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CINEMA DE PERRA GORDA

Clyde Bruckman

FEET FIRST (1930, Clyde Bruckman) ¡Ay, que me caigo!

FEET FIRST (1930, Clyde Bruckman) ¡Ay, que me caigo!

Una de las falacias más consensuadas relativas al traslado del cine mudo a su equivalente sonora, es la de considerar genéricamente que el slapstick perdió su calidad de manera casi absoluta –con la excepción de la singularidad de la obra de Chaplin-. Así pues, resulta casi un axioma de fe manifestar que las películas en las que intervinieron Keaton, Laurel & Hardy o Harold Lloyd en el seno del cine hablado eran productos más o menos olvidables. Sería opinable que pudiéramos oponer que la estructura del largometraje planteara un modo de expresión carente del desenfreno de los cortos –un elemento para plantear un largo debate-, o que la llegada del sonoro marcó ciertas dificultades o impedimentos en algunos de los cómicos –aspecto que creo por lo general supieron resolver con más acierto del reconocido-. Pero de ahí a generalizar esa aparente falta de interés, me parece cuanto menos una soberana injusticia, cuando quizá aquellos que apoyan dicho enunciado se les llena la boca en su alabanza de la filmografía inmediatamente sonora de los Hermanos Marx –valiosa en lo absurdo de sus diálogos, pero por lo general dejando la vertiente visual de sus films en un segundo término; un aspecto poco analizado en los títulos que protagonizaran el entrañable Groucho y sus hermanos-.

Uno de los cómicos que se vieron afectados por esta consideración –a mi juicio tan absurda como carente de fundamento- fue Harold Lloyd. Es algo que realmente no acierto a comprender, en la medida de que todos los títulos sonoros de Lloyd que he contemplado hasta la fecha no solo me parecen interesantes en sí mismo –otra cosa sería compararlos con sus mejores exponentes mudos-, sino incluso superiores a algunos de sus primeros largometrajes –incipientes en sus resultados- y, por encima de todo, me parece que revelan un interés más que notable de adaptación de unos modos que –imagino- Lloyd sabía no podían tener una continuidad dentro del cine sonoro, hacia un entorno de comedia más elaborado, pero al mismo tiempo apostando por una estructura discontinua, cuidada en el desarrollo y evolución de sus secuencias, pero más libre en lo relativo al seguidismo de un guión. Estas características se muestran a la perfección en FEET FIRST (¡Ay, que me caigo! 1930. Clyde Bruckman), segunda de las películas sonoras protagonizadas por el emblemático cómico de las gafitas. Un título al que se podrá oponer un ocasional estatismo, cierta excesiva presencia de diálogos en ocasiones, pero que finalmente logra en su conjunto una extraña modernidad en su construcción y estructura, sobrellevando con bastante más que dignidad su condición de remake inconfesado del mayor éxito del cómico –SAFETY LAST! (El hombre mosca, 1923. Fred M. Newmeyer y Sam Taylor)-.

Harold Horne (Harold Lloyd) es –una vez más remedando las características de su eterno personaje cinematográfico-, un tímido empleado de una poderosa cadena de zapaterías, caracterizado por su escasa personalidad a la hora de persuadir a sus clientes. Sus intentos en ir adquirir carisma y seguridad le llevarán –infructuosamente- a realizar un inofensivo cursillo de auto, aunque sí que para él se vislumbrará una nueva ilusión al conocer a la joven Barbara (Barbara Kent), a la que confundirá con una chica adinerada, pero que realmente ejerce como secretaria del irascible dueño de la cadena de zapaterías en la que trabaja Harold –John Quincy Tanner-. Una serie de circunstancias acercarán a nuestro protagonista hasta la oronda esposa de Tanner y, lo que es más complicado, a tener que vivir como polizón en un crucero en el que también viajan los Tanner acompañados de Bárbara. En dicho trasatlántico tendrá que sufrir no pocas penalidades, llegar a pasar hambre y evitar que su foto –que ha aparecido en una revista que venden a la tripulación- sea conocida por los pasajeros –que verían en él al pobre hombre que es, y no al potentado que simula aparentar ante los Tanner y ante su secreta enamorada-. Repentinamente, el magnate del calzado se ve en una situación apurada de tener que enviar un contrato a Los Angeles –a Bárbara se le ha olvidado hacerlo-, cosa que le recrimina a su fiel secretaria. Harold se ofrece voluntario para realizar la casi imposible misión, pero una azarosa circunstancia le trasladará accidentalmente hasta la ciudad norteamericana… llevándole a padecer una auténtica pesadilla al verse como víctima de una interminable escalada por un rascacielos.

