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CINEMA DE PERRA GORDA

THE STRONG MAN (1926, Frank Capra) El hombre cañón

THE STRONG MAN (1926, Frank Capra) El hombre cañón

Situado en todas las antologías del slapstick mudo siempre por debajo de los grandes cómicos clásicos como Chaplin, Keaton o Lloyd, es probable que la figura del norteamericano Harry Langdon (1884 – 1944) no haya sido revaluada en la medida de sus merecimientos en función de razones muy concretas –hay cómicos valiosísimos de aquel maravilloso periodo que aún padecen una situación de olvido mucho más sangrante-. Puede que la propia configuración de su obra como cómico o su relativamente prematuro fallecimiento, fueran aspectos que favorecieran ese relativo olvido. Sin embargo, apunto dos motivos que bajo mi punto de vista han favorecido esta injusta circunstancia. Uno de ellos sería la ausencia de algún aficionado que lograra articular el rescate del olvido de Langdon –como sucedió con Raymond Rohauer con la obra de Keaton, o la que en el conjunto de la producción cómica alcanzó la recuperación realizada por Robert Youngson. Pero unido a ello, hay algo que a mi modo de ver deviene como el principal elemento generador de esta relativa omisión, que no es otro que la propia singularidad del estilo de este notable cómico.

 

Esa misma singularidad se pone de manifiesto en toda su plenitud en uno de sus largometrajes más célebres, primero de los que Langdon protagonizó bajo la dirección de Frank Capra; THE STRONG MAN (El hombre cañón, 1926). La película nos narra la azarosa aventura protagonizada por Paul Bergot (Langdon), un joven soldado belga que es capturado por el ejército norteamericano en la I Guerra Mundial, siendo llevado hasta USA. Poca oposición mostrará el inocente soldado, ya que acude hacia el nuevo continente en busca de Mary Brown (Priscilla Bonner). Se trata de una muchacha con la que ha mantenido una entrañable correspondencia epistolar, y de la que únicamente tiene una foto dedicada por su parte. El soldado intentará esa búsqueda a tontas y a locas, ya que ni sabe donde reside la joven y se ha interrumpido el modo de contacto –luego sabremos que la muchacha lo ha hecho de forma deliberada para evitar que la conozca en su condición de ciega-. Dentro de su vivencia en suelo norteamericano, nuestro protagonista vivirá insólitas aventuras en plena vorágine urbana, siendo incluso acosado por una descuidera que ha depositado en un momento determinado el botín de un robo en la chaqueta de este, sin que Paul se diera cuenta. Poco después, este decidirá incorporarse en el conjunto de un espectáculo de vaeirdades, ayudando al denominado “hombre más fuerte del mundo” –Zandow el grande (Arthur Thalasso)-. Viajará junto a él y al resto de la compañía hasta la localidad rural de Cloverdale, coincidiendo con una escalada de delincuencia y acciones turbias en una población hasta hace poco tranquila, centrando estas actividades delictivas en el saloon donde está prevista la actuación de la caravana de Zandow. El contraste en la deriva del comportamiento de parte de la población, tendrá su principal oposición en la rectitud y actitud enérgica puesta de manifiesto por el padre Holy Joe (William V. Mong), al mismo tiempo progenitor de Mary Brown, que inesperadamente encontrará nuestro soldado, cuando había desistido ya de localizarla en su infructuosa búsqueda.

 

Desde el primer momento, THE STRONG MAN deja entrever la singular personalidad cómica de su protagonista. Y es que el sentido del humor de Harry Langdon no se basa en la efectividad del gag –aunque en la película encontremos muestras de esta vertiente-. Por el contrario, su estilo se basa en la inocencia emanada de su caracterización como eterno niño bueno, dominado por un notable infantilismo –al que acentúa la propia caracterización de su rostro y su propio sencillo vestuario-, pero detrás de cuya apariencia se encuentra un personaje revestido de cierta ambivalencia contenida. Se trata de un sentimiento contradictorio que podremos atisbar en la situación que mantendrá con uno de sus compañeros de caravana, contra el que incluso propinará un bofetón. Pero es en las miradas plasmadas en largos primeros planos en esta misma situación, donde realmente se manifiesta la esencia del “estilo” Langdon. Unas líneas de formulación cómica que se caracterizarán por situar su personaje dentro de un relato, sin que su presencia se encuentre centralizada en el mismo.

