THE TELL-TALE HEART (1960, Ernest Morris)
THE TELL-TALE HEART (1960) es otra de las innumerables muestras que pueblan ese casi inagotable baúl de singularidades cinematográficas, largos años ocultas, ignoradas, e incluso despreciadas, dentro del cine ninguneado por excelencia; el británico. La película se encuentra firmada por otro de los numerosos realizadores anónimos de este país, Ernest Morris, aunque bajo sus espaldas se desarrollara una estela de unos 25 largometrajes auspiciados durante una década, y la que desconocemos todos ellos, con la excepción del que nos ocupa. Bajo las costuras de la serie B, y dentro de un formato que en no pocos momentos recuerda la vigencia de los espacios dramáticos en aquellos años familiares en la televisión del país, nos encontramos ante una singular e intensa adaptación del breve relato de Edgar Allan Poe, a través de un guion -en el participó Brian Clemens, junto a Eldon Howard- que introduce private jokes en torno a la obra de Poe -la denominación de Edgar del protagonista, de claro parecido físico al escritor; la presencia de una calle denominada ‘Rue Morgue’-. E incluso una primera mitad en la que predomina un tono sardónico, al que ayuda de manera poderosa el fondo sonoro de Tony Crombie y Bill LeSage. Sin embargo, desde el primer momento con una extraña introducción -que solo explicaremos al asistir al sorprendente desenlace del relato, ratificando que, en el fondo, la película aparece como un juego-, nos introducimos en la perfecta descripción que se ofrece del gris, resentido y reprimido Edgar (un excelente y matizado Lawrence Payne). Se trata de un bibliotecario que sublima su personalidad timorata en torno a las mujeres, contemplando en su acomodada vivienda estampas eróticas.
Sin embargo, un día conocerá a Betty (Adrienne Corry) una atractiva mujer que ha llegado a la ciudad y trabaja una floristería. Estos minutos iniciales del film de Norris, se erigen en la descripción del torpe proceso por el que Edgar logrará congraciarse con la recién llegada, quien solo precisamente por dicha condición, mantendrá su apego hacia él -destacar el patético intento de un primer beso cuando la acompaña a su casa-. Junto a ello, la posibilidad de contemplar desde su ventana el dormitorio de su amada añadirá al relato un punto vouyerístico, y poco a poco la relación, mal que bien, irá estrechando sus costuras, por más que en ningún momento Betty se sienta realmente a gusto con alguien que, en el fondo, no es más que un pelmazo. Y será el propio protagonista quien presentará a su amada a su mejor amigo, el elegante, refinado y mundano Carl (Dermot Walsh), de quien ella se enamorará en el primer momento, al encontrar en él lo contrario del ser que hasta entonces ha tenido que aguantar estoicamente. Será ello un punto de inflexión. Algo que la mente retorcida -pero en esta ocasión perspicaz- de Edgar intuirá, y ratificará en una ocasión en la que se asome a la ventana; allí contemplará a su amada en los brazos de Carl -descrito en una sorprendente debilidad de guion-. Toda esta mitad inicial, en cierto modo aparece como un curioso precedente de la primera mitad del segundo de los tres episodios de la cormaniana TALES OF TERROR (Historias de terror, 1962), en el que se describía la infidelidad de Vincent Price con la esposa de Peter Lorre, encarnada por Joyce Jameson.
El protagonista se convertirá de inmediato en un ser taciturno, y citará al que hasta entonces era su amigo y confidente para matarlo con un atizador durante una noche de tormenta, en una secuencia revestida de aterradora intensidad. En el episodio tendrá enorme importancia el contraste de luces y sombres, el uso de los primeros planos y la lubricidad -y el horror- de los sentimientos expresados. De un lado aflorando esa otra personalidad hasta ahora oculta en Edgar y, en un terreno sorprendente, en la asumida condición de víctima de un Carl que de inmediato se rendirá ante su mortal ataque. Será este un bloque noqueante que modificará por completo lo hasta entonces había discurrido bajo las costuras de una irónica comedia de salón, imbuyéndose desde ese momento y con inquietante intensidad en la pesadilla interior sufrida por un protagonista incapaz de soportar el crimen cometido en un arrebato por lo demás estéril. Y es que la película desarrollará una subtrama a partir de la lucha de Betty para que la policía investigue la desaparición de su amado, descubriendo por parte de sus agentes que no era tampoco el caballero intachable que ella imaginaba -anteriormente ya comprobamos en un baile como este rechazaba con vehemencia a una de sus antiguas amantes, ante la presencia de la primera-.
En todo caso, a partir de ese inolvidable giro dramático, THE TELL-TALE HEART se introduce en las creciente tribulaciones de un Edgar cada vez más demacrado al tiempo que más sensible a su propia vida diaria en la cómoda vivienda. Cerrará la estancia donde ha escondido el cadáver de Carl, para que su sirvienta no pueda encontrarlo de ninguna de las maneras. Es tal la intensidad que ofrece a partir de estos momentos el relato, que uno deja en suspense la escasa credibilidad que ofrece el hecho de esconder el mismo bajo las maderas del suelo del salón -¿Y la putrefacción del cuerpo?-. La presencia de la punitiva iluminación en blanco y negro brindada por Jimmy Wilson permite que lo sangriento pudiera -y siga pudiendo- ofrecerse al espectador. Y es que de manera creciente el ocasional criminal se mostrará sensible a los ruidos -ese grifo que gotea ¿Eco del Roderick Usher poeano?- que se irá transformando en el creciente e inquietante eco de unos latidos que le atormentarán. El discurrir posterior del film de Morris se dirime en una mínima peripecia argumental, transformándose en el puro delirio de una mente trastornada. Para ello, el uso del espacio escénico será fundamental, como lo será igualmente la manera es escrutar el rostro y el lenguaje corporal del protagonista. Todo ello envolverá una íntima, personal e irracional sinfonía de horror, que tendrá tres secuencias de especial impacto, que pueden situarse sin lugar a duda entre las más impactantes legadas por el cine de terror inglés de su tiempo. La primera, la leve panorámica vertical desde el piano del salón, que desciende hasta donde Edgar levantará unos tablones del suelo, dejando al descubierto el cuerpo sin vida -pero aun latiendo y con los ojos abiertos- de Carl. Prosiguiendo en esa dinámica, más adelante nuestro cada vez más más atribulado protagonista, totalmente trastornado por el sonido sin cesar de los latidos, tomará un cuchillo y volverá a descubrir el cadáver, lo atravesará con este y extraerá el corazón, aún palpitante, con las manos ensangrentadas. Lo llevará hasta un jardín, donde lo enterrará… en apariencia logrando que deje de latir. Finalmente, el film de Morris brindará una aparente tremenda conclusión, que revelará el sorprendente juego al que se ha sometido al espectador.
Es por ello que, finalmente, THE TELL-TALE HEART aparece como una singular propuesta dramática que, en esencia, brinda un denso retrato psicológico de un personaje en apariencia respetable. Sin embargo, la quintaesencia de este falso relato de terror permite ante todo expresar el lado más mezquino de su protagonista y con él, del conjunto de la supuesta respetabilidad de una sociedad que es puesta en entredicho e incluso ironizada con esa situación final que, a modo de inesperado trompe l’oeil, deviene en el fondo más inquietante dentro de su supuesto y recuperado tono de farsa.
Calificación: 3