THE DOCTOR TAKES A WIFE (1940, Alexander Hall) El doctor se casa
Cuando en algunas ocasiones evocamos los ecos de la screewall comedy y, supongo, al recordar con excesivo alcance acrítico cualquier mirada centrada en el cine de Hollywood previo al desmonte del sistema de géneros, nos olvidamos que junto a grandes títulos reconocidos y otros quizá de similares cualidades pero menos valorados, se aunaba otro montante que podría ir de lo absolutamente prescindible a lo simplemente aceptable. Estamos hablando de ese compendio de producción que por lo general intentaba explotar las fórmulas de un éxito reciente, imitando algunos elementos argumentales o de cualquier otra índole, bajo los cuales quedara expuesta alguna película real planteada sin mayor pretensión que la de completar un programa doble. En el ámbito de la comedia screewall pienso que un ejemplo pertinente sería THE DOCTOR TAKES A WIFE (El doctor se casa, 1940. Alexander Hall). Ofrecida dentro del marco de producción de la Columbia, es indudable que nos encontramos ante un título que por un lado bebe fuentes de éxitos recientes y ejemplos canónicos como BRINGING UP BABY (La fiera de mi niña, 1938. Howard Hawks) –el protagonista hasta cierto punto despistado y vocacionalmente ligado a la ciencia, la presencia de un triángulo con dos vértices femeninos-, y en buena medida aún siendo un film Columbia, se inclina a retomar rasgos de producción cercanos a la oferta de la Paramount en este género –a lo que no es ajena la presencia de Ray Milland-. Sin embargo, aún contando con esa base más o menos estimulante y resultar un conjunto moderadamente eficaz, no es menos cierto que el film de Hall apenas sobrepasa la barrera de la discreción, sin alcanzar jamás ese “gramo de locura” indispensable para que un título de estas características pueda permanecer en la memoria, más allá de sobrellevar con él una velada distraída.
THE DOCTOR… se inicia de manera atractiva, insertando los títulos de crédito en las losetas de unas aceras, que terminan con el rótulo del realizador cuando está a punto de ser terminado de pintar. A partir de ahí conoceremos el repentino éxito logrado por la joven escritora June Cameron (Loretta Young), quien ha triunfado –como décadas después la Renée Zellweger de DOWN WITH LOVE (Abajo el amor, 2003. Peyton Reed), publicando un libro no de carácter feminista, sino en defensa de la mujer soltera. Cuando se dispone a iniciar un nuevo relato espoleada por su manager y secreto enamorado –John R. Pierce (Reginald Gardiner)-, un inesperado encuentro con el joven dr. Timothy Sterling (Ray Milland) permitirá el equívoco de plantear que June –la defensora americana de las solteras- se ha casado. Que duda cabe que nos encontramos con un inteligente planteamiento de comedia –uno de cuyos artífices será el futuro realizador George Seaton-. Sin embargo –y es algo bastante perceptible en todo momento-, la película casi nunca apura sus posibilidades ni su alcance transgresor, revelando las limitaciones con la que su realizador trabaja el material disponible. Resulta hasta cierto punto curiosa esta circunstancia cuando, sin ser un profesional puntero en el género, Alexander Hall se solía defender bastante bien dentro del ámbito de la comedia. En realidad se encontraba a punto de rodar su película más recordada –HERE COMES, MR. JORDAN (El difunto protesta, 1941)-, aunque personalmente entre su producción prefiera con mucho la por momentos delirante ONCE UPON A TIME (Érase una vez, 1944), divertida aventura de un Cary Grant como manager de unas ¡¡orugas danzarinas!!.
Por el contrario, en el título que nos ocupa encontramos una serie de convenciones o situaciones jamás explotadas con la eficacia debida, que por momentos nos podrían hacer pensar en un desgaste de los modos de hacer comedia que tantos logros habían ofrecido al género hasta entonces. Personalmente, el hecho de que durante ese mismo año, el cine norteamericano brindara un título tan espléndido como MY FAVORITE WIFE (Mi mujer favorita, 1040. Garson Kanin) o que muy poco tiempo después, nombres como Lubistch, Hawks, McCarey, Leisen y tantos otros lograran mantener y renovar el prestigio de la comedia en el inicio de los años cuarenta. Sin embargo, a la hora de formular cualquier comparación al respecto, lo cierto es que el referente de Preston Surges aparece con fuerza, y siempre con desventaja para este modesto film de Alexander Hall. Esa sensación de insuficiencia viene dada por un lado al constatar como en líneas generales no se aprovechan las situaciones que, teóricamente, deberían provocar el impacto cómico en la función. Desde el lejano eco al humor de Laurel & Hardy, hasta los intentos de comedia coral –la fiesta con la que los compañeros de universidad reciben al recién casado Sterling- o física –la secuencia en la que el protagonista atiende una cena de recepción y en el apartamento de al lado a su prometida-, lo cierto es que nos encontramos con una comedia amable que en estos intentos no alcanza el necesario timming. Un elemento aparentemente fácil de aplicar cuando se aprecia en pantalla, y para el que en esta ocasión Alexander Hall no logró alcanzar la debida medida. En parte pienso que ello se debe a esa ausencia de desmesura y también a la inadecuación de Milland en un terreno que quizá no era el mejor dentro de sus características como intérprete. Pero, por encima de todo, creo que en THE DOCTOR… se echa de menos la presencia de un componente de transgresión, que inicialmente dejaba entrever el planteamiento inicial de esa escritora que alcanza el éxito al ofrecer un libro exaltando el papel de las solteras –que no el de una mujer independiente-. A poco de iniciarse el relato esa premisa argumental queda totalmente soslayada, derivando progresivamente la película hacia un canto a la mentalidad conservadora y las virtudes de la vida matrimonial.
Estas limitaciones no impiden que nos encontremos ante un producto moderadamente simpático. En él observamos un eficaz dibujo de personajes secundarios –el padre del protagonista encarnado por Edmund Gwenn, el avieso manager de la escritora, cortesía de Reginald Gardiner, o el rígido decano de la universidad en la que trabaja Sterling, encarnado con aplomo por Edward Van Sloan-. Precisamente en su entorno discurre el mejor momento de la película; un pequeño travelling lateral describe la acumulación de libros de materia psicológica que los compañeros de Timothy han ido regalando –con escaso sentido de la imaginación-, al recién casado, finalizando la acumulación de estos con una foto enmarcada del propio decano. Un chispazo de verdadero ingenio, en un conjunto discreto en el que en ocasiones se brinda una mirada amable, pero jamás los atisbos de verdadero genio.
Calificación. 2
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