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CINEMA DE PERRA GORDA

KING & COUNTRY (1964, Joseph Losey) Rey y patria

KING & COUNTRY (1964, Joseph Losey) Rey y patria

Consagrado –merecidamente- entre la crítica internacional, tras el éxito de THE SERVANT (El sirviente, 1963), la figura de Joseph Losey se encontraba en aquel entonces disfrutando del momento de mayor reconocimiento de su obra, marcando en ella su innegable destreza para plasmar dramas en donde el tratamiento psicológico llegara a niveles pocas veces igualados en el cine hasta entonces, al tiempo que formular discursos críticos sobre la desigualdad y el conflicto de la lucha de clases, describiendo y cuestionando –no siempre con similar grado de acierto cinematográfico- diversas lacras marcadas en la sociedad, inicialmente en su Norteamérica natal y, más tarde,  con mayor contundencia y lucidez, y una impronta fílmica más definida, en una Inglaterra que muy pronto acogió como propia la fuerza y personalidad del realizador.

 

Dentro de este contexto, el norteamericano refugiado en Gran Bretaña proseguirá en ese “dulce momento” de su obra, llevando a la pantalla un guión de Evan Jones, tomando como referencia diversas historias y poemas procedentes de autores literarios británicos. Con ese material de partida, KING & COUNTRY (Rey y patria, 1964) se retrotrae a los últimos momentos de la I Guerra Mundial, centrando la ajustada duración de su propuesta dramática en el proceso y posterior condena a muerte que sufre el joven soldado Arthur Hamp (Tom Courtenay). Se trata de lo que podríamos denominar “un pobre hombre”, ya que su ausencia de carisma y firmeza le llevará a confesar que se inscribió como voluntario en el ejército, para hacer ver a su esposa y su suegra que podía servir al Rey. Su simpleza llevará aparejada un atisbo de ingenuidad, que no obstante le permitirá ser el único superviviente de su batallón dentro de los tres años de desempeño de su condición militar. En un momento determinado, hastiado de la situación vivida, decidirá escaparse del lugar de concentración, siendo detenido en Londres al día siguiente y devuelto a su destacamento, donde será encarcelado a espera de juicio. Al aproximarse este, acudirá el capitán Hargreaves (Dirk Bogarde) como su defensor militar, persona ante la cual Hamp se mostrará sincero en sus manifestaciones, y esperanzado en el apoyo que pueda proporcionarle. El juicio militar se celebra en plena retaguardia, y aunque Hargreaves formula una defensa revestida de sincera elocuencia, la llegada de unas órdenes externas llevarán a la condena del joven protagonista, siendo finalmente fusilado entre grandes dolores, no sin haber vivido una tenebrosa fiesta nocturna con sus compañeros, aportando todos ellos la bebida necesaria para que el pobre soldado pueda resistir la llegada de su ejecución.

 

Casi cuarenta y cinco años después de su realización, puede decirse que el film de Losey ha aguantado más que bien el paso del tiempo. Es curioso a este respecto consignar la general oscilación que la obra del norteamericano - británico ha venido alcanzando a lo largo de los años. En su momento estaba calificado como uno de los grandes realizadores de su tiempo. Pocos años después, su cine fue cuestionándose de forma totalmente injusta –aunque a ello contribuyera una trayectoria posterior ciertamente poco distinguida-, hasta llegar a un punto en que su nombre prácticamente era una pura arqueología. El ciclo se ha venido renovando desde hace algunos años, cuando su obra está emergiendo de ese injusto escondite que muchos críticos y comentaristas le proporcionaron, permitiéndola contemplar con una mirada limpia y serena. Es quizá el contexto adecuado que lleve a ver sus películas de forma desapasionada, dejando de lado su alcance discursivo y valorando las más que notorias cualidades esgrimidas por el Losey específicamente cineasta.

