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CINEMA DE PERRA GORDA

François Ozon

ÉTÉ 85 (2020, François Ozon) Verano del 85

ÉTÉ 85 (2020, François Ozon) Verano del 85

Con una andadura a sus espaldas que se acerca a los 25 largometrajes rodados con una periodicidad casi anual, no cabe duda que cuando cualquier aficionado acude a contemplar cualquier título firmado por el francés François Ozon, intuye a ciencia cierta lo que este le va a proporcionar. El peso de los recuerdos, la opresión de contextos familiares, cierta sexualidad torturada o el vigor de la juventud, serán algunos de los estilemas reiterados en un cine del que no tengo un amplio conocimiento, pero del que cuando acudo a él de manera esporádica, siempre me ha venido dejando un buen sabor de boca. Es esta una evidencia que me ha vuelto a suceder al contemplar la magnífica ÉTÉ 85 (Verano del 85), acaso una de las películas más perdurables de la accidentada cosecha cinematográfica de 2020. El film de Ozon se inicia con la voz en off de su protagonista en diálogo directo con el espectador, mientras lo vemos siendo escoltado por los agentes de la policía y sentado en un banco, dirigiéndose desafiante a la pantalla y su relato declama todo aquello que nos vamos a encontrar; su historia con alguien al que verá siendo finalmente un cadáver.

Todo ello nos retrotraerá de manera deslumbrante, a un feliz verano de 1985, en la placidez de la costa de Normandía, con un elegante plano de grúa descrito en una animada playa, y tamizado todo ello con el cromatismo propio de la imagen que ha quedado establecida en nuestra memoria. Junto a los créditos, de inmediato nos introduciremos en el ámbito en el que se encuentra el recuerdo cercano y la vivencia del protagonista, el joven Alexis Robin (un fantástico Félix Lefebvre). Muy pronto nos introduciremos en el vitalismo desbordante de alguien que, en el fondo, anhela descubrir las claves de su existencia, y que en este verano tendrá la oportunidad de vivir lo mejor y lo peor que la misma puede ofrecer y, en definitiva, madurar apresuradamente. El flashback que centrará la mayor parte de su metraje contribuirá a llenar de pesar su personalidad, pero al mismo tiempo acelerar esa veta literaria que le adorna, y que hasta el momento solo ha podido aflorar de manera intuitiva.

Así pues, ÉTÉ 85 iniciará realmente la fuerza de su desbordante sensualidad a partir del accidentado encuentro de Alexis, que se encuentra perdido en el mar al ocupar una pequeña barca que se has adentrado mientras él dormía, siendo rescatado por el joven e irresistible David Gorman (Benjamin Voisin). David es huérfano de padre y trabaja junto a su madre -la sra. Gorman (Valeria Bruni)- en un establecimiento de productos marinos, y muy pronto se convertirá en compañero indispensable para un muchacho, Alexis, que sobrelleva su existencia junto a unos padres con los que mantiene establecidas notables diferencias. La burbujeante atmósfera juvenil de aquel tiempo será admirablemente descrita por la cámara de Ozon, acertando a mostrar una ambientación no demasiado marcada, aunque veraz en todo momento, y creando el caldo de cultivo para que se produzca el inicio de una relación, que muy pronto se establecerá en un apasionado romance entre los dos protagonistas. En la facultad que François Ozon acierta a establecer mereced a la intensidad de sus planos, la adecuación de su montaje, la sinceridad de su dirección de actores o la pertinencia de su fondo sonoro, a transmitir al espectador ese ‘estadio’ de felicidad propio sobre todo del joven Alexis. Algo realmente complejo de plasmar en el cine, y que aquellos que en el pasado, por uno u otros motivos hemos vivido esa misma sensación acertamos a detectarla con facilidad. Por ello, en sus momentos más sinceros y placenteros, ÉTÉ 85 logra traspasar la barrera del relato cinematográfico, para bajar y acercarse al espectador sincerándose al describir ese descubrimiento de la felicidad afectiva del adolescente. Al mismo tiempo, inicialmente de manera un tanto abrupta, aunque de manera paulatina con mayor complementariedad, la película irá retornando al momento presente introduciéndonos a las gestiones y apreciaciones reveladoras de algún acto protagonizado por Alexis, como consecuencia de lo que poco a poco -vislumbraremos- ha sido un final trágico de David.

