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CINEMA DE PERRA GORDA

MAN WITH THE GUN (1955, Richard Wilson) Con sus mismas armas

MAN WITH THE GUN (1955, Richard Wilson) Con sus mismas armas

He de reconocer que desde hace bastante tiempo tenía no poca curiosidad de poder visionar este poco conocido exponente integrado dentro de la corriente psicológica del western que tuvo su esplendor en el cine norteamericano de la década de los cincuenta. Recuerdo que en una amplia encuesta sobre los mejores títulos del género, algún encuestado reseñaba algunas de las apuestas del género firmadas por Richard Wilson, y ello siempre dejó en mí un deseo de poder contemplar aquellos títulos que pudieran justificar tales entusiasmos. Tras haberlo conseguido con el título que nos ocupa, he de decir que personalmente no introduciría MAN WITH THE GUN (Con sus mismas armas, 1955. Richard Wilson) entre una supuesta elección más o menos limitada que me permitiera reseñar mis títulos favoritos del cine del Oeste. Ello no me impide reconocer que nos encontramos ante un título estupendo, que logra vencer las pequeñas reticencias que plantean sus minutos iniciales, erigiéndose en una magnífica reflexión sobre los resortes del poder, y la manera por la cual se puede legitimar la violencia en el contexto de la sociedad.

 

A la hora de valorar el film del no muy prolijo realizador que fue Richard Wilson, generalmente más centrado en tareas de producción, y ligado en ellas en varias ocasiones con películas de Orson Welles, lo cierto es que personalmente hubo un elemento que inicialmente me distanciaba hasta cierto punto. Era percibir una cierta pretenciosidad de sus autores, a la hora de dar vida un relato que uno intuye se ofrece como demostración de una teoría y de una formulación narrativa un tanto retórica, antes que en contar esa misma historia de la mejor manera posible. Afortunadamente, esas reticencias van desapareciendo, imbuyéndose el espectador en la tensa situación vivida por los habitantes de la próspera y al mismo tiempo temerosa localidad de Sheridan Cityl, que recibe a cualquier visitante con un cementerio de notables proporciones. Hasta allí llega el conocido y lacónico pistoleo Clint Tollinger (Robert Mitchum), que en realidad viaja hasta allí para intentar reencontrarse con su antigua amante –Nelly Bain (Jan Sterling), con la que tuvo hace tres años una hija en común-. Por su parte, Nelly se dedica al mundo del espectáculo junto a un grupo de jóvenes señoritas, y desde el primer momento se distancia de un hombre al que, en su momento, amó con todas sus fuerzas. Pero en la localidad –y siempre sugiriendo la intuición ofrecida por el presidente del consistorio y habitual herrero-, se plantea la posibilidad de contratar a Tollinger para que logre eliminarles del dominio del terrateniente Dade Holman (Joe Barry), quien no duda en amedrentar, robar e incluso asesinar a todos los que no se sometan a sus designios, e intenten oponerse al crecimiento más o menos ilícito de sus tierras. En la asamblea del consejo municipal, finalmente y por unanimidad se aprobará pagar los servicios de Tollinger. Este, por su parte, solo pide que le respeten y dejen hacer, si con ello desean finalizar el dominio de Holman.

 

Concienciados en estas premisas, muy pronto el experto pistolero logrará eliminar a dos pistoleros  que iban a por él –y que además, en la película, se muestra ejemplarmente ofrecido en off, escuchándose los dos balazos desde diferentes lugares y personas de la ciudad y mostrando con ello la importancia que estos disparos podían tener para la población. Poco después, un grupo de cuatro bandidos al servicio de Holman llevará a Tollinger a una presentida emboscada, de la cual este no solo quedará ileso, sino que logrará eliminar a dos de sus atacantes. Hechos como este, están perfectamente plasmados en la película, que sabe articular momentos de acción, junto a otros en los que los diálogos y la reflexión permiten revelar la hipocresía generalizada que la población de Sheridan manifiesta ante el cariz de los acontecimientos, mirando ante todo en sus respectivos negocios y la hipotética repercusión negativa que podría proporcionar la definitiva aniquilación del imperio que durante tantos años ha manejado el obeso terrateniente de la zona.

