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CINEMA DE PERRA GORDA

MAN FROM GOD`S COUNTRY (1958, Paul Landres) [El hombre del País de Dios]

Como aficionado muy cercano a la importancia en la serie B dentro del cine americano clásico, nunca he podido ocultar la simpatía que pudiera producir una productora como la Allied Artists, heredera de la previa y más irregular Monogram. Con un radio de acción centrado de manera esencial según iba discurriendo la década de los cincuenta, su conjunto de producción destacaría en aquellos años por una serie de títulos que se expresaban en los seminales ofrecidos por un pionero del cine como Allan Dwan. Otros de nombres emergentes, como Doin Siegel. O incluso productos de realizadores de cierta popularidad como William Castle. Sea como fuere, siempre me ha gustado ir escarbando en exponentes de género de limitado presupuesto, aunque en ocasiones estas se adornaran -como es el caso- con el uso del CinemaScope y el color. Es lo que sucedería con tantos y tantos westerns de aquel tiempo, y lo que define visualmente MAN FROM GOD’S COUNTRY (1958), una de las numerosísimas producciones de serie B firmadas por el norteamericano Paul Landres, mientras ya se encontraba inserto en una dilatada andadura televisiva.

Con una duración que apenas supera los ochenta minutos -como toda serie B que se precie-, la película se introduce en un ámbito temporal delimitado tras la guerra civil norteamericana, y cuando se ha ido iniciando el proceso de la expansión del ferrocarril -algo que indica el rótulo inicial-. La película se insertará en la andadura personal del sheriff Dan Beatty (un pétreo pero eficaz George Montgomery). De manera inesperada, se va a ver envuelto en la amenaza de un vaquero en la puerta del saloon de la población que custodia, a la que responderá matando al agresor. Ello le va a llevar a ser sometido a juicio -en donde se aprecia una cierta asunción de modos civilizados. Pese a ser absuelto en la vista por parte de las fuerzas vivas, Dan es consciente que ya no hay lugar para él en esa pequeña sociedad, por lo que decidirá marcharse, al reencuentro con su antiguo amigo Curt Warren (House Peters Jr.), que se encuentra residiendo en Sundown, al objeto de establecer un rancho junto a él. En el camino se juntará con un grupo de ganaderos, en donde se encontrará con un pequeño -Stoney (Kim Charney)-, que le comenta su decisión de escapar de su padre, algo que el protagonista logrará revertir.

Una vez que Dan reinicia en solitario su trayecto, por un lado, sufrirá un intento de asesinato que le brindará el que posteriormente identificaremos como Mark Faber (James Griffith) -en una extraña secuencia, donde el uso del formato panorámico deviene muy acertado-. Por otro, conocerá a la atractiva Nancy Dawson (Randy Stuart, la esposa del “hombre menguante”, en su último papel para la gran pantalla, antes de dedicarse en exclusiva para la televisión). Antes de llegar a Sundown, el espectador comprenderá el hecho de que nuestro protagonista haya sido objeto de un intento de asesinato. En la población, el cacique Beau Santes (Frank Wilcox), es el propietario, además del saloon de la población, de una empresa de transportes y, por ello, se muestra totalmente reacio a la llegada del ferrocarril.

¿Y qué tiene que ver dicha circunstancia? Ahí viene el inicio del delirio de la película. La incongruencia del guion elaborado por George Waggner. Y es que la base argumental se basa en la confusión que para Beau y su matón Faber, supone el recién llegado, a partir de las informaciones que les llegaban de la proximidad de un agente del ferrocarril. Si a eso unimos que la entrada del recién llegado con Nancy -amante de Santes-, el antiguo sheriff se convertirá en alguien nada querido para el poco recomendable empresario. A ello, se unirá que Curt, el amigo buscado, trabaja también para este, por lo que casi desde el primer momento se verá en la encrucijada de secundar los deseos de su antiguo compañero, o prolongar su andadura vital en un entorno tóxico para él.

MAN’S FORM GOD COUNTRY plantea, en voz muy baja, la historia de una redención. La de alguien que se ha dado cuenta que vive ya en un tiempo pasado -el que define el comportamiento del antiguo Oeste-, y en esa nueva oportunidad para su futuro, se planteará la inesperada posibilidad de intentar recomponer la relación entre padre e hijo marcada entre Curt y el pequeño Stoney, al tiempo que consolidar la relación que el primero mantiene con a abnegada Mary Jo (Susan Cummings). No deja de carecer dicha premisa argumental de atractivo, pero, lo cierto, es que esta se encuentra propuesta a través de un argumento dominado por circunstancias de difícil credibilidad. Algo que se inicia en esa ridícula confusión del protagonista, que casi le costará la vida, pero que, a mi modo de ver en su puerilidad, despoja a la película de cualquier asidero de verosimilitud, limitando de manera ostentosa su ya de por sí discreto alcance. La ridiculez de ese equívoco personal sobre el que se articula su base dramática. La escasa enjundia en la interrelación de sus principales personajes, que apenas pueden salir del marco del estereotipo. Ese giro de guion en el que el protagonista, cuando ya ha abandonado Sundown, por medio de una voz en off decide aplicar un inesperado giro a su decisión y retorna a la población. O esa igualmente poco creíble oscilación entre la relación de los amigos -se enfrentan a una tensa pelea, aunque en los minutos finales se dejará ver que ambos conocían que dicho enfrentamiento, en el fondo, no era más que una mascarada, ya que su amistad y conocimiento lo intuyeron desde el primer momento-.

Son mimbres realmente endebles, para una película que, paradójicamente, presente un aceptable pulso narrativo. Landres se desenvuelve bien en el uso del formato panorámico. Su ajustada duración permite una evidente fluidez en su trazado. El personaje de Nancy es el único, a mi juicio, que ofrece un cierto grado de interés -es mimado incluso a la hora de aplicarse un cuidado vestuario, en el que se observa una cierta intencionalidad dramática-. Sin embargo, lo que queda de una película tan discreta como MAN’S FROM GOD COUNTRY, se encuentra en la rapidez con la que la película entra en acción, ese nocturno azulado que permite introducir el drama interior del protagonista. Lo hará en los primeros compases del encuentro de este con el pequeño Stoney, durante una noche en la intemperie. Pero, fundamentalmente, el menguado atractivo del film de Landres tendrá su mayor punto de interés en los dos tiroteos que puntearán el relato. El primero recibirá a Dan en el saloon de Santes, siendo respondido por el agredido -en una aparente respuesta indirecta-, disparando con la lámpara del recinto para que esta caiga y deje en oscuras el establecimiento. Más atractivas resultarán las secuencias de tensión y acción final, tanto en la calle central de la población como, sobre todo, las descritas de nuevo dentro del saloon, provistas de un brío realmente notable. Una vez más, resulta poco creíble la manera con la que los dos viejos amigos se reconcilian -y, sobre todo, revelan la reconstrucción de sus afectos-, pero al menos dejará paso a esa posibilidad de una nueva vida, para un protagonista hasta ese momento dominado tanto por su drama interior, como, por supuesto, por esa inesperada redención que ha vivido durante su estancia en Sundown.

Calificación: 1’5

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