De tal forma, lo que se irá configurando como una relación casi perfecta -incluso Alexis trabajará en el establecimiento de su amado y su madre- irá derivando con la irrupción de la joven Kate (Philipphine Velge), ante la que Grosman incurrirá en una inesperada atracción, aunque en realidad no deje de utilizarla para certificar con ello el fin de una relación que para David -persona incapaz de mantener una larga y estable- ha terminado. Alexis se mostrará desolado ante una realidad que no desea admitir. Se marchará encolerizado de aquella tienda, descubriendo por televisión en la llegada a su casa que David ha muerto en un accidente -los detalles que describen las características del atropellado, de inmediato le harán descubrir que se trata de su amado-. A partir de ese momento la deriva estable de Alexis se tornará de enorme desequilibrio. Querrá buscar inútilmente el cariño de la madre del desaparecido. Intentará encontrar el cariño de sus padres, alcanzando un cierto e inesperado apoyo en su hasta entonces hosco padre -en una inesperada remembranza de la memorable CALL ME BY YOUR NAME (Call Me by Your Name, 2017. Luca Guadadigno)- sin por ello evitar una deriva llena de dolor, y en la que primará el deseo de poder sentirse cerca de su amante muerto, o de cumplir con aquella promesa que le formuló de manera inconsciente y en un instante de felicidad compartida, por parte de David.

Todo ello conformará el último bloque de la película. Y hay que reconocer que tras dos bloques casi sin fisuras, con los que Ozon consigue golpearnos y evocarnos los que podrían ser algunos de los mejores momentos que han forjado nuestro pasado, justo es reconocer que este último tramo no alcanza la sutileza y el equilibrio de estos. Hay algunos aspectos que personalmente considero no se encuentran a la altura -la visualización de los pensamientos de suicidio por parte de Alexis, totalmente prescindibles, o incluso la plasmación del cumplimiento de la promesa hecha a David-. Sin embargo, sin alcanzar en este bloque la emotividad y la excedencia del metraje que le ha precedido, sí que es cierto que poco a poco nos permitirá comprender junto a su protagonista la necesaria catarsis del muchacho. Esa progresiva canalización de la rabia interior que sobrelleva, plasmando la misma a través de su primer relato literario, la creciente amistad generada con Kate, el tímido e incipiente acercamiento hacia sus padres o, en último extremo, el indicio de lo que podría ser una incipiente relación masculina -consolidando con ello la revelación de su auténtica sexualidad- precisamente en el mismo entorno donde se inició su pasión con David, consigue que ÉTÉ 85 complete, finalmente, ese retrato sensible de unos tiempos llenos de libertad descritos con asombrosa precisión por parte de François Ozon, a través de la vivencia personal de un muchacho, con cuyas tribulaciones no solo nos hemos podido introducir en el palpitar de su alma convulsa sino, al propio tiempo, poder evocar un tiempo no tan lejano que en esta hermosa película adquiere vibrante actualidad.

Calidad: 3’5

LE TEMPS QUI RESTE (2005, François Ozon) El tiempo que queda

LE TEMPS QUI RESTE (2005, François Ozon) El tiempo que queda

Es curioso recordar las opiniones contrapuestas que se establecieron a la hora del estreno de la última película del director francés François Ozon. Al referirse a LE TEMPS QUI RESTE (El tiempo que queda, 2005), por un lado se situaron quienes apreciaron un paso adelante en la progresiva depuración y sinceridad demostrada por Ozon en su cine –confieso que he visto algunos títulos suyos y siempre me han parecido tan interesantes como revulsivos- ante determinados exponentes de la actual sociedad francesa. Sin embargo, no pocos han señalado que el título que nos ocupa, carece de la fuerza, la emotividad y la hondura necesaria para haber logrado mostrar en la pantalla de forma intensa, el drama que sufre su protagonista –Romain (Melvil Poupaud)-, cuando de la noche a la mañana descubre que padece un cáncer terminal que acabará con su vida en unos tres meses. Posiblemente ambas opiniones tengan su parte de razón, y me atrevería a concluir que es cