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CINEMA DE PERRA GORDA

KANSAS CITY CONFIDENTIAL (1952, Phil Karlson) El cuarto hombre

KANSAS CITY CONFIDENTIAL (1952, Phil Karlson) El cuarto hombre

KANSAS CITY CONFIDENTIAL (El cuarto hombre, 1952) es uno de los exponentes más acabados y logrados de ese conjunto de realizaciones que, desde finales de los cuarenta, marcaron el mejor momento profesional de Phil Karlson. Títulos como el mencionado, THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955) –quizá su obra más lograda y radical-, 99 RIVER STREET (Calle River, 99. 1953) o SCANDAL SHEET (1952), le permitieron insertar su firma entre la de aquellos directores especializados en el thriller que, quizá situados en un peldaño inferior al de otros exponentes más valorados –y en este terreno concreto, quizá habría que matizar merecimientos más o menos justificados-, sin embargo brindaron un conjunto de obras que el paso de los años ha recibido una merecida estima de comentaristas y aficionados. En el referente que nos ocupa, lo cierto es que Karlson logra imbricar su relato, por un lado de fisicidad, garra y fuerza expresiva en su puesta en escena, mientras que en su vertiente temática esconde un desarrollo dramático lleno de vericuetos, que responde finalmente a una crítica nada solapada de una sociedad como la urbana de aquel tiempo, en la que la que los estragos del periodo mccarthysta no suponían más que la piedra de toque a una sociedad policial y menguada en sus libertades y derechos. En este sentido –aunque de forma muy sutil-, lo cierto es que creo que KANSAS CITY… se erige como uno de los testimonios más valiosos de esta vertiente, dentro de un relato en el que una simple confusión llevará al inocente protagonista Joe Rolfe (John Payne), a ser confundido como el autor del robo a un banco, siendo detenido y encarcelado por la policía, y torturado con la vana esperanza de lograr de él la confesión ante una acción delictiva inexistente por su parte, pese a que en el pasado una deuda de juego le llevara a prisión. El hecho es que Rolfe saldrá de la cárcel marcado: perderá su empleo y solo logrará la tímida ayuda de un amigo suyo que regenta un bar, al cual salvó la vida en Iwo Jima. Esa ambivalencia en torno a la dudosa moralidad de las fuerzas del orden, se muestra también en el personaje encarnado por el veterano Preston Forster –Tim Foster- policía retirado del servicio por un oscuro asunto, y quien realmente ha procedido de manera milimétrica con la operación de asaltar un banco, captando previamente a los ejecutores del mismo.

En la propia vertiente narrativa, el film de Karlson muestra desde su primera secuencia –carente de diálogos-, esa capacidad para plasmar en la pantalla el bullir de una sociedad urbana aparentemente cómoda en el progreso, pero que en esta escena de apertura se encuentra dominada por la mirada de Foster, anotando los últimos detalles para perfilar un atraco perfecto. Para ello captará la colaboración de tres reconocidos delincuentes –algunos de ellos buscados, otros con una experiencia previa en la fiesta-, reuniéndose con ellos cubierto con una máscara, elemento que también obliga a todos los asistentes que lleven puesta, para evitar que ninguno de ellos se reconozca entre sí. Esa determinación temática y puramente visual, es indudable que brinda tanto a las secuencias del atraco como a las inmediatamente posteriores, una extraña configuración que podría remontarnos a ilustres representantes del serial cinematográfico.

