MY SISTER EILEEN (1942, Alexander Hall) Los caprichos de Elena
Debo reconocer que el visionado de MY SISTER EILEEN (Los caprichos de Elena, 1942. Alexander Hall) me ha producido una cierta decepción. Decepción no basada en el hecho de que resulte un título olvidable –que no lo es-, sino en la medida de intuir en ella esa espléndida comedia que demuestra en su tramo inicial, a lo que habría que unir el relativo prestigio que atesora la misma, que algunos ubican por encima de los logros que más de una década después plantearía Richard Quine en su remake que, en clave de comedia musical, realizó en 1955 –MY SISTER EILEEN (Mi hermana Elena). Tengo bastante lejana en el recuerdo –y pendiente de una revisión- la película de mi admirado Quine, pero no cabe duda que supo insuflar al material elaborado a partir de la obra teatral de Joseph Fields, un dinamismo al que su estructura musical favorecía y enriquecía de forma considerable.
Lo cierto es que el film de Alexander Hall –ya experimentado dentro del género-, muy pronto prende el interés del espectador, planteando un divertido comienzo mostrando las desoladoras –e hilarantes- circunstancias que casi forzarán la huída de las hermanas Ruth (Rosalind Russell) y Eileen (Janet Blair) de su localidad natal de Columbus (Ohio). Ruth es una colaboradora de periódico y ha escrito una crónica triunfal sobre el debut de su hermana interpretando un personaje de la obra de Visen “Casa de muñecas”. La realidad es mucho más prosaica, ya que se trata de una simple función estudiantil, y para colmo de males, Eileen no llegará a participar en la función inicial. Ante el bochorno de ambas, y contando con la aprobación su padre y abuela viajarán hasta New York, donde intentarán desarrollar sus respectivas inquietudes por la escritura periodística y la escena. Hasta este momento, el film de Hall se revela poco menos que ejemplar. El ritmo de las secuencias y la originalidad del planteamiento de estos minutos iniciales, la verdad es que nos predisponen a contemplar un producto espléndido. Lo que sigue la verdad es que se encuentra casi a su altura. La despedida de las dos hermanas de su padre y abuela reviste la suficiente emotividad, y el episodio en el que estas buscan infructuosamente y finalmente encuentran un angosto apartamento ubicado en el subsuelo de un desvencijado edificio de Greenwich Village es muy divertido. La presentación de las argucias de su propietario –un excéntrico pintor de poca monta- y, sobre todo, la acumulación de incidencias que sufren las dos hermanas en su primera noche en el mismo –la dureza de las camas, el hecho de estar expuestos a un ventanal que no tiene ni cortinas, el trasiego constante de molestos peatones-, consolidan un fragmento hilarante, que sigue anunciando al espectador una pequeña joya del género.
De forma sorprendente esto no sucederá, y en lo sucesivo MY SISTER EILEEN decrece en su interés, sin lograr superar del todo la ascendencia teatral de la misma. Pese a la solvencia con la que se desarrollará hasta su conclusión, se echa de menos la presencia de un timming más genuino, ese grado de exceso que sí alcanzaron otras comedias de aquellos años, y que incluso asumiendo esa referencia teatral, llevara su resultado hacia un grado de inspiración más elevada que el que nos proponen sus imágenes. Sin duda aquí y allá se observan buenos pasajes y apuntes, pero en todo momento se tiene la sensación de que la carpintería teatral de MY SISTER... no ha logrado ser borrada en su traslación a la pantalla, con una estructura de secuencias finalizadas siempre con un apunte coral más o menos ocurrente, directamente heredado del referente escénico. Unamos a ello que episodios que en el film de Quine adquirían una demostrada eficacia –como el del desfile de marinos portugueses- en su referente fílmico aparecen desprovistos de brillo, quedando todos ellos como un conjunto dominado por la corrección, pero en donde se echa de menos una auténtica inspiración.
Hay un elemento que en la película de Hall adquiere una notable singularidad; no es otro que la excelente interpretación desarrollada por una Rosalind Russell en el mejor momento de su carrera. Con un registro gestual dotado de una asombrosa riqueza, capaz de resultar divertida, cómica y sensible apenas con la más mínima inflexión, lo cierto es que su aportación en el film de Hall supone uno de los baluartes más atractivos de esta entrañable pero un tanto desaprovechada comedia, en la que a mi modo de ver los personajes secundarios no se encuentran demasiado perfilados, quedando en su mayor parte como un conjunto en el que la medida de la extravagancia de todos ellos, no se traslada con el debido equilibrio en la función. Por cierto, que entre los mismos, no conviene omitir la presencia como atildado galán del mismo Richard Quine que trece años después llevaría de nuevo a la pantalla este mismo argumento para el mismo estudio -la Columbia-, y lo cierto es que no hace nada mal su papel.
Calificación: 2’5
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Feaito -