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CINEMA DE PERRA GORDA

Don Sharp

WITCHRAFT (1964, Don Sharp) [Brujería]

WITCHRAFT (1964, Don Sharp) [Brujería]

Una panorámica hacia la derecha nos trasladará de una carretera de ambiente triste,  a un aún más sombrío y antiguo cementerio. Sobre la delectación en su fúnebre y abandonada imaginería se insertan unos sobrios y al mismo tiempo inquietantes títulos de crédito. Son los de WITCHCRAFT (1964, Don Sharp), probablemente la obra más lograda en la filmografía de este apreciable artesano británico que fue Don Sharp, artífice de unos veinticinco largometrajes a lo largo de su obra, extendida además en una prolongada andadura televisiva. El británico terminaba el rodaje de KISS OF THE VAMPIRE (1963) –para Hammer Films, estudio por el que se recuerda especialmente su estimable contribución al cine de terror-, y se introdujo en el de esta producción del experto Robert L. Lippert y Jack Parsons, dando vida a un título claramente encuadrado en la serie B británica, del que señalaremos el cúmulo de influencias que asume de diferentes corrientes del género, pero que por encima de todo se erige como una atractiva propuesta que destaca sobre todo por la contundencia de su atmósfera, unido al hecho de la humildad y la convicción que Sharp imprime a este sencillo relato de Harry Spalding. El mismo aparece como una interesante aportación a la no muy amplia filmografía sobre la temática de la brujería, centrada en un lejano y ancestral enfrentamiento existente entre la familia de los Whitlock, que en el siglo XVII se caracterizaron por su prácticas de brujería, y los Lanier, que en su momento aprovecharon aquella circunstancia para adueñarse de sus propiedades. Todo ello en el ámbito de un lugar indeterminado de la campiña inglesa, donde tres siglos después un descendiente de estos últimos, aliado con un promotor inmobiliario sin escrúpulos, ha profanado el viejo y abandonado cementerio de los Whitlock. Contra ello se opondrá el viejo heredero de la misma –Morgan (Lon Chaney Jr.)-, quien no dudará en ponerse infructuosamente al avance de la excavadora -que dejará abierta una lápida-, quejándose a Bill Lanier (Jack Hedley), el cabeza de la familia, de eterno enfrentamiento, corresponsable de las obras, quien en el fondo había ordenado que tal cementerio se respetara.

Será el inicio de toda una pesadillesca historia, con la resurrección de Vanessa Whitlock (Yvette Rees), la joven que tres siglos antes fuera condenada por los antepasados de los Lanier a ser enterrada viva, y que dese aponer en práctica su plan de venganza. En realidad, WITCHCRAFT podría decirse que se erige en un compendio de una serie de referencias dentro de las corrientes del cine de terror de su tiempo. En especial una simbiosis de rasgos heredados de la escuela italiana del terror –la referencia de LA MASCHERA DEL DEMONIO (La máscara del demonio, 1960) de Mario Bava es evidente-, junto a una atmósfera claramente procedente de una de las mejores corrientes del género dentro del cine británico. La espesura de su blanco y negro y la temática elegida –una venganza en el terreno de la brujería, desarrollada en un tiempo contemporáneo-, nos acerca a un título tan excelente como THE NIGHT OF THE EAGLE (1961. Sidney Hayers), o al mitificado pero a mi juicio más irregular CITY OF THE DEAD (1960. John Moxey), sin olvidar referencias tan eminentes como THE NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. Jacques Tourneur). Sin llegar a las ambiciones del referente tourneriano, el film de Sharp atrapa enseguida al espectador, dada sobre todo la importancia que se otorga a la imagen –mas allá de la presencia de algunos zooms, algunos impactantes y otros prescindibles-, en detrimento de unos diálogos concisos, que impiden desviar la atención a la hora de apreciar la sencillez de la historia planteada. Una historia que, como todos los títulos antes citados, presenta el contraste del atavismo de una maldición del pasado en el seno de una rivalidad contemporánea, que se sigue manteniendo dentro de una sociedad que conserva aún los rasgos de la misma –la presencia de la mansión de los Lanier, de la que se logra una estupenda utilización dramática; el aquelarre que comanda el viejo Morgan, precisamente en el subsuelo de dicha mansión, al que se accede por el pasadizo que se encuentra en la cripta de la primera de las familias citadas. Junto a ello, se establecerá un elemento de conflicto en la relación amorosa que se establecerá entre los jóvenes Todd Lanier (David Weston, a punto de ofrecer otro personaje positivo en THE MASQUE OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja, 1964. Roger Corman) y la sobrina de Morgan –Amy Whitlock (Diane Clare)-, muy influida por el dominio de Morgan, y que de manera oculta también es partícipe del aquelarre que ponen en practica todos los seguidores del viejo patriarca.

