EDISON (2005, David J. Burke) Ciudad sin ley
Hay películas que, o bien han nacido viejas o, por ser incluso más crueles, aparecen como inútiles producciones que quieren remontar –sin ejercer abiertamente como remakes-, de modelos que décadas pasadas alcanzaron el éxito o el reconocimiento. Nada tiene de malo retomar fórmulas que han demostrado su eficacia, pero si que resulta cuestionable plantear un producto cinematográfico que, en todo momento, aparece delimitado –mejor sería decir limitado-, no solo por esas referencias al thriller político esgrimido en décadas como la de los setenta e incluso más cercanamente, en la de los noventa. Con solvencia, podría haber engrosado dicha corriente. Sin embargo, lo cierto y verdad es que EDISON (Ciudad sin ley, 2005. Debut en la pantalla grande de David J, Burke) no es carne ni pescado. En su propuesta argumental –confeccionada por el propio realizador-, no asistimos a ningún elemento novedoso que no nos pueda proporcionar un episodio más o menos solvente de cualquier serie televisiva policiaca de nuestro tiempo. Es tan escaso su material de base, que prácticamente en todo momento el espectador sabe como va a discurrir la acción, y como esta incluso va a concluir. Con ser este un elemento determinante del menguado interés de la función, es evidente que lo que remata la escasa enjundia del mismo son los modos narrativos puestos en práctica por un hombre acostumbrado a las tareas televisivas –lo que en sí mismo no tendría que resultar un demérito-, pero que en su primera aventura en la pantalla grande no sabe introducir más que un surtido incesante de tics visuales propios del cine de acción de nuestros días, sin lograr por el contrario proporcionar al trazado de sus personajes de interés alguno, e incluso llegando al extremo de desaprovechar un reparto en el que se encuentran figuras de la talla de Morgan Freeman –que en esta ocasión aparece por completo desdibujado-.
EDISON se inicia de un modo atractivo, escuchando la voz del principal personaje de la función, el joven e ilusionado periodista Josh Pollack (un descafeinado Justin Timberlake, al que no parecen haberle llamado a los senderos de la interpretación). En realidad, este es el auténtico protagonista de la función, intuyendo a partir de una fortuita circunstancia registrada en el juicio contra el asesinato de un delincuente a cargo de una brigada policial, el hecho de que se esconden elementos de dudosa procedencia. A partir de esa intuición, que en un primer momento le costará ser despedido por parte del director del periódico en que trabaja –el personaje encarnado por Freeman-, Pollack no cejará en una investigación que le relacionará con un contexto revestido de peligrosidad y riesgo, en la búsqueda de testimonios y pruebas que demuestren que ese crimen esgrimido en defensa propia, en realidad procede del contexto de un comando ligado a la policía, de dudosos métodos y aún más dudosa formulación en su funcionamiento financiero. En realidad, esa situación de partida, en la que el sargento Lazerov (un estupendo Dylan McDermott pese a lo estereotipado de su personaje) se ve incitado a disparar a uno de los dos traficantes de droga, será el detonante de esa investigación pertinaz por parte del joven periodista quien, pese a tenerlo todo en contra, quizá actúe espoleado más que por un sentido de búsqueda de justicia, por el hecho de obtener una gloria personal y consagrarse en la profesión –esas alusiones al Pultizer no aparecen como gratuitas-. En todo caso, poco a poco, y de manera especial a partir de la brutal paliza que este y su novia reciben por parte de Lazerov, se producirá un elemento de inflexión, ya que dicha catarsis llamará la atención del propio director del periódico –quien readmitirá al muchacho-, e incluso al ayudante del fiscal –encarnado por un también poco afortunado Kevin Spacey- investigando todos ellos las corruptelas de ese destacamento que goza de privilegios en el estamento policial, y que se encuentra amamantado por el superior Jack Reigert –un estupendo Cary Elwes, atinando con su retrato de detestable yuppie una tipología bastante creíble-.
A partir de dichas premisas, la película se desarrollará con una alternacia de escenas violentas, comentos confesionales, planos cortos, secuencias de acción... En definitiva, todo un recetario ya archisabido, que en esta ocasión se despliega con un escaso grado de inspiración. Apenas algunos instantes en los que predomina la violencia, los tensos instantes que culminarán con la ejecución de Lazerov en plenas dependencias policiales –en donde el crimen aparecerá como una invisible aura de alivio para los componentes del comando-, son detalles que destacan de un conjunto que, justo es reconocerlo, jamás se plantea sobresalir de la condición de suponer un producto policíaco más de consumo y rápido olvido, pero que cierto es desaprovecha esa capacidad de denuncia que podría haber mantenido de forma más contundente su metraje, si en él se hubiera integrado un mayor grado de densidad en el tratamiento de sus personajes, o dejando de lado esa sumisión innecesaria a los dictámenes visuales de la moda del cine de acción de nuestros días. En definitiva, lo que logra en su escasa producción un cineasta como James Gray o, en periodos precedentes, el muy veterano Sidney Lumet. Eso sí, y puede que sea una simple casualidad, el ya veterano John Heard –aquí bastante entonado en su personaje de superior de este comando corrupto- en no pocos momentos me hizo pensar que su extraño parecido con el infausto presidente George W. Bush tuviera alguna relación con su elección en dicho “cast”. Sea esto consciente o inconsciente, no dejo de reconocer que me proporcionó un suplementario aliciente a un título que, por desgracia, no está pródigo de ellos.
Calificación: 1’5