 

La riqueza de MAN WITH THE GUN proviene precisamente de combinar ese cuadro social con una precisión y sentido de la observación notable, dentro de una historia de amor llena de recovecos, como es la formada entre el veterano pistolero y Nelly. A partir de la conjunción de ambas vertientes, se ofrece una áspera mirada en torno a la falsa justicia reclamada por el ciudadano, solicitada siempre valorando el interés particular de cada uno de ellos. Dentro de dicho contexto, es evidente que la pequeña ciudad se erige como un referente de ese Oeste primitivo que está a punto de dejar paso al progreso, cuyos exponentes más negativos de dicha evolución ya se encuentra presente en esos representantes sociales dominados por prejuicios, moralismos y casi totalmente ajenos a una labor de conjunto, para con ello alcanzar la pacificación de su territorio. Dentro de ese inestable panorama, lo que inicialmente fue viéndose con complacencia y seguridad –la presencia de Tollinger- pronto los mismos que anteriormente lo aplaudieron se mostrarán absolutamente reacios a los modos de trabajo del contratado, quien en realidad desea acabar con el dominio casi dictatorial registrado por el poderoso terrateniente Dade Holman. Es algo que los habitantes de la pequeña localidad no advierten dentro de la cortedad de miras manifestada en aquellos que realmente miran en su propio beneficio –los representantes del comercio local-. Será una generalización que, por fortuna, tendrá excepciones entre los vecinos de la localidad. Uno de ellos será el representante del concejo –Saul Atkins (Emile Meyer); quien desde el primer momento ha intuido encontrar en la figura del pistolero la solución de los males del pueblo-, otro el desengañado sheriff Sims (Henry Hull), escéptico por naturaleza y que tiene en cada una de sus irónicas observaciones representada la sabiduría de la vida, en el joven, envalentonado y finalmente agradecido joven Jeff Castle (John  Lupton), la semilla de la oposición al imperio caciquil de Holman, además de novio de la hija  de Atkins –Stella (Karen Sharpe)-, quien por lo demás ve en la figura de Tollinger esa sensación de valentía y frescura, necesaria a su juicio en un pueblo condenado a la rutina.

 

Pero para nuestro protagonista, hay un elemento más que le retiene casi contra su voluntad en la localidad; el recuerdo que mantiene con Nelly (una espléndida Jan Sterling), ese antiguo amor con quien mantuvo una hija, y que poco después decidió establecerse por su cuenta, huyendo de alguien que en sí mismo llevaba aparejado el marchamo de peligro e inseguridad. Nelly se encuentra allí regentando un negocio de señoritas. Con todos estos elementos, Richard Wilson logra engarzar con verdadera inspiración un conjunto en el que el retrato individual se aúna con una mirada colectiva revestida de una gran dureza, y en la que la andadura personal del pistolero encarnado con tanta autenticidad por Robert Mitchum –quien logra hacer presente en su actitud el eco de su pasado tormentoso-, se entremezcla con un alcance crítico, por otro lado bastante habitual en buena parte de las producciones más recordadas del género en aquel periodo de gloria para el mismo. Richard Wilson –de quien recuerdo con bastante agrado su posterior AL CAPONE (Capone, 1959)-, logra además articular la progresión de su argumento con la acertada combinación se secuencias de transición y otras dotadas de mayor impacto –recuerdo por ejemplo, la manera con la que Mitchum logra responder a la emboscada que cuatro de los hombres de Castle, dos de los cuales morirán en la refriega; la secuencia en la que Tollinger prende fuego al saloon que regenta uno de los esbirros del cacique-, iniciando la película con esa demostración de prepotencia de Ed Pinchot (Leo Gordon) montado a caballo y por las calles de la localidad. Un instante que por un lado permite crear al espectador un estado de suspense, interesándolo rápidamente en su desarrollo, y por otro en su alcance descriptivo logra en pocos segundos ofrecernos una visión de conjunto del estado de ánimo en la población en la que se establece la acción. Sin duda, una muy atractiva manera de abrir un film, al que quizá solo quepa reprocharle que en su conclusión nos escamotee ese alcance trágico que durante todo su discurrir parecía indicar, y que finalmente es una confirmación más de la facilidad con la que el gran Mitchum fue en este periodo el protagonista perfecto de algunas de las películas más singulares del cine norteamericano. Títulos como TRACK OF THE CAT (1954, William A. Wellman), THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton), o THUNDER ROAD (Camino de odio, 1958. Arthur Ripley) entre otros, certifican la sorprendente modernidad de uno de los intérpretes más singulares y potentes que nos legó aquel país.

 

Calificación: 3’5

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