Así pues, el devenir previsible pero siempre inquietante de WITCHCRAFT, se combina entre el desarrollo de la maldición puesta en práctica por los diabólicos amuletos y las propias apariciones de la espectral Vanessa –en la que adivinamos muy pronto la referencia de Barbara Steele--, las dificultades en la relación existente entre Todd y Amy, el oculto secreto que albergan los recuerdos de la vieja tía de los Lanier, que se encuentra oculta en sus aposentos en el ático de la mansión desde la muerte de su esposo, víctima de un schock que le impide andar por su propio pie. Todo ello en un ámbito contemporáneo –los hermanos Lanier viajarán a Londres para concretar un proyecto urbanístico-, sin que ello impida eL resabio de asistir a un interesante cuento de terror y brujería, en el que nada nos resultará nuevo, pero cuyo conjunto reviste una sorprendente eficacia. Antes hablábamos de referencias muy claras, pero su metraje nos ofrece ecos de PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock) y WHAT EVER HAPPENED TO BABY JANE? (¿Qué fue de Baby Jane?, 1962. Robert Aldrich) -el descenso por su propio pie por las viejas escaleras de la anciana representante de los Lanier, finalmente perseguida por la inquietante presencia de Virginia-, o la presencia de ese fuego purificador iniciado en los subterráneos de esta familia, lugar de los aquelarres de la familia rival, y en la que ha estado a punto de ser sacrificada la esposa de Bill, en donde las referencias a la conclusión de los primeros títulos del ciclo Corman – Poe resulta pertinente.

Lastrada quizá solo por una chirriante banda sonora que en ocasiones subraya aquello que las imágenes muestran con suficiente contundencia, prácticamente ignorada en cualquier historia del género, no solo creo que quizá WITCHCRAFT sea la mejor aportación de Don Sharp al cine de terror sino que, ante todo, resulta una propuesta quizá no excesivamente original, pero sí suficientemente provista de interés.

Calificación: 3

CURSE OF THE FLY (1965, Don Sharp)

CURSE OF THE FLY (1965, Don Sharp)

Es bastante probable que cuando en 1958 se estrenó THE FLY (La mosca. Kurt Newman), pocos podían imaginarse que esta producción de la 20th Century Fox con guión de James Clavell –basado en una historia de George Langelaan-, no solo iba a suponer un notable éxito, y erigirse como una de las cimas de la ciencia – ficción fílmica norteamericana, sino que generaría una serie de secuelas, que casi tres décadas después propiciaron incluso un remake de la mano de David Cronemberg. Pero junto a este referente más cercano y reconocido con el paso de los años, se incluyen dos prolongaciones de las tribulaciones de la familia Pelambre. La primera de ellas tendría lugar al año siguiente del referente citado –THE RETURN OF THE FLY (1959)- dirigida por el recuperable Edwards Bernds, y que bajo un formato de serie B –fotografía en blanco y negro- conservaba la presencia de Vincent Price en el reparto, erigiéndose en un simpático producto, digno de mayor consideración de la nula que posee, aunque se sitúe a considerable distancia de su precedente cinematográfico. Pues bien, seis años después, dentro de la división inglesa de la propia Fox, se auspició la iniciativa de prolongar la andadura de la familia de científicos, contratando para ello al ya experimentado Don Sharp, realizador británico al que reclamaron en un intervalo de su casi exclusividad con Hammer Films. El resultado, analizando sus elementos por separado, sería muy fácil calificarlo como delirante. Sin embargo, y partiendo de la base que nos encontramos ante un simple producto de terror de consumo, este no carece de ciertos atractivos, aspecto este en el que no hay que omitir que uno de sus productores es el experimentado Robert L. Lippert, ligado en aquellos años desde su residencia estadounidense con la ya citada Hammer.

