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CINEMA DE PERRA GORDA

Agnès Varda

LES GLANEURS ET LA GLANEUSE (2000, Agnès Varda) Los espigadores y la espigadora

LES GLANEURS ET LA GLANEUSE (2000, Agnès Varda) Los espigadores y la espigadora

No cabe duda que hay que tener una enorme sensibilidad cinematográfica y capacidad de implicación personal, para poder lograr llevar a buen puerto una película de las características de LES GLANEURS ET LA GLANEUSE (Los espigadores y la espigadora. 2000. Agnès Varda). Indudablemente, estamos ante un reto a partir del cual la veterana realizadora francesa aborda desde un prisma inicialmente documental, una evocación inicial al ciclo anual de espiga del trigo en la Francia del pasado. Ese pequeño elemento de apertura en el recuerdo de los franceses de diversas generaciones que participaban en la recolección del trigo, permitirá a la directora establecer una base lo suficientemente atractiva, para elaborar a partir de la misma todo un recorrido geográfico, moral y, en ocasiones, casi metafísico, por distintos grupos y colectivos humanos, y por las grietas de una Francia que no es solo la que se suele mostrar. Una combinación sin duda fascinante y que, como improvisando una hipotética cadena de pequeños acontecimientos, conformará en las breves viñetas que se ofrecen de diferentes personajes y situaciones, una mirada que no olvida incluir referencias del pasado y carencias de nuestros días, al tiempo que Varda no dejará de expresar la intuición en la cercanía a su propia muerte –algo en lo que incidirá mostrando sus manos viejas, trabajadas y expresivas-. Sin embargo, pese a elementos como el que destacamos, no podremos afirmar jamás que nos encontramos ante un título complaciente, aunque sí en todo momento personal. Y ello es algo que debe apreciarse en el debe de uno de los documentales más valiosos, originales y personales, que han llegado a las pantallas en varios años.

 

Con la personalidad que asiste a la veterana realizadora francesa, lo cierto es que nos encontramos ante una producción que logra sorprender al espectador por la constante variedad en sus objetivos, lugares y conceptos, que son manejados –en ocasiones de manera harto atrevida-, transmitiendo una extraña sensación de verdadera improvisación –que uno no termina de advertir- y que esconde realmente un laborioso trabajo previo. Y es que en este sentido, la composición del plano se muestra atenta a lograr filmar elementos bellamente compuestos, incluso pertenecientes a contextos descuidados y ruinosos. En ese sentido, Varda sabe como plasmar composiciones visuales revestidas de belleza natural, sin que esta inclinación ahogue su capacidad para la espontaneidad del recorrido que propone a través de sus cámaras digitales. Hay mucho de inocencia en esta película, con la que el espectador se queda desde el primer momento hechizado, y presto para acometer junto a la realizadora ese viaje casi iniciático, en el que técnicas de recolección del pasado serán interpuestas con las de nuestros días. Este planteamiento nos llevará a un largo recorrido en el que iremos descubriendo personajes curiosos y atractivos, siempre girando sus experiencias humanas y profesionales en la premisa inicial de la película. Es ahí donde pasado y presente se mostrarán casi de forma alternativa al conocer a una serie de personas, en su mayor parte declarados como fuera del sistema, y que no dudan en alimentarse y sostenerse a través de la recolección de productos desechables por la sociedad de consumo.

 

Indudablemente, no es ese el último elemento que plantea este insólito documental –aunque quizá si sea su vertiente más llamativa-. Junto a ello, Agnès Varda reflexiona a través de sus imágenes, sus diálogos y su participación activa, sobre esa Francia llena de lugares oscuros en su sociedad, pero también ironiza sobre el propio proceso de creación de la imagen cinematográfica. Deja expresar una cierta vertiente autobiográfica aunque, en realidad, quizá sería más ajustado hablar de una mirada desapasionada y tratada con cariño y respeto, ante una serie de personajes que llegan incluso a reutilizar productos tirados a la basura por la sociedad urbana, y que permite a estos anti-sistema o personas forzosamente separadas de sus vínculos con la sociedad establecida, mantener una vida sino confortable, quizá más libre que la nuestra.