Lo primero que cabe destacar de FEET FIRST es una inteligente incorporación de gags que redondean el conjunto –incluyendo por ejemplo apuntes de crónica urbana e incluso de tinte social-, como esa alusión inicial que liga la referencia publicitaria de la firma de los Tanner con un viejo mendigo que se encuentra en un parque. En este sentido, el film de Bruckman –también responsable de otra brillante propuesta cómica sonora protagonizada por Lloyd –MOVIE CRAZY (Cinemanía, 1932)-, apuesta de manera decidida por una estructura discontinua que, personalmente, estimo no se volvió a encontrar en la comedia norteamericana, hasta que Jerry Lewis se afianzó como realizador con títulos como THE BELLBOY (El botones, 1960) o THE ERRAND BOY (Un espía en Hollywood, 1961). Pero hay más. Resulta sorprendente encontrar en una comedia que goza de escaso prestigio como esta, una serie de claras referencias a títulos y personajes muy posteriores en el género ¿No les recuerdan las desventuras de Lloyd con las clientes de la zapatería, las que tres décadas después acometería el ya mencionado Lewis en la memorable WHO’S MINDING THE STORE? (Lío en los grandes almacenes, 1963. Frank Tashlin)? ¿No se pueden establecer similitudes entre los devaneos del protagonista en el trasatlántico, con las amables impertinencias de Jacques Tatí encarnando a Mr. Hulot o, más aún, las de Peter Sellers en THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards)? Es más, incluso remitiéndonos a esta obra maestra del género, no sería demasiado difícil hacer un símil entre el célebre camarero borracho edwardsiano y el que puebla la fiesta a la que acuden Harold y se encuentra con Tanner.

Mas allá de estas por lo general poco referenciadas influencias, lo cierto es que FEET FIRST reviste un carácter casi experimental, en esa tendencia a la evolución de los modos de comedia vigentes hasta la culminación del sonoro, y la posterior llegada del periodo screewall. Cierto es que en ocasiones ese riesgo ofrece alguna ruptura abrupta –como la que se manifiesta en la manera de concluir la película-, pero del mismo modo ese grado de riesgo plantea situaciones tan sorprendentes como la forma con la que el protagonista abandona involuntariamente el trasatlántico –se introduce para esconderse en una saca de correo, y rápidamente es llevado al avión que transporta estas-, o en la manera con la que en apenas un par de planos es trasladado en dicha saca al pie de una obra, comenzando la pesadilla del rascacielos. Indudablemente, encontramos en elementos como estos un alto grado de surrealismo, lindando en ocasiones con el absurdo, a lo que contribuye la presencia de un tempo reposado en el que el estoicismo contribuye a otorgar a cada una de sus apuestas cómicas, sino la carcajada si un disfrute por un producto inteligente y bien elaborado.

Dentro de este contexto, cierto es que las secuencias del crucero por lo general son magníficas, con su casi ininterrumpida sucesión de gags, a cual más divertido; los de la comida y el perro, la consecución de un “chaqué” para la cena de gala, las intuiciones finalmente acertadas de la esposa de Tanner acerca de la verdadera identidad de Harold, o el magnífico rosario de situaciones divertidas que proporciona el intento por evitar que la imagen suya que aparece en un magazine pueda llegar a los tripulantes y que, como es de esperar, provoca la estampida de todos los ejemplares por el barco, en una situación desternillante. Sin embargo, es más que probable que FEET FIRST sea recordada por el tramo final, en el que Lloyd reitera la situación planteada en la ya mencionada SAFETY LAST!. No tengo muy en la memoria aquel fragmento tan célebre en el cine cómico norteamericano, pero lo cierto es que lo que ofrece esta película es todo un ejercicio de sadismo, perfectamente coreografiado y oportunamente punteado con elementos del nonsense –ese botones negro atolondrado, que solo contribuye a acentuar el paroxismo del episodio-, logrando un contrapunto en una película que pese a una conclusión demasiado brusca –cierto es que en su visionado la hora y media de duración transcurre en un santiamén- demuestra, por si a alguien le quedaba alguna duda, que la producción sonora de Harold Lloyd quizá no sea excesivamente amplia, pero en absoluto se encuentra desprovista de interés. FEET FIRST, como MOVIE CRAZY, THE MILKY WAY (La vía lactea, 1936. Leo McCarey), o incluso THE SUN OF HAROLD DIDDLEBOCK (1947, Preston Sturges) así lo atestiguan. 

