MOVIE CRAZY (1932, Clyde Bruckman) Cinemanía
Viendo las imágenes de MOVIE CRAZY (Cinemanía, 1932. Clyde Bruckman), lo primero que le viene a uno a la mente es poner en tela de juicio la valoración largamente establecida, a la hora de subrayar el hipotéticamente decreciente interés mostrado por las estrellas del cine cómico mudo, cuando tuvieron que enfrentarse en el sonoro. Es evidente que habrá títulos que podrían matizar esa riqueza de las silent movies, pero creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que fue precisamente en la evolución seguida en este género, donde mejor pudo aplicarse un adecuado caldo de cultivo en la adaptación al sonoro dentro de la producción cinematográfica. En ese sentido, creo que el título que nos ocupa se ofrece como un exponente relevante de dicha aseveración. El film de Bruckman –codirector de THE GENERAL (El maquinista de la general, 1927, junto a Búster Keaton), destaca no solo por plantearse como una comedia que sabe mantener la esencia del planteamiento slapstick e introducir su sonoridad y diálogos sin excesiva dependencia, sino fundamentalmente por estar realizada con una frescura infrecuente dentro del cine norteamericano de aquellos primeros años treinta, en líneas generales aún demasiado dependiente del estatismo teatral. En su oposición, nos encontramos con una comedia revestida de sorprendente modernidad, que juega por lo general con acierto en su servilismo a las posibilidades y características de su protagonista –el film está producido por la propia compañía de Harold Lloyd, quien al parecer dirigió sin acreditar varias de sus secuencias-, y en el respeto a unas fórmulas cómicas de probada eficacia, dosificadas además por una realización ágil y fresca –su utilización de la grúa sirve a secuencias realmente magníficas-. Pero yendo más lejos en esos objetivos, es fácil constatar que MOVIE CRAZY se erige como una inteligente mirada hacia las interioridades del mundo de Hollywood –no supera, sin embargo, los logros de la mirada nostálgica exhibida por King Vidor en su excelente SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928)-, en la que no se ausenta un importante componente surrealista, que no dudo fue captado por nombres como Jerry Lewis o Blake Edwards. Y es que títulos como THE ERRAND BOY (Un espía en Hollywood, 1961) –la irrupción del protagonista en escenarios y situaciones que subvierte con su presencia- o la mayestática THE PARTY (El guateque, 1968) –las incidencias que se suceden en la secuencia de la fiesta, el equívoco que se produce al ser invitado en la misma por error, la descripción de los personajes de los enojosos productor y director-, jamás podrían haber sido realidad de no existir este precedente que, sin lugar a duda, se erige como uno de los títulos más valiosos de la filmografía de Lloyd.
Harold Hall (Lloyd) es uno más de tantos y tantos jóvenes obsesionados con la posibilidad de triunfar como actor en Hollywood. Con esa intención envía una propuesta a uno de los estudios, confundiéndose la fotografía remitida con la de un joven apuesto. Ello motivará una respuesta escrita de cierto entusiasmo que animará a nuestro protagonista a viajar hasta Hollywood. A partir de dicho desplazamiento, la película se erigirá en una sucesión de secuencias dominadas por un doble equívoco: el que el mismo ha fomentado inadvertidamente al ser confundido con otra persona, y también el que sufrirá al mantener un acercamiento con dos mujeres que, en realidad, son la misma. A través de esta circunstancia, el film de Bruckman sirve a los rasgos que definieron la personalidad cómica de Lloyd, pero al mismo tiempo se erige como un documental bastante atractivo de los modos que definían el mundo cinematográfico en aquellos tiempos, entorno que llega a subvertir por una visión establecida mediante la penetración en los propios mecanismos que el mundo cinematográfico potenciaba para crear su propia irrealidad. Esa incorporación del provinciano Harold en los decorados, escenarios y situaciones propias de la sugestión de la fábrica de sueños, es indudable que fue un elemento que años después fue retomado por algunos de los exponentes más prestigiosos de la revisitación que el slapstick vivió en la década de los sesenta. Que duda cabe que esta circunstancia podría ser un elemento suficiente de cara a la valoración de esta película, pero lo que importa en ella es, bajo mi punto de vista, la frescura y modernidad de su realización, su eficacia como tal producto cómico y, de forma muy especial, la presencia de dos fragmentos que pueden erigirse sin duda entre los más valiosos ofrecidos por el cine cómico en dicha década. Por un lado, la magnífica secuencia de la fiesta, en la que se muestran diversos registros cómicos –potenciados por la brillante situación de vestirse Harold de manera equivocada con el smoking de un mago-, que violentarán la rigidez e hipocresía de la misma, al tiempo que esta es potenciada por una realización llena de agilidad, que servirá como marco para una auténtica catarata de gags que culmina con una invasión de pequeños ratones, provocando el terror entre la concurrencia –no se puede omitir la hilaridad que produce ver a un hombre amanerado horrorizado aún más que cualquiera de las mujeres presentes-.
El otro momento de especial interés –aunque este combina al mismo tiempo elementos cómicos con otros procedentes de otros géneros-, reside en la larga secuencia de la pelea que el protagonista mantiene en una secuencia propia del cine de aventuras, preparada como culminación del rodaje de una película. Ficción y realidad se dan de la mano en un fragmento modélicamente filmado, que aún sigue mostrando su pericia y capacidad de fascinación, y que sirve como culminación a una comedia a la que solo cabe exigir un pequeño esfuerzo; obviar la ausencia de lógica que existe en la reiterada presencia del protagonista en unos estudios donde jamás ha sido contratado. Si esta convención se admite, no hay nada que impida disfrutar de una propuesta que se mantiene llena de frescura, y a la cual las influencias ofrecidas con el paso del tiempo quizá no han sido suficientemente reconocidas.
Calificación: 3’5
3 comentarios
Eugenio Murcia -
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estremecido al descubrir THE CROWD (1928, King Vidor), en un momento además
en el que mi afición al cine se tambaleaba -el otoño de 1997-, o una joya
ignorada como THE LOST MOMENT (1947, Martin Gabel). Años después, esa
parcela la ocupó para mi el canal CINECLASSICS de Digital Plus, hasta que en
2004 lo cerraron... Desde entonces el espectador español no tien ninguna
plataforma en la pantalla para ir revisando títulos del cine del ayer. En
cuando a MOVIE CRAZY, está editada en DVD dentro del lote de Harold Lloyd
que se encuentra en DVD. También se encuentra en los foros de cine clásico.
Saludos,
Juan Carlos
El 16 de noviembre de 2010 06:16, Blogia <
thecinema.2008102601....@email.blogia.net
Eugenio Murcia -