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CINEMA DE PERRA GORDA

I AM THE LAW (1938, Alexander Hall) Yo soy la ley

I AM THE LAW (1938, Alexander Hall) Yo soy la ley

Pese a la relativa estima que me merecen las obras que Alexander Hall realizara a lo largo de su extensa carrera, generalmente escorada en la comedia, lo cierto es que esta actitud de partida no me impide reconocer la relativa decepción que me produjo el reciente visionado de THE DOCTOR TAKES A WIFE (El doctor se casa, 1940), así como la existencia de títulos de inferiores calidades, como pudieran ser el por otro lado agradable musical DOWN TO EARTH (La diosa de la danza, 1947). En cualquier caso, no es menos cierto que en la figura de Hall encontramos a un profesional competente, esencialmente ligado a la Columbia, estudio al cual legó sus obras más logradas.

 

Valga esta digresión como preludio al comentar la extraña I AM THE LAW (Yo soy la ley, 1938. Alexander Hall), en la que inicialmente nos aventuramos en un terreno de comedia familiar, aunque pronto el discurrir del film nos llevará a unos derroteros que podrán oscilar entre el melodrama, la crónica policial, y el sustrato de un film social de discutibles planteamientos éticos, a la hora de intentar atajar la plaga de delincuencia y extorsión existente en la ciudad donde se desarrollará su planteamiento argumental. Un proceso violento y de grandes tensiones sociales, que permitirá que las autoridades locales encarguen para solucionarlo a profesor de derecho John Lindsay (un estupendo Edward G. Robinson), en realidad una oferta puesta en juego por algunos de los altos responsables de esta cadena de extorsiones, al objeto de que con dicha elección, al menos se eliminen bandas de poca monta. Lindsay iniciará su proceso de investigación, dejando de lado el crucero vacacional que iba a realizar con su esposa –Jerry (Barbara O’Neil)-, e introduciendose en el terreno de la investigación con gran entusiasmo, aunque muy pronto de dará cuenta del enorme miedo que existe entre los vecinos, que se niegan a actuar como testigos para denunciar a los chantajistas, asesinos y grupos que llenan de terror una sociedad pacífica. A partir de dicho reconocimiento, se producirán diversas circunstancias, algunas de ellas cuales reveladoras del ingenio y capacidad de observación de Lindsay, mientras que en otras el contraataque hacia su figura lo llevarán a dimitir del cargo de fiscal que había asumido.

 

Sin embargo, nuestro protagonista no cejará en su empeño, aunque en un momento determinado un acontecimiento trágico enturbiará el buen desarrollo de su cometido. Cuando había logrado que uno de estos ciudadanos agraviados actuara como testigo, el chivatazo de la llamada por parte de un funcionario ligado a los especuladores –aunque esta acción no se advierta directamente en la película, sí se intuye la procedencia de la misma-, provocará al asesinato de este, dejando viuda y dos hijos. La dramática circunstancia forzará a la destitución del fiscal, aunque ello no logre amedrentarle para proseguir en su labor, contando para ello con la ayuda desinteresada de un buen grupo de sus más destacados alumnos de la facultad. La imparable racha estrechará el cerco en torno a la figura del acaudalado y aparentemente respetable Eugene Ferguson (Otto Kruger), con el agravante de que su hijo Paul (John Beale) es el más brillante y sincero colaborador de Lindsay. Todos estos inconvenientes les llevarán a efectuar –en una prórroga in extremis por parte del gobernador-, a una poco ortodoxa redada hacia los extorsionadores de la ciudad, en la que finalmente los presumibles testigos lograrán –venciendo los miedos que manifiestan en una sincera conversación con el promotor de la acción-, finalmente atreverse a declarar en contra de ellos. Sin embargo, la perseverancia y eficacia de Lindsay llegará más lejos; logrará grabar una situación que comprometerá la aparente inocencia de Ferguson, provocando de este un reconocimiento que culminará incluso en su sacrificio en beneficio de su hijo, al tiempo que evitará la muerte de quien le ha llevado hasta dicha situación, e incluso facilitando el futuro de la viuda e hijos del testigo asesinado cruelmente en el desarrollo de esta lucha contra clanes de extorsionadores.