 

En este sentido, creo que una mirada despojada de todo prejuicio nos permite apreciar el ejercicio intimista, depurado de todo artificio dramático, precisamente dentro de una escenografía lúgubre, opresiva y en la que apenas hay atisbo para la esperanza, que domina las imágenes de KING & COUNTRY. Dentro de dicho marco de intenciones, Losey apuesta de forma clara por la intensidad de la breve relación que se establece entre ese pobre sujeto, que ha caído en las redes de aquellos que realmente lo van a matar sin apenas pestañear, por intentar ser alguien a los ojos de las personas que, en teoría, deberían quererle, y precisamente por una escapada tras tres años de lucha eficaz y tenaz. No importa, la historia nos trasladará al absurdo de la propia guerra, a la inexistencia de lógica y respeto hacia el individuo en periodo de contienda y al nulo precio que la vida –en su conjunto- tiene en un entorno bélico, como proyección descarnada de ese lado oscuro e inquietante latente en la condición humana. Entre los barrizales que rodean las improvisadas instalaciones, la abundancia de cadáveres de animales e incluso personas en su entorno y la presencia siempre constante de la lluvia, se completa una escenografía lívida y, por momentos, espectral, que servirá como entorno para que ese tan sencillo como revelador acercamiento de Hargreaves hacia Hamp, jamás pueda evitar en el primero, expresarse como un representante codificado del estamento militar. No será hasta comprobar como la sentencia de la condena a ser fusilado va a ser realidad, cuando manifieste ante los mandos totalmente indignado: “Somos una pnadilla de asesinos”. Ello no evitará que en su posterior encuentro con el pobre condenado, le reprenda por la acción cometida, sin cuya torpe deserción nada de lo que va a suceder hubiera tenido existencia.

 

En esas disquisiciones, esos giros, en las miradas muchas veces sin diálogos que se intercalan los componentes del tribunal y los propios compañeros del condenado, se encuentra esa extraña sensación de hastío, de inútil contención ante el debido respeto a unas normas que ahogan al individuo bajo objetivos, mandos y normas precisamente utilizada por los estados para doblegar la voluntad de sus súbditos. Todo ese soterrado sentimiento de horror contenido, está espléndidamente representado en el film de Losey, quien prefiere ser físico y descriptivo, antes que cargar las tintas de forma innecesaria, siendo consciente de la seguridad del material con que trabaja, y la más que probada solidez del equipo técnico y artístico de que dispone. En este sentido, es de justicia destacar la espléndida e intensa dirección de actores con que cuenta la película, centrada de manera muy especial en el joven Tom Courtenay –memorable en los planos finales, cuando adquiere conciencia de la inminencia de su muerte- y en un Dirk Bogarde que ofrece un alarde de matización y evolución de su personaje, dotado además de rasgos bien diferentes a otros roles suyos más característicos. Bien rodeados de un equipo interpretativo sin mácula, lo cierto es que KING & COUNTRY llega hasta nuestros días con la contundencia de su mensaje de denuncia pero, sobre todo, con la fuerza que siguen manteniendo sus imágenes, el rigor de la construcción de su planteamiento dramático y, finalmente, la incomodidad que proporcionan esas secuencias finales, en las que el fusilamiento del soldado constituye un sobrecogedor espectáculo, que finalmente Hargreaves tendrá que culminar con un doloroso tiro de gracia, mientras le pregunta al aún moribundo Hamp “¿Sigues sufriendo?”.

 

Es indudable que al film de Losey le sobran esos rasgos accesorios que marcan algunas incidencias de los soldados en el destacamento, ajenas al elemento central de nuestra historia, y centradas en un rasgo simbólico que hoy permanece algo envejecido –por ejemplo, esa rata que han cazado y que ejerce como metáfora del juicio sufrido por el soldado-. También algunas elecciones formales que ante nuestros ojos sobrellevan una cierta tendencia al énfasis y la retórica cinematográfica, opciones visuales estas que tuvieron previamente mejor integración en otros títulos del director, como fue el ya citado THE SERVANT. De todos modos, ni que decir tiene que KING & COUNTRY sigue permaneciendo buena parte de su revulsivo –a mi juicio con más eficacia, dentro de su sencillez, que la a mi juicio excesivamente retórica PATHS OF GLORY (Senderos de gloria, 1957. Stanley Kubrick), con la que guarda no pocas semejanzas-, quedando como un valioso y, por momentos, conmovedor exponente de la vigencia que aún sigue manteniendo el mejor cine de Joseph Losey en nuestros días.

 

Calificación: 3’5

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