 

Y es que el film de Capra destaca por su magnífica construcción como comedia. Queda claro que el futuro realizador de IT HAPPENED ONE NIGHT (Sucedió una noche, 1935), conocía ya en aquellas postrimerías del mudo delimitar los perfiles de lo que con posterioridad se consolidaría con una manera muy personal de asumir su inclinación a la comedia, siempre ligada de matices y episodios eminentemente melodramáticos. Es algo que ya se encuentra presente en esta película, centrado ante todo en el enfrentamiento que el párroco mantiene con el propietario y los sicarios del saloon, que aparece como un fragmento de alcance por completo dramático. Pero no cabe duda que, sin abusar de sus cualidades como cómico, Langdon sabe destilar en todo momento una personalidad sencilla, torpe, ingenua y amable, pero al mismo tiempo acompañada de ese matiz ambivalente, al que habría unir esa relajación con la que plantea cualquier de sus acciones. Dentro de esas características, el film de Capra no dejará de alternar situaciones muy divertidas, como ese ya señalado asedio de la mujer de mal vivir, que llegará a amenazar a Paul en su propio dormitorio, hasta lograr recuperar ese fajo de billetes que ella misma había introducido en su chaqueta. Más adelante, el traslado en un viejo vehículo de todos los componentes de la compañía de Zandow, proporcionará una hilarante situación al rociarse Paul con queso líquido en su pecho, pensando que se trata de una pomada específica para curar sus males, concluyendo la situación con un acrobático gag que mostrará como los compañeros de caravana “lanzan” a Paul de la misma, atufados por el olor que deja el queso, pero al cual tendrán que recibir de forma forzosa cayendo por el techo de dicho vehículo.

 

No será, sin embargo, hasta la llegada a Cloverdale, cuando THE STRONG MAN combina de un lado el delicado alcance romántico del encuentro de Paul con su añorada Mary –un encuentro que en el fondo jamás esperaba alcanzar, y que se resuelve con verdadera sabiduría al introducir una elipsis que nos traslada desde el conmovedor encuentro inicial, hasta un acercamiento de ambos ya más dominado por la confianza-, y de otro la inesperada lucha que tendrá que mantener con los poco recomendables lugareños del saloon, cuando tenga que sustituir al casi catatónico Zandow, ofreciendo Paul una singular actuación que, aunque inicialmente se planteaba desastrosa, alcanzará el entusiasmo del público –se trata, sin duda, de uno de los episodios más memorables de la función-. A partir de ese momento, y ante la insistencia del público para que nuestro antiguo soldado protagonice el número del cañón, este aprovechará su uso para intentar reducir la turba enfurecida que se reúne en el recinto. Será también un magnífico, en el que destacará la admirable invención visual de utilizar el gigantesco telón del escenario para “cubrir” todos sus soliviantados espectadores, sobre cuya superficie Bergot logrará caminar y reducir los brazos que aparezcan por encima de este gigantesco telón, hasta que a cañonazo limpio llegue literalmente a demoler la considerable edificación.

 

Antes señalaba la notable construcción como comedia que caracteriza el film de Capra. Articulado en base a una estructura de pequeños episodios, la presencia del sesgo dramático de algunos de ellos, y la querencia por plasmar temáticas que se acerquen a los mecanismos de la representación en escena –algo así sucedía en otra estupenda comedia silente del director, THE MATINEE IDOL (1928)-, resultan sin duda aspectos que demostraban que Capra ya albergaba en su personalidad cinematográfica un sesgo de personalidad que, poco a poco, iría aplicando en su obra posterior.

 

De momento, y aunque quizá no podamos considerar THE STRONG MAN como una de las cimas del cine cómico de las postrimerías del periodo silente, sí que cabe disfrutarla como una magnífica comedia, que nos revela por un lado la personalidad manifestada por un director esencial a la hora de entender la evolución de la comedia norteamericana, al tiempo que debe de ejercer como llamada de atención hacia uno de los cómicos más sutiles y personales que brindó la edad de oro del slapstick norteamericano

 

Calificación: 3’5

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