CURSE OF THE FLY se inicia con la fuga de una interna del que muy pronto sabremos es un sanatorio psiquiátrico. Se trata de Patricia Stanley (Carole Gray), que ha permanecido ingresada por un trauma sufrido tiempo atrás con su madre, y que no dudará en fugarse en paños menores –estábamos en plenos sixties-. Dicha fuga por los alrededores nocturnos y ajardinados del entorno del psiquiátrico, es mostrada con un curioso ralenti mientras se suceden los títulos de crédito, hasta que esta se encuentra casualmente en la carretera con Martin Delambre (George Baker). Pese a la renuencia de la muchacha, este la protegerá y le proporcionará una gabardina para que cubra su semi desnudez. Será el inicio de una extraña relación que, aunque ambos lo desconocen, va a unir a dos seres portadores de anomalías de diferente calado. Por un lado Martin vive las secuelas de los experimentos sobrellevados por su padre –Henri Delambre (un muy avejentado Brian Donlevy)-, que transforman su aspecto exterior con tintes monstruosos, combatidos con constantes antídotos inyectados. Por su parte, Patricia vive ese trauma interior, aunque en apariencia ello no se manifieste en su trato cotidiano. Contra cualquier posibilidad, ambos contraerán matrimonio, llevando Martin a su nueva esposa a su mansión en Canadá. Será un recinto de viejo cuño, que alberga en sus dependencias laterales un moderno laboratorio donde se siguen ejecutando los experimentos destinados a la inmediata materialización de seres a lugares de gran lejanía, equipados con similares adelantos técnicos. En esos experimentos se encuentra Albert Delambre (Michael Graham), instalado en un laboratorio en Londres, y cada vez más reacio a prolongar unas prácticas que –según hemos ido comprobando-, han dejado secuelas traumáticas. Señales e incluso víctimas, entre quienes han utilizado el pretendido revolucionario aspecto, que en el pasado sirviera de traumática experiencia al antepasado transmutado en su cabeza por la de una mosca.

A partir de esta premisa, Don Sharp logra dar forma y un cierto atractivo a un combinado argumental –obra de Harry Spalding-, que en manos menos diestras hubiera estado condenado al más espantoso de los ridículos. Sin embargo, la sensación opresiva que le brinda su fotografía en blanco y negro, el elegante uso de la pantalla ancha, la sobriedad de su relato –que destaca por un apreciable sentido de la progresión- y, sobre todo, ese aire bizarro que se enseñorea en todo su metraje, permite que su resultado, con ser discreto, no deje de poseer su atractivo. La sensación que se alberga por momentos de asistir a una actualización de las célebres películas de “mad doctors” tan frecuentes en los años treinta –especialmente de manos de la Universal-, esa cierta ingenuidad que proporcionaría la presencia de personajes como la mayordoma oriental –en la que se atisba una nuance de ecos similares a los que esgrimía Judith Anderson en REBECCA (Rebeca, 1940. Alfred Hitchcock)-, en este caso con la anterior esposa de Michael, que se encuentra con aspecto deformado recluida en una celda, el partido que se alcanza de la sobrecargada decoración interior de la mansión de los Delambre –que por momentos se acerca en su escenografía a la ya desgastada escuela italiana del terror, y la dosificación que se brinda de esas víctimas –casi mutantes-, que se encuentran encerradas en unas celdas –magnífica la disposición de la pantalla ancha, que permite vislumbrar la amenaza que se esconde tras ellas-, en la que atisbamos ecos de la lejana y magnífica ISLAND OF THE LOST SOULS (La isla de las almas perdidas, 1932. Erle C. Kenton), son elementos que contribuyen a valorar con cierta aprobación la película.

Nos encontramos ante una producción de clara serie B, carente de actores de relieve –tan solo el muy decadente Donlevy, y la estupenda Rachel Kempson, en el pequeño papel de la regidora del psiquiátrico-, que logra en sus minutos finales una cierta sensación de angustia, en la confrontación del padre –que finalmente quedará desintegrado en su intento de traslado-, los dos hijos, y la rebelión de los seres casi mutantes que en el último momento quedarán convertidos en una masa infecta de resonancias lovecraftianas. En definitiva, sin ser una gran película, lo cierto es que CURSE OF THE FLY merece siquiera una mera reseña en la historia del cine fantástico inglés de la década de los sesenta.

Calificación: 2