Calificación: 3

MOVIE CRAZY (1932, Clyde Bruckman) Cinemanía

MOVIE CRAZY (1932, Clyde Bruckman) Cinemanía

Viendo las imágenes de MOVIE CRAZY (Cinemanía, 1932. Clyde Bruckman), lo primero que le viene a uno a la mente es poner en tela de juicio la valoración largamente establecida, a la hora de subrayar el hipotéticamente decreciente interés mostrado por las estrellas del cine cómico mudo, cuando tuvieron que enfrentarse en el sonoro. Es evidente que habrá títulos que podrían matizar esa riqueza de las silent movies, pero creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que fue precisamente en la evolución seguida en este género, donde mejor pudo aplicarse un adecuado caldo de cultivo en la adaptación al sonoro dentro de la producción cinematográfica. En ese sentido, creo que el título que nos ocupa se ofrece como un exponente relevante de dicha aseveración. El film de Bruckman –codirector de THE GENERAL (El maquinista de la general, 1927, junto a Búster Keaton), destaca no solo por plantearse como una comedia que sabe mantener la esencia del planteamiento slapstick e introducir su sonoridad y diálogos sin excesiva dependencia, sino fundamentalmente por estar realizada con una frescura infrecuente dentro del cine norteamericano de aquellos primeros años treinta, en líneas generales aún demasiado dependiente del estatismo teatral. En su oposición, nos encontramos con una comedia revestida de sorprendente modernidad, que juega por lo general con acierto en su servilismo a las posibilidades y características de su protagonista –el film está producido por la propia compañía de Harold Lloyd, quien al parecer dirigió sin acreditar varias de sus secuencias-, y en el respeto a unas fórmulas cómicas de probada eficacia, dosificadas además por una realización ágil y fresca –su utilización de la grúa sirve a secuencias realmente magníficas-. Pero yendo más lejos en esos objetivos, es fácil constatar que MOVIE CRAZY se erige como una inteligente mirada hacia las interioridades del mundo de Hollywood –no supera, sin embargo, los logros de la mirada nostálgica exhibida por King Vidor en su excelente SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928)-, en la que no se ausenta un importante componente surrealista, que no dudo fue captado por nombres como Jerry Lewis o Blake Edwards. Y es que títulos como THE ERRAND BOY (Un espía en Hollywood, 1961) –la irrupción del protagonista en escenarios y situaciones que subvierte con su presencia- o la mayestática THE PARTY (El guateque, 1968) –las incidencias que se suceden en la secuencia de la fiesta, el equívoco que se produce al ser invitado en la misma por error, la descripción de los personajes de los enojosos productor y director-, jamás podrían haber sido realidad de no existir este precedente que, sin lugar a duda, se erige como uno de los títulos más valiosos de la filmografía de Lloyd.

 

Harold Hall (Lloyd) es uno más de tantos y tantos jóvenes obsesionados con la posibilidad de triunfar como actor en Hollywood. Con esa intención envía una propuesta a uno de los estudios, confundiéndose la fotografía remitida con la de un joven apuesto. Ello motivará una respuesta escrita de cierto entusiasmo que animará a nuestro protagonista a viajar hasta Hollywood. A partir de dicho desplazamiento, la película se erigirá en una sucesión de secuencias dominadas por un doble equívoco: el que el mismo ha fomentado inadvertidamente al ser confundido con otra persona, y también el que sufrirá al mantener un acercamiento con dos mujeres que, en realidad, son la misma. A través de esta circunstancia, el film de Bruckman sirve a los rasgos que definieron la personalidad cómica de Lloyd, pero al mismo tiempo se erige como un documental bastante atractivo de los modos que definían el mundo cinematográfico en aquellos tiempos, entorno que llega a subvertir por una visión establecida mediante la penetración en los propios mecanismos que el mundo cinematográfico potenciaba para crear su propia irrealidad. Esa incorporación del provinciano Harold en los decorados, escenarios y situaciones propias de la sugestión de la fábrica de sueños, es indudable que fue un elemento que años después fue retomado por algunos de los exponentes más prestigiosos de la revisitación que el slapstick vivió en la década de los sesenta. Que duda cabe que esta circunstancia podría ser un elemento suficiente de cara a la valoración de esta película, pero lo que importa en ella es, bajo mi punto de vista, la frescura y modernidad de su realización, su eficacia como tal producto cómico y, de forma muy especial, la presencia de dos fragmentos que pueden erigirse sin duda entre los más valiosos ofrecidos por el cine cómico en dicha década. Por un lado, la magnífica secuencia de la fiesta, en la que se muestran diversos registros cómicos –potenciados por la brillante situación de vestirse Harold de manera equivocada con el smoking de un mago-, que violentarán la rigidez e hipocresía de la misma, al tiempo que esta es potenciada por una realización llena de agilidad, que servirá como marco para una auténtica catarata de gags que culmina con una invasión de pequeños ratones, provocando el terror entre la concurrencia –no se puede omitir la hilaridad que produce ver a un hombre amanerado horrorizado aún más que cualquiera de las mujeres presentes-.

 

El otro momento de especial interés –aunque este combina al mismo tiempo elementos cómicos con otros procedentes de otros géneros-, reside en la larga secuencia de la pelea que el protagonista mantiene en una secuencia propia del cine de aventuras, preparada como culminación del rodaje de una película. Ficción y realidad se dan de la mano en un fragmento modélicamente filmado, que aún sigue mostrando su pericia y capacidad de fascinación, y que sirve como culminación a una comedia a la que solo cabe exigir un pequeño esfuerzo; obviar la ausencia de lógica que existe en la reiterada presencia del protagonista en unos estudios donde jamás ha sido contratado. Si esta convención se admite, no hay nada que impida disfrutar de una propuesta que se mantiene llena de frescura, y a la cual las influencias ofrecidas con el paso del tiempo quizá no han sido suficientemente reconocidas.

 

Calificación: 3’5