Tras el asalto –que desembocará en la detención errónea de Rolfe, quien portaba una furgoneta de similares características a la del robo-, los autores son separados durante semanas, teniendo el compromiso del cerebro de repartir las cantidades una vez los cite en un lejano lugar. En el ínterin de esta circunstancia, nuestro protagonista se empeña en la búsqueda de los verdaderos autores del atraco, llevándole su búsqueda hasta Tijuana, donde trabará contacto con uno de los ladrones –Pete Harris (magnífico Jack Elam)-, viajando con él hasta México para acercarse al resto de protagonistas del asalto. Sin embargo, la casualidad motivará que Harris sea abatido por la policía mexicana en la frontera, asumiendo Rolfe la personalidad del muerto en esa reunión anunciada por telegrama para repartir el ansiado botín. Una vez llegado hasta el destino, pronto el espectador se familiarizará con las andanzas del cerebro y el resto de ladrones, pasando todos ellos unas pequeñas e inusuales vacaciones sin conocerse inicialmente unos a otros. En su falsa identificación como Harris –guarda la máscara y la carta marcada que le debería identificar-, Rolfe será recibido hostilmente por los otros dos ladrones. Sin embargo, lo que ninguno de ellos sabe es que el cerebro del golpe es el degradado policía Tim Foster, quien por otra parte se plantea la posibilidad de utilizar un contacto policial con el que sigue manteniendo amistad, de cara a delatar los autores del robo y devolver la cantidad robada –cuyos billetes en realidad se encuentran todos marcados y numerados-, recibiendo a cambio una importante recompensa por parte de los responsables de la compañía aseguradora. A todo ello, cabrá añadir la inesperada llegada a territorio mexicano de la hija de Foster –Helen (Coleen Gray)-, quien desde el primer momento se mostrará atraída hacia el protagonista.

Toda una interrelación de personajes, motivaciones, situaciones y tensiones internas, que Karlson en este último tramo resuelve magníficamente cuando tiene que atender la definición de la tipología de delincuentes –potenciados por las magníficas prestaciones del ya citado Jack Elam, Lee Van Cleef y el estupendo Neville Brad-, siendo servidos por intensos y nerviosos primeros planos, unidos a otras secuencias planteadas en plano medio, donde la ubicación y la propia configuración de la presencia de sus intérpretes adquiere tintes casi expresionistas. Algo similar, es lo que caracterizaba los momentos más paroxísticos del cine noir puesto en práctica por directores como Robert Aldrich, Joseph H. Lewis o Sam Fuller e incluso en algunos títulos de Don Siegel. Lo cierto es que buena parte de las cualidades de KANSAS CITY… tienen su manifestación más adecuada en esas secuencias iluminadas con un contrastado y noqueante blanco y negro, obra de George E. Diskant, sobre las que se manifiesta esa sensación de turbiedad moral, de desencanto colectivo que finalmente se expresa en constantes estallidos de violencia y, sobre todo, en una ambivalencia social existente que permite que un inocente sea prácticamente torturado por las fuerzas que han de velar por la integridad del ciudadano, mientras que paradójicamente el golpe eje de la acción haya sido fruto de la capacidad de observación y la tenacidad manifestada por un veterano ex policía, asqueado por el rechazo que sus propios compañeros le brindaron en el pasado. Lo cierto es que con bastante pertinencia, Karlson unifica en una misma dirección la reflexión social con la tensión propia que emana del propio relato, combinando secuencias de gran fuerza y soterrada violencia con elementos que, más escorados a la presencia de ese previsible romance entre Helen y Rolfe, de alguna manera chirriante en un conjunto dotado de una considerable dureza, eficacia, fuerza física, una expresión visual inconfundible y, al mismo tiempo, extrapolable a todos aquellos directores que en aquellos años se especializaron en títulos de estas características –los ya citados Lewis, Fuller, Aldrick, etc.-.

Muy interesante este KANSAS CITY CONFIDENTIAL, aunque la resolución final del film quizá se antoje un tanto blanda o apresurada en su conclusión. Ello, sin embargo, no debe llevarnos a una valoración que no corresponda a sus reales méritos; la de ser un thriller estupendo.

Calificación: 3’5

1 comentario

cristóbal -

Muy buena crítica, Juan Carlos. Me sumo a la reivindicación de Karlson. Lástima que condensara todo su talento en una década de cine. En diez años hizo otras tantas excelentes películas. El salario de la violencia, Los hermanos Rico y Five against the house están pidiendo una urgente revisión.