WHOEVER SLEW AUNTIE ROO? (1972, Curtis Harrington)
Bondades y carencias al margen, de lo que no cabe duda es que todas y cada una de las películas que forman parte de la irregular filmografía de Curtis Harrington, aparecen como consecuencia de algún éxito o moda precedente. Es algo que podemos detectar incluso en la que aparece como su obra de debut –también la más valiosa de ellas; NIGHT TIDE (Marea nocturna, 1960)-, una atractiva mixtura que intentaba recuperar la poética del cine de Val Lewton-Jacques Tourneur, con ecos del New American Cinema. A partir de esas premisas, nos encontramos con que en WHOEVER SLEW AUNTIE ROO? (1972), Harrington intenta jugar una carambola a cuatro bandas. Por un lado, seguir los dictados de la American International, intentando asentarse en territorio británico, en un periodo donde se encontraban auspiciando las películas del Dr. Phibes e altri. Por otro adentrarse en una corriente muy frecuentada en el cine inglés, como es la de narrar la falsa inocencia de los niños –que en esta película podría tener su referente en el OUR MOTHER’S HOUSE (A las nueve, cada noche, 1967. Jack Clayton), y aparece presente en la plasmación de la fábula de Hansel y Gretel--. Al mismo tiempo, proseguir en el sendero ya iniciado por Harrington en su inmediatamente anterior WHAT’S THE MATTER WITH HELEN? (¿Qué le pasa a Helen?, 1971), de explorar ese universo de decadencia cercano al grand-guignol. Y, finalmente, inocular junto a ello un aura muy ligada a lo bizarro que, a fin de cuentas, aparece como el principal nexo de unión que liga la obra de Harrington, ese eterno observador de la decadencia de Hollywood, y del imborrable aura del fantastique. Y hasta tal punto llega tal circunstancia, que cabría destacar antes la personalidad del esteta Harrington –en quien al parecer se basaron los responsables de GOOD AND MONSTERS (Dioses y monstruos, 1997. Bill Condon), a la hora de definir el estridente fan que se acercaba a James Whale al inicio del film-, que la escasa rotundidad de los resultados de su cine. En todo caso, justo es reconocer que se desprenda una cierta simpatía, ante una andadura en apariencia libre y transgresora, aunque en realidad dominada por una serie de servilismos, que solo en ocasiones supo trascender, con una extraña y fluctuante poesía fílmica, tan valiosa como intermitente en su presencia.
WHOEVER SLEW AUNTIE ROO? aparece, dentro de su datación inglesa, con una serie de apetitosos créditos. Intérpretes como el gran Ralph Richardson, o la fugaz presencia de Hugh Griffith, el guión de Jimmy Sangster, e incluso el curioso aporte de otro esteta, Gavin Lambert, como responsable de diálogos adicionales. Al parecer, se registraron ciertos problemas durante el rodaje, a consecuencias de lo cual, es probable se encuentre la base de las intermitencias que se perciben en el conjunto del relato. Y es de lamentar esta circunstancia, ya que si en esencia nos encontramos ante un título estimable, que sin dudar podemos calificar entre lo más perdurable de la inconstante obra de Harrington, se percibe en sus imágenes una curiosa circunstancia. Esta no es otra que comprobar su relativa eficacia cuando incide en varias de dichas vertientes, mientras que cuando desea imbricar sus imágenes intentando la confluencia de varias de estas, se percibe con cierta claridad ese desequilibrio. No obstante, la película destaca por el logro de una atmósfera inquietante y decadente –una de las señas de identidad del cine de Harrington, que podemos ya percibir en esa panorámica inicial que describe el inquietante universo de muñecos que atesora la extraña señora Forrest (una excesivamente histriónica Shelley Winters), que tendrá quizá su ámbito más inquietante, en la magnífica secuencia, en la que los rebeldes hermanos Combs –Christopher (Mark Lester) y Katy (Chloe Franks)-, visitan un extraño almacén de utillajes mágicos, que fueron propiedad del difunto marido de la protagonista, viviendo una serie de terroríficas experiencias, en buena medida alentadas por el poco confiable sirviente de la mansión.
La película se centra a partir de la visita anual de una serie de pequeños, internos de un orfanato, a compartir las navidades con la excéntrica y en apariencia filantrópica Forrest, empeñada en el recuerdo a su desaparecida hija –cuyo momificado cadáver conserva en un ataúd blanco-, y a cuya invitación se unirán los ya citados hermanos Combs, caracterizados por su aislamiento y rebeldía, teniendo en todo momento la mente calenturienta del introvertido Christopher, la convicción de que en la anfitriona se esconde una auténtica bruja, dispuesta a hacerlos presos y comerse sus cuerpos. Ambientada en los años veinte del pasado siglo, asumiendo cierta herencia dickensiana, lo cierto es que es mixtura británica y americana proporciona cierta personalidad a su conjunto, como lo hacen esos toques en apariencia sobrenaturales; la falsa sesión de espiritismo, que muy pronto se revelará una falacia, para poder sacar dinero a esta acaudalada y decadente dama, incapaz en su desequilibrio de discernir lo que hay de cierto en una vida cómoda pero sombrío, y unos deseos que anhelan recuperar el espíritu de su hija, mientras sus subconsciente verá en la pequeña Katy, la nueva encarnación de su momificada hija.
Así pues, WHOEVER SLEW AUNTIE ROO? desgrana de nuevo esa mezcolanza de decadencia, necrofilia y pillería, que domina todas y cada una de las imágenes, de una propuesta descompensada pero interesante, de la que intuyo se echa de menos una mayor integración de todos aquellos elementos que potencialmente debieran ayudar a ofrecer la necesaria densidad a su conjunto. Ese aspecto necrofílico de la devoción al cadáver de la hija de la protagonista –heredado de PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock), no aparece debídamente aprovechado, por más que brinde un instante atroz, cuando las manos de la madre conviertan inesperadamente en polvo sus restos-. La inesperada maldad del pequeño Christopher, hubiera precisado a un Alexander Mackendrick, para extraer la necesaria hondura del punto de vista del muchacho. Incluso ese lado mezquino de la relación de la madura propietaria con el personal que la rodea, por más que aporte un lado de crueldad nada desdeñable, está lejos de alcanzar el dramatismo que atesoran sus instantes más atractivos. En cualquier caso, pese a la recurrencia a ciertas convenciones, y debilidades visuales como la presencia de zooms y teleobjetivos, no dejamos de encontrarnos con una apreciable propuesta bizarra, en un periodo en donde el cine de terror se encontraba en un periodo de crisis generalizada.
Calificación: 2’5