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CINEMA DE PERRA GORDA

THE PROWLER (1951, Joseph Losey) El merodeador

THE PROWLER (1951, Joseph Losey) El merodeador

¡Cuantos vaivenes se ha producido en la cotización cinematográfica de Joseph Losey! Pocos cineastas han sufrido más altibajos, sin tener que coincidir necesariamente con los manifestados por una obra desigual –creo que se trata de algo admitido por todos-, quizá en su momento –los años sesenta- entronizada con demasiada facilidad a tenor de lo que de ella se conocía –y estrenaba-, y a la que una prematura decadencia –unido a la crisis de los motivos ideológicos que entronizaron su figura-, propiciaron que su nombre discurriera con tanta rapidez al olvido como efímera fue su fama. Y quizá fuera tan injusta como la otra, puesto que si hemos de reconocer de nuevo esa irregularidad –tan comprensible, por otra parte, con cualquier hombre de cine-, no es menos cierto que en la figura del cineasta de Wisconsin se da cita un título magistral –bajo mi punto de vista- como THE SERVANT (El sirviente, 1963) y al menos una docena de títulos llenos de brillantez, entre los cuales se aúna una andadura fílmica que todavía no ha sido analizada en su debida perspectiva –en España esta laguna ha sido cubierta por el buen amigo Ximo Vallet con su estupendo y reciente libro monográfico-. Y dicho análisis ha de partir con ese debut que desconcertó a no pocos –THE BOY WITH GREEN HAIR (El muchacho de los cabellos verdes, 1947)- en la medida que fue valorado y con posterioridad desechado por su planteamiento ideológico, aunque si en mi opinión reviste un interés claro es precisamente por la sensibilidad que muestra a la hora de narrar la historia de una amistad –saber expresar en la pantalla conflictos y sentimientos de personajes creíbles-, iniciando un periodo en su Norteamérica natal, que si bien se introdujo en algunos casos dentro de una senda periclitada a nivel fílmico –la mediocre THE LAWLESS (1950)-, muy pronto fructificó en exponentes que avalaban una sensibilidad fílmica que aunaba contenidos y formas. Prueba de ello lo expone THE PROWLER (El merodeador, 1951), considerada por no pocos como la mejor de sus obras realizadas bajo suelo norteamericano. No me atrevería a realizar una afirmación tan categórica, en la medida que tengo pendiente acceder a su controvertida M (1951) –una propuesta polémica, que hasta hace poco tiempo era imposible rebatir, en la medida que la nueva versión del film langiano prácticamente no se podía contemplar-, pero cierto es que nos encontramos ante una propuesta madura, integrada en ese concepto de cine comprometido en una senda ideológica progresista, escorada a un terreno de la serie B, y al mismo tiempo revelando con el paso del tiempo una innegable solidez fílmica. En el título que nos ocupa, no cabe duda que Losey ya articula uno de los personajes que, en el posterior discurrir de su obra, se irá perfeccionando y tendrá expresiones más acabadas. Será el germen de sus posteriores protagonistas arribistas y desclasados, a partir de cuyas acciones y maquinaciones pretenderán subvertir la división establecida en los contextos sociales que emanen de sus ficciones.

En esta ocasión, el centro de atracción queda fijado en el perfil del policía Webb Garwood (una de las mejores composiciones de la filmografía de Van Hefflin, sabiendo dotar en todo momento a su personaje de la necesaria ambigüedad). Garwood, de alguna manera, ha trazado el objetivo de su vida en la figura de la aún deseable Evelyn Keyes (Susan Gilvray). Evelyn es la esposa de un locutor radiofónico, disfrutando la pareja de una situación estable y acomodada que de alguna manera nuestro protagonista deseará revertir en su beneficio. Para ello actuará como un merodeador, actuando a continuación en su condición de agente de policía en el domicilio de la asustada esposa. A partir de ese encuentro inicial, Losey articulará un brillante bloque de secuencias, centradas todas ellas en el interior de la residencia de los Keyes. Allí desarrollará una de las primeras muestras que, en su cine, quedará definida por una renovada muestra de drama psicológico. En este largo fragmento –que se extenderá en un tercio de los ochenta minutos de duración del film-, el director mostrará una notable progresión en la capacidad de seducción puesta a punto por el agente de la ley –brillante el detalle en el que descubre la fortuna de setenta mil dólares que el esposo incluye en su testamento para Evelyn-, en torno a esa mujer que vive su rutina diaria escuchando sin cesar las locuciones de su esposo –que llega a grabar en discos de la época, para que este pueda recordarlas con posterioridad-. A través de esa constante manifestación de tediosa cotidianeidad, como si fuera una sinuosa serpiente, Webb logrará atraer hacia así la atención de una Evelyn que en un momento dado se mostrará reacia a intensificar su relación con un hombre que, pese a todo, la ha hecho sentirse viva. Por otra parte, el agente logrará enterarse de las interioridades del matrimonio, conociendo que su esposo era impotente, lo que le facilitará en su tarea manipuladora cara a acercarse a Evelyn y, con ello, alcanzar esa estabilidad social que ha buscado desde que ejerciera por vez primera como merodeador. Lo hará de nuevo, ya con la intención clara de asesinar al esposo de Evelyn –al que solo veremos su rostro en el preciso momento de su muerte-, simulando haber ejercicio la defensa propia al atacar a quien creía era el mismo merodeador que denunciaban en las inmediaciones de la residencia de los Keyes. La acción de nuestro protagonista será llevada a juicio –estando siempre en primer plano la indignación de su viuda, que sabe de la intención asesina de este-, aunque el jurado absuelva a este, considerando que se actuó en defensa propia.

Pese a las reticencias de esta, poco a poco Bill logrará extender ante ella una tela de araña que la lleva a casarse con él, viviendo ambos su luna de miel en el motel que han adquirido con el dinero de la herencia que ella ha recibido, lo que en principio debería suponer el inicio de una estabilidad para ambos, habiendo este abandonado las tareas policiales –y según él, el uso de todo tipo de armas-. Sin embargo, pronto se mostrará la verdadera faz de una relación que se ha fraguado de forma artificial, cuando Evelyn confiese a su ya esposo que se encuentra embarazada de cuatro meses. Lo que en teoría debería ser motivo de alegría, supondrá para el protagonista un nuevo elemento de desazón y, en definitiva, el afloramiento del lado más oscuro de su personalidad. No le importará tanto ser padre, como el hecho de que el bebe pueda provocar la revisión del caso en el que su crimen se encubrió como un hecho accidental, al revelar las relaciones que mantenían los hoy esposos antes de que este falleciera. Ello incluso hará plantear en él la posibilidad de un aborto, aunque finalmente acceda a ser llevada a un pueblo abandonado –una solución ingenua de planteamiento, pero tremendamente efectiva a nivel visual-. Será una especie de fatum, donde intentarán hacer renacer una relación que aparece por completo herida –impecable el detalle de la presencia de la voz en off del anterior esposo de Evelyn, al insertar un disco por error-, hasta que la presencia de una tormenta mientras se avecina el parto de esta, convencerán a Webb a localizar a un viejo doctor en la ciudad, para con ello traer a la luz al pequeño hijo de ambos. Pese a las precauciones de este para no ser reconocido, no podrá evitar que la venida del recién nacido sea el principio del fin de su plan. Un plan este en el que en última instancia tendrá un papel destacado la astucia de su esposa –centrada sobre todo en el deseo de salvar a su bebé-, sirviendo como catarsis para la inmolación de ese policía que un día intentó vislumbrar la manera para despuntar de su confinamiento social. Se trata de un episodio final –todo el capítulo desarrollado en esa ciudad abandonada, iniciado a partir de un intenso fundido en negro- en el que podemos detectar ciertas huellas con ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder) –estrenada medio año antes que el título que nos ocupa-.

En realidad, THE PROWLER destaca en las formas con las que Losey despliega el trazado de ese drama psicológico ribeteado de matices progresistas, propios no solo de la personalidad que definía ya a su cineasta, sino también por su inserción en el contexto de un tipo de cine que se situaba al margen de la producción de los grandes estudios. Unas propuestas que servían como marco oportuno para expresar en estas pequeñas películas, no solo discursos atractivos que demostraban la inquietud de ese conjunto de intelectuales progresistas insertos en el cine de aquellos años de posguerra sino, sobre todo, la vitalidad narrativa y visual de hombres de cine que exploraban sus capacidades de manera incipiente, irregular, pero en ocasiones llenos de atractivo. Este fue uno de ellos, destacando ese preciso estudio de caracteres –en especial el de esa esposa insatisfecha, incapaz de tomar la iniciativa hasta el momento en que haga realidad sus deseos de maternidad-, y en la capacidad de Losey para transmitir esos sinuosos trazados psicológicos que, con el paso del tiempo, y sobre todo a partir de su llegada a Inglaterra, se convertirían en su principal baza como cineasta.

Calificación: 3

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