 

No se puede negar que I AM THE LAW mantiene en su metraje ciertas imprecisiones, y en algunos momentos deja de lado elementos que pudieran definir mejor su progresión dramática. No obstante, creo que son detalles secundarios en la medida que finalmente el film de Hall logra despegarse de su condición de ser un producto centrado en el lucimiento del protagonismo de Edward G. Robinson –faceta que cubre sobradamente sus objetivos, y que tiene otros ejemplos, como el de la fordiana THE WHOLE TOWN’S TALKINGN (Pasaporte a la fama, 1935)-, erigiéndose como un relato que combina con casi admirable precisión los registros de comedia casi familiar, su faceta como relato de crímenes y su condición de apólogo moral –aspecto este en el que debemos de ser un tanto condescendiente, a la hora de justificar los pocos ortodoxos métodos del protagonista para restablecer la ley-. En cualquier caso, nos encontramos con un relato dotado de un ritmo ligero pero siempre adecuado y que, paulatinamente, va derivando sus objetivos de forma sutil, hasta inclinarse hacia un sendero puramente dramático, sin que por ello pierda su condición de comedia. Esta circunstancia es sobrellevada con esa mirada naturalista hacia lo relatado, y recurriendo de manera clara a la elipsis, para con ello soslayar y desdramatizar aquellos elementos de índole más trágica –el mismo hecho del asesinato del testigo que iba a servir para actuar legítimamente contra los extorsionadores, el previsible chivatazo que el espectador intuye se va a producir para eliminar a este testigo padre de familia-, e intentando mostrar una mirada divertida a ciertas situaciones ligadas a la tensión del thriller; el intento de asesinato de Linsday, que este responde de forma inesperada al ensayar con la pistola que acaba de regalarle su esposa, y que se prolonga en la secuencia siguiente, en la que este detiene al autor del atentado, acusándole de ¡ejercer la medicina! –él mismo se ha curado la herida en la mano que le ha proporcionado el disparo de réplica del fiscal-

 

Esa alternancia de detalles de comedia –como la sempiterna pipa encendida que quema todos los abrigos del protagonista, y que delata el rasgo despistado de su personalidad-, con la presencia de una creciente tendencia a la tensión argumental, alcanzará en los últimos minutos verdadera intensidad mediante la presencia de esa pantalla que permitirá al protagonista acusar definitivamente a los principales cabecillas de la red, y al espectador asistir a un singular flash-back sin tener que recurrir directamente al mismo –es sin duda la situación formal más atractiva de la película-. Lo que sigue es aún de superior entidad, el diálogo en que Lindsay y Ferguson padre se sinceran tiene bastante de muestra de cariño de un padre hacia un hijo que afortunadamente ha inclinado su existencia del lado de la ley, y de un profesor que admira la misma cualidad de integridad en el que es su alumno más destacado. Es por ello que Ferguson renuncia moralmente a esa lucha –y la mirada de este hacia Lindsay, quien le responde “todos hemos de morir pronto”-, prácticamente llevan en su semblante la idea del suicidio. Lo pondrá en práctica precisamente viviendo en carne propia el atentado que estaba destinado para poder liquidar de una vez por todas a ese hombre despistado pero convincente, que finalmente había logrado poner en jaque la estabilidad de una ciudad. Una vez más, el dramatismo de la situación se mostrará de forma sutil e incluso emocionada, ya que la capacidad de intuición y complicidad que se establece entre dos personajes tan contrapuestos como Ferguson y Lidsay, permite ante todo comprobar el lado humano de alguien hasta entonces dominado por su afán de enriquecimiento ilícito, y la capacidad de comprensión de quien ve en él fundamentalmente, al padre de su discípulo más admirado.

 

Una singular combinación de géneros manifestada en I AM THE LAW, que da como resultado un título amable, atractivo e intrigante a partes iguales, en un periodo en donde la comedia de tintes sociales tuvo un cierto acomodo en Hollywood –por ejemplo, podría citarse THE MALE ANIMAL (1942. Elliot Nugent)-.

 

Calificación: 3

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