THE BIG BOODLE (1957, Richard Wilson)
Sin haber podido contemplar hasta el momento más que dos –ahora ya son tres- de los diez títulos que firmó en su andadura como realizador –MAN WITH THE GUN (Con sus mismas armas, 1955) y la posterior AL CAPONE (1959)-, no puedo ocultar una cierta simpatía por la figura de Richard Wilson (1915 – 1991), a quien de manera inmediata inserto entre esa nutrida galería de realizadores más o menos integrados dentro del artesanado medio del Holywood de los cincuenta, en cuyo seno navegaron como pez en el agua hasta que las bruscas transformaciones de la industria norteamericana, en líneas generales se llevara por delante todo este modo de concebir el hecho cinematográfico. En plena consonancia con unos modos de producción que tuvieron su acomodo en aquellos años –y de los que quizá el ejemplo más relevante fuera TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957. Orson Welles), realizador con quien se asociaría su figura, pero del que podemos citar referentes como BLOWING WILD (Soplo salvaje, 1953) de Hugo Fregonese-, THE BIG BOODLE –rodada el mismo año- es una modesta producción de la United Artists, desarrollando una muestra tardía de aquellas producciones ligadas al noir y auspiciadas una década antes de forma especial por la Warner, desarrolladas en marcos exóticos centro y sudamericanos. Es el eco de títulos como TO HAVE AND HAVE NOT (Tener y no tener, 1944. Howard Hawks) y tantos otros, en donde se insertaba la figura del aventurero veterano con un pasado más o menos oscuro, envuelto en situaciones rocambolescas, que servirán para permitirle una nueva oportunidad vital.
Siguiendo dicho esquema, THE BIG BOODLE se desarrolla en La Habana de su tiempo de rodaje, conociendo casi de inmediato a su protagonista; Ned Sherwood (Errol Flynn). Ned trabaja como croupier en un casino, en donde recibe por parte de una de sus jóvenes jugadoras la cantidad de una apuesta de quinientos francos en billetes falsos. Consciente de que si no logra que esta se los cambie por unos auténticos, tendrá que reembolsarlos personalmente -dadas las normas del recinto-, interceptará a la muchacha con la intención de recuperar dicho dinero, pero no logrará su objetivo. Sin embargo, lo que nunca siquiera llegará a suponer, es que esta inesperada circunstancia sea el inicio de una tremenda y constante persecución, sufriendo dos intentos de asesinato, las sospechas de la policía local –representadas por el vehemente coronel Mastegui (Pedro Armendáriz)-, la reclamación por parte del presidente del Banco Nacional de Cuba, e incluso adentrarse en el conocimiento de sus dos hijas, una de las cuales –Fina Ferrer (Rossana Rory)- descubrirá ha sido la que le proporcionó ese dinero falso en el casino. En realidad, todos estos personajes actuarán en torno a nuestro protagonista con el mismo objetivo, la búsqueda de unas planchas que fabrican dichos billetes, de los que se sabe existe una producción de tres millones de pesos, que harían incluso peligrar el prestigio de la principal entidad bancaria cubana… y al mismo tiempo enriquecer las arcas y los planes del siniestro Miguel Collada (Jacques Aubuchon), quien no dudará a llegar a la violencia y el crimen, para poder llevar a éxito el ambicioso plan, en el cual Sheerwood se ha visto envuelto sin ningún motivo.
A partir de dicha premisa argumental –guión de Jo Eisinger, basado en la novela de Robert Sylvester- que, justo es reconocerlo, no destaca precisamente ni por su originalidad, ni por el interés o previsible densidad que pueda plantear en su desarrollo, lo cierto es que la aventura activa y existencial que sufre el croupier protagonista, en realidad poco nos interesa. Ello en parte es debido a lo convencional que resultan todas sus indeseadas y atropelladas aventuras, y en parte también al erróneo punto de partida de otorgar el rol protagonista a un envejecido Errol Flynn, incapaz de suplir con su pétrea presencia –ausente en ella de esa frescura que apenas dos décadas antes se “comía” literalmente la pantalla-, las limitaciones que presenta el film de Wilson en su vertiente temática. No faltan en su desarrollo el rosario de convenciones inherentes a este tipo de cine, hasta el punto de percibir el espectador la ausencia de auténticos personajes, ya que la galería de roles presentes en la función quedan enterrados bajo las arenas del estereotipo. En definitiva, la gran ausencia de THE BIG BOODLE es la de la verdadera emoción, demostrando que no resultaba tan fácil conseguir un producto atractivo, pese a las premisas con las que partía, sobrellevando como alberga carencias de gran calado –entre ellas su poco afortunado cast-. Ello sin embargo no impide reconocer en la película un moderado atractivo, en buena medida debido a la impronta visual propuesta por Wilson, ayudado de forma destacada por la iluminación proporcionada por el blanco y negro del excelente operador Lee Garmes. En su dualidad, la película destaca por saber ofrecer la impronta de una ciudad como La Habana, en la que se combina su semblante característico, incorporando además en su retrato una mirada en la que se entremezcla un alcance sombrío y mortecino, en una ciudad que aún no había vivido su revolución castrista. Es evidente que los encargados de producción se afanaron en la búsqueda de encuadres de la ciudad que mostraran rincones atractivos y sugerentes –algo por otra parte bastante habitual cuando cineastas norteamericanos y británicos se adentraron en tierras latinoamericanas e incluso españolas-, y en este sentido es preciso destacar la garra visual que ofrece el episodio final, desarrollado en la vieja fortaleza ubicada en la isla costera de la capital cubana, donde se desarrollará la búsqueda de ese mcguffin que suponen las planchas por las que todos coinciden en esa loca carrera. Con una lejana influencia de la impronta visual wellesiana, Wilson planifica este episodio con un notable sentido del ritmo y el aprovechamiento de los escenarios que se encuentran en dichas dependencias –atención a esa reproducción de la sala de ejecuciones instalada en el pasado por los españoles-, aunque incluso en este aspecto se detecta una sensación de formulismo. Por el contrario, si algo destaca en la película, es la capacidad de Richard Wilson para ubicar a sus personajes dentro del plano y, sobre todo, en el dominio de la cámara a la hora de elaborar encuadres cargados de tensión. Algo que tendrá quizá su ejemplo más valioso en las secuencias en las que Ned recorre junto a Fina los clubs nocturnos de La Habana, siendo seguidos por el joven y diletante Ruby (Carlos Rivas), novio de la hermana de esta, caracterizado por su capacidad como conquistador y también por su turbia personalidad.
Calificación: 2
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