 

Es sorprendente como con una duración de menos de ochenta minutos, la ya veterana realizadora logra componer un auténtico fresco social y antropológico, entremezclando tradición y falsa modernidad, ironizar con las propiedades del lenguaje fílmico, demostrar el acierto de ir marcando e integrando uno tras otros, diversos episodios inicialmente desconectados entre sí pero que, paulatinamente, comprobaremos, conformarán un personalísimo puzzle. Un planteamiento este propuesto con tanta astucia como conocimiento de causa, que parece manifestar en obras como estas el convencimiento de llevar a cabo unas propuestas libres de toda atadura dramática, quizá permitiéndole sentirse joven tras la cámara. Son intuiciones que responden a diversos de sus comentarios y la presencia de elementos de carácter personal. Será, bajo mi punto de vista, una apuesta valiente y muy positiva, que tiene en LES GLANEURS… un ejemplo especialmente pertinente de cine libre, de vanguardismo tardío y, sobre todo, una película que habla del ayer y el hoy de Francia de forma distendida y con capacidad de información. Una mirada por momentos antropológica y en otros con ascendencia casi metafísica. Lo cierto es que, de un lado o de otro, LES GLANEURS ET LA GLANEUSE funciona, interesa, e incluso en algún momento conmueve, erigiéndose como una obra viva e inusual y, por momentos, apasionante en su interés.

 

Calificación: 3’5

SANS TOIT NI LOI (1985, Agnès Varda) Sin techo ni ley

SANS TOIT NI LOI (1985, Agnès Varda) Sin techo ni ley

“Tu no existes”, le dirá en un momento de esta película un agricultor contracultural a Mona (Sandrine Bonnaire) al ver que no responde a las posibilidades de trabajo y relativa estabilidad que le ha ofrecido. Y es cierto; la protagonista de SANS TOIT NI LOI (1985) -con la que Agnès Varda logró uno de los mayores éxitos de crítica de su trayectoria como realizadora cinematográfica- inicia su presencia en la película apareciendo muerta en una cuneta y totalmente desarrapada.

Es a partir del descubrimiento de su cadáver como una voz en off –presumiblemente la propia realizadora- intenta redescubrir las últimas semanas de existencia de este singular personaje, libre, inconformista y sin ataduras, que en su deambular por un sur de Francia eminentemente rural mostrará su profundo escepticismo ante los personajes que con ella se encuentran, por más que a ellos su presencia si que marque de una u otra forma sus vidas. A partir de esa dicotomía se establece la génesis de una película que deliberadamente carece de conflicto dramático. En todo momento sabemos la conclusión de las andanzas y desde los primeros compases del metraje podemos advertir la verdadera mirada que la veterana realizadora francesa impone a sus fotogramas. Introduciendo actores semiprofesionales, afrontando una impronta visual que capta la sombría tristeza del campo, la psicología de unos personajes que sorprendentemente se entrelazan a partir de su relación con Mona.

Ella es una joven para la que aparentemente no importan los sentimientos, la estabilidad ni vinculo alguno de atadura a lo comúnmente establecido. Vistiendo en todo momento con una ropa gastada, abandonando toda norma de higiene, probando la droga cuando puede o trabajando esporádicamente únicamente para sobrevivir, la joven se pasea con su imperturbable hieratismo –al que la estupenda interpretación de la Bonnaire otorga toda su fuerza y naturalismo-, nuestra protagonista se pasea por antiguas mansiones rurales, contempla árboles enfermos, se hospeda en caravanas u hogares en ruinas, convive con inmigrantes y delincuentes y no deja de impresionar a personas de estabilidad económica y profesional con las que, sin embargo, no querrá transigir.

La cámara de Agnès Varda se ofrece contemplativa, con resonancias bressonianas, utilizando una sencilla planificación con predominio de panorámicas y un cierto regusto al detalle –esa imagen en la que vemos en una cafetería las manos cuidadas de la mujer que la porta en su coche, comparada con las encallecidas y sucias de Mona-. Es evidente que la sobriedad de la configuración de SIN TECHO NI LEY, esa ausencia de toma de postura, esa mirada limpia y sin prejuicios a lugares, personajes y situaciones marginales o poco tratadas en la pantalla, son las que otorgan la fuerza a un film que de una parte ofrece momentos tan sinceros, divertidos y entrañables como la complicidad que –mediante unos coñacs- se ofrece entre Mona y la anciana dueña de la mansión en el campo. Por otra parte, no es menos cierto que aquellos elementos que quizá en su momento pudieron ofrecer más impacto en el momento de estreno de la película –esas intermitentes miradas/confesiones de varios de sus personajes al espectador-, ahora aparezcan un tanto innecesarios.

Película sobria y sin concesiones pero al mismo tiempo concebida como un producto claramente “de prestigio”, es indudable que pese a todo SANS TOIT NI LOI ha logrado sobrellevar con entereza la prueba del paso del tiempo, con una mirada tan triste como verista de un universo rural y frío –en este elemento si que la fisicidad de sus paisajes traspasan la pantalla- y una dirección de actores sincera y creíble en la cual podemos encontrar ecos de ese cinema-verité en el que la realizadora se introdujo como directora muchos años atrás.

Calificación: 3