THE MAGNETIC MONSTER (1953, Curt Siodmak) [El monstruo magnético]
Rodada para la United Artists con un presupuesto de apenas 107.000 dólares, tomando como base el aprovechamiento de unas tomas de la película alemana GOLD (Oro, 1934, Karl Hartl), el habitual escritor y guionista Curt Siodmak dirigió en torno a dicho metraje una historia, que él mismo consideró su mejor aportación como realizador con THE MAGNETIC MONSTER (1953) –lo cierto es que el resto de su filmografía como tal no parece ser especialmente memorable-. Una vez más al amparo del productor Ivan Tors, Siodmak puso en practica en la película su especialización de los conocimientos científicos, a través de una historia que, por fortuna, no hace honor a lo temible de su título, erigiéndose por el contrario en una crónica sobria, que desde el primer momento se escora más hacia la crónica policial, aunque en ella se describa la vivencia del dr. Jeffrey Stewart (un eficaz Richard Carlson), componente de la Oficina de Investigación Científica, órgano destinado por las autoridades norteamericanas para a prevención de cualquier amenaza atómica. Desde sus primeros instantes, se nos introduce en la cotidianeidad de su trabajo, con la voz en off del protagonista, y la rápida presentación de su entorno familiar. Siendo como es una serie B de poco más de setenta minutos de duración, Siodmak sabe dirigir el relato dentro de unos márgenes de veracidad, huyendo de la aplicación de unos efectos especiales de los que su presupuesto no podía permitir. Dicha circunstancia, que quizá en el momento de su estreno –cuando la proliferación de la ciencia-ficción de aquel periodo aún no se encontraba en su momento de mayor florecimiento-, es la que obligó a los artífices del film a dirigirlo por esa senda de crónica cotidiana, que es la que a fin de cuentas ha permitido que su resultado se conserve con un entrañable buen estado, sin duda mejor que otras muestras sobrevaloradas del género en aquel periodo.
La ingeniosa manera que la película tendrá para iniciar el conflicto del relato, tendrá como escenario una tienda de electrodomésticos, desarrollándose inicialmente una situación que parecerá preludiar la posterior obsesión de Frank Tashlin por dichos aparatos en algunas de sus comedias más celebradas; la rebelión de los objetos. En la tienda sus relojes se pararán a la misma hora, provocando la irritación inicial del dueño, que cree que tal contingencia es atribuida a la incompetencia de su empleado. Lo que inicialmente reviste tintes de comedia, poco a poco ejercerá como inicio de la investigación comandada por Stewart, introduciéndonos en la realidad de la auténtica “Caja de Pandora” abierta por un veterano investigador con nobles afanes, quien a partir de su experimentación con una partícula atómica, creará una evolución incansable de las misma, creciendo sin descanso y solo teniendo una manera para provocar su paralización; el aporte creciente de energía.
A partir de esta premisa, y siempre desde un sendero de sobriedad, basándose sobre todo en un cierto grado de rigor argumental, THE MAGNETIC MONSTER se irá conformando en el seguimiento de la lucha del equipo comandado por nuestro protagonista, en primer lugar para determinar el origen de la misteriosa situación generada en el establecimiento. Es ahí donde se iniciará el proceso de investigación que llevará a Stewart y su ayudante a localizar a un hombre muerto –impagable el detalle de tirar hacia el techo unos pequeños objetos metálicos para confirmar la existencia de la fuente de energía en el piso superior-, llegando hasta el aeropuerto, donde finalmente llegarán a localizar al viejo científico en el interior de un vuelo –la imagen del hombre casi en las puertas de la muerte, sosteniendo el maletín que contiene el recipiente con la partícula embravecida es desoladora-. Dicha circunstancia supondrá el inicio del análisis de la misma, descubriendo que cada once horas esta inicia una secuencia de implosión, aspecto que comprobarán trágicamente con la sucedida en la universidad, lo cual permitirá acceder a la esencia y el peligro potencial de una pequeña partícula que va creciendo casi a pasos agigantados, y para cuya detención deberán aportarle la energía de la ciudad, aspecto este que autorizará no sin reticencias el alcalde de la misma. Todo irá adquiriendo una velocidad de vértigo, ya que tras dicha aplicación, la partícula necesitará una astronómica capacidad de energía para no implosionar con catastróficas consecuencias en el planeta. Viéndose los científicos y responsables militares casi en la tesitura de arrojar la toalla, finalmente pensarán en la posibilidad de llevar la sustancia hasta una central de energía situada bajo el mar en Canadá. Será dicha angustiosa premisa la circunstancia que introducirá en la película el fragmento antes señalado –de inequívocos ecos con el METROPOLIS (1927) de Fritz Lang; la película originaria también estaba protagonizada por Brigitte Helm-, dicho sea de paso con bastante pertinencia, y logrando con su presencia un crescendo que contrasta y complementa a la perfección su metraje previo, creando en su conjunto unos instantes de considerable tensión dramática, hasta el punto de que parecerá en un momento dado que todo el esfuerzo y la intuición puesta a punto por el equipo de investigadores no ha servido de nada, instalándose en ellos la desolación ante lo que prevén el fin del planeta, mientas los trabadores intentan huir despavoridos de aquel enorme subterráneo.
Como antes señalaba, la gran virtud de THE MAGNETIC MONSTER reside en esa cotidianeidad con el que nos es narrado el proceso de crecimiento de una partícula, sin tener que recurrir a efectos ni situaciones grandilocuentes, apelando en todo momento a la sobriedad o la cercanía con la crónica policíaca. Curt Siodmak se revela ante todo como un interesante creador de atmósferas, dentro de un conjunto que se articula, dentro de sus limitaciones de producción –y los convencionalismos que plantea la descripción familiar del protagonista-, con un considerable margen de eficacia. En ella se introducirán todas aquellas secuencias que irán acrecentando al grado de suspense, como la del encuentro con el científico en el vuelo detenido, el apagón de la gran ciudad para abastecer de energía la terrorífica creación atómica o, sobre todo, el clímax final, en el que las secuencias de ascendencia alemana se integrarán con pertinencia. Será tras dicho episodio, cuando se produzca bajo mi punto de vista el instante más valioso del film. Una vez provocada la explosión del generador de energías, y cuando los hombres de Stewart han arrojado la toalla tras la puerta blindada que protege la sala del mismo –que por encontrarse imantada está repleta de objetos metálicos que ha atraído con su increíble fuerza-. De repente, estos se desprenderán de los portones, describiéndonos visualmente el final de la fuerza energética que había estado a punto de culminar con la andadura del planeta. Así pues, sin moralismos, apelando en todo momento a una sobriedad en la plasmación de la dramática historia, combinado con acierto la voz en off e integrando del mismo modo esas secuencias procedentes del lejano film alemán que, a fin de cuentas, fueron la génesis del proyecto, nos encontramos con una muestra poco conocida, más que de la ciencia-ficción, del relato científico, aspecto este el que se erige como una muestra digna al menos de ser reseñada.
Calificación: 2’5