejo ubicado en dicha estación, una vez se haya despedido de esa mujer sencilla y amable que, de manera inesperada, le demostró que se podía vivir de otra manera. Por ello, ese retorno definitivo de Bailey a su pasado, en el fondo será de otra manera. Agridulce conclusión para una propuesta llena de sutileza, que apela a la búsqueda de una existencia auténtica y sin cortapisas emocionales o materiales, y que revela la delicadeza de un realizador de corta andadura, aliado con un actor de enorme talla, unidos de manera inusual, para un título tan espléndido, como lamentablemente olvidado.

Calificación: 3’5

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