CITY OF FEAR (1959, Irving Lerner)
No cabe duda que más allá de la veneración que Martin Scorsese sentía por MURDER BY CONTRACT (1958), su culto se sustenta en las excelencias como uno de los exponentes más singulares del noir tardío, otorgando con el paso del tiempo una cierta aura a su realizador, el extraño Irving Lerner. Pero dentro de su no muy extensa filmografía, al año siguiente este volvió a un terreno en el que demostró una notable destreza, y del que solo cabe lamentar no perseverara en ocasiones posteriores. Así pues, creo que el discurrir de medio siglo ha logrado insuflar de un atractivo suplementario a estas dos aportaciones al cine policíaco, que algunos especialistas como Tavernier y Coursodon menospreciaban aduciendo a la presunta indigencia narrativa de un realizador, que confiaba ciegamente a la hora de planificar en la pericia de su director de fotografía –en ambos casos Lucien Ballard-. Sea o no cierta esa aseveración, creo que quizá por esa extraña sobriedad manifestada en este díptico, es por lo que probablemente sus resultados emerjan con mayor vigencia que otra muestras más crispadas, como las que por aquellos años podrían plantear títulos como THE LINEUP (1958, Don Siegel). Puede que sea esta una confrontación inútil, en la medida que cabe apreciar esa diversidad que se manifestó a finales de los cincuenta, y que en definitiva fue la expresión de una riqueza tan notable como efímera, de un género que había proporcionado al cine norteamericano varias de sus páginas más gloriosas.
Dicho esto, partamos de la base de reconocer que CITY OF FEAR (1959) se revela un peldaño por debajo al de la mítica MURDER…, sin que ello signifique –ni de lejos- que sea una propuesta carente de interés. Por el contrario, asistimos a una interesante propuesta, de la que ante todo sorprende el hecho que haya permanecido oculta durante décadas, y que se revela como una revisitación tardía de títulos como las estupendas PANIC IN THE STREETS (Pánico en las calles, 1950. Elia Kazan) o KISS ME DEADLY (El beso mortal, 1955. Robert Aldrich). En esta ocasión, se nos narra la huída de la cárcel de San Quintín de dos peligrosos presos, evadidos portando un recipiente metálico que según ellos contiene un importante contenido de heroína. Uno de los huidos se encuentra herido de gravedad, mientras que el otro –Vince Ryker (notable Vince Edwards)- logra huir dejando a su compañero muerto, dirigiéndose hasta Los Angeles con la intención de vender el producto a los contactos que ha mantenido hasta hace dos años –el tiempo que ha llevado encarcelado-. Se acercará de nuevo a la que fuera su chica –June Marlow (Patricia Blair)-, sin saber que en realidad porta una bomba en potencia que podría aniquilar la ciudad en donde se ha insertado, ya que el cargamento contiene “Cobalto-60”, un material de terrible capacidad radioactiva. Ante la tremenda situación planteada, el jefe de la policía de Los Angeles –Jensen (el veterano Lyle Talbot, al que se recordará por sus papeles de galán en los films de gangsters de la Warner en los años treinta), ayudado por el teniente Mark Richards (John Archer) iniciará una operación casi a contrarreloj, encaminada a la recuperación del peligrosísimo recipiente, que Ryker irá paseando con desprejuiciada ligereza mientras realiza sus gestiones para ponerlo a la venta, y viviendo en carne propia –y sin saberlo- las consecuencias físicas que en su propio cuerpo va sufriendo por su prolongado contacto con la realidad.
A partir de esta sucinta base argumental –proporcionada por Robert Dillon y Steven Ritch-, el film de Lerner ofrece, bajo mi punto de vista, una cierta debilidad sobre el que le precedió en su filmografía. Si bien MURDER BY CONTRACT asumía una extraordinaria homogeneidad en la vertiente metafísica que emanaba de la andadura del asesino que encarnaba también Vince Edwards, en esta ocasión la película detecta ciertos desequilibrios, centrados sobre todo en la concreción de la odisea policial encaminada a reducir el preso fugado y, de manera primordial, recuperando el botín que podría ocasionar toda una catástrofe. En este sentido, el primer tercio de la película es magnífico –se encuentra a la altura del anterior título citado-, mostrándonos la precisión de una narrativa seca, en la que sus planos aparecen desprovistos de la más mínima concesión, y que parecen perfilar con simplicidad las terribles circunstancias vividas por la huída de los dos presos. Los veremos en la secuencia pregenérico viajando en una autopista, conduciendo Vince, mientras que su compañero se encuentra herido de gravedad, hasta que casi de inmediato muera. Será el momento oportuno para que el peligroso huido aproveche la ocasión y utilice la ambulancia para detener otro coche. Ello permitirá que –en un inquietante fuera de campo-, pronto comprobemos que ha asesinado al conductor del vehículo que ha incendiado junto a la propia ambulancia, vistiendo con sus ropas para, con ello, poder llegar hasta Los Angeles, que se encuentra rodeada por la policía. Instantes antes, un largo primer plano sostenido sobre el rostro revestido de suficiencia de Vince, nos permitirá escuchar sus manifestaciones irónicas ante el parte policial que escucha ante la radio. Estas pequeñas pinceladas definirán con presteza a un joven sin escrúpulos, capaz de cometer el crimen más cruel sin pestañear. En realidad podría ser el mismo personaje de la anterior MURDER…, si en aquella película no hubiera muerto en la conclusión de su metraje. Muy pronto el espectador aspecto que manifestará ante el retorno de su novia, y también en el trato mantenido con un sofisticado vendedor de zapato de alta gama- Pete Hallon (Sherwood Price), en el que de nuevo se atisbará una cierta “nuance” homosexual –tal como aparecía en algunos instantes de la película previa de Lerner-.
Cierto es que en esta ocasión el planteamiento del seguimiento policial, aunque en líneas generales se encuentra narrado con notable sobriedad, e incluso no falten en ellos elementos plásticos dignos de interés –como la imagen de sus dirigentes expuestas delante de ventanales formados a modo de rejas, o la inclusión de sus actuaciones en medio de planos con la vista general nocturna de Los Angeles, siempre punteada de manera oportuna con la magnífica banda sonora de corte jazzístico, aportada por el aún prometedor Jerry Goldsmith-. Sin embargo, sus imágenes adquieren una mayor contundencia cuando se centran en la andadura –en el inesperado calvario que para él supone esa huída sin retorno- del viril Vince, al que la radioactividad irá minando poco a poco su rabia e instinto asesino. Llegados a este punto, cabe destacar la fuerza que adquieren aquellos planos rodados dentro del coche en el que conduce en los últimos minutos del film -huyendo de forma angustiada-, que se describen con la libertad formal que muy poco tiempo después instaurarían los componentes de la nouvelle vague francesa, apareciendo casi como un inesperado referente de la mítica A BOUT DE SOUFFLE (Al final de la escapada, 1960. Jean-Luc Godard). Será este un episodio angustioso y ya prácticamente sin capacidad de retorno. Vince ha asesinado a todos sus colaboradores, viviendo en su cuerpo atlético y masculino una inapelable decadencia, mientras que por otra parte la policía lo va cercando, a partir del reencuentro de los agentes con su novia, que también acusa con fuerza las reacciones de su radioactividad. Serán unos minutos en los que quizá tengamos que dejar a un lado la verosimilitud a la hora de contemplar los modos con los que los agentes especiales detectan la terrible contaminación –sin medida de seguridad alguna en torno a ellos mismos-, o incluso asistir a la llamada ciudadana del alcalde de Los Angeles, revelando a la ciudadanía la realidad del componente robado, que Ryker escuchará ya casi corroído por la radioactividad, mientras se toma un café en una vieja taberna. Será casi su obituario, ya que al salir del recinto se verá rodeado de agentes que ni siquiera tendrán que intervenir. El hasta entonces implacable delincuente caerá consumido por la fuerza destructora de la energía que portaba desde la fuga, como si se tratara de una droga cualquiera. La aplicación de una manta para tapar el cadáver, insertando sobre ella un pequeño rótulo que indica que cubre un objeto altamente contaminado con radioactividad, aportará a CITY OF FEAR ese alcance frío y deshumanizador que también tenía su presencia en el título precedente de la filmografía de Irving Lerner. Un elemento que de nuevo tiene un aliado de excepción, en esa capacidad del realizador de establecer el relato de una manera singular, huyendo por completo de la tensión habitual en este tipo de propuestas, buscando sobre todo una mirada fría y desapasionada ante los hechos y personajes descritos, a la que ayudará de forma poderosa la aportación del ya mencionado Lucien Ballard, por medio de ese blanco y negro de aire metálico y deshumanizado, que se acopla a la perfección con las intenciones del relato. En definitiva, esos planos generales nocturnos que se desarrollan sobre Los Angeles tras haber concluido el caso, en realidad nos señalan al mismo tiempo que su vida sigue… y que cualquier nuevo peligro está presente en sus calles.
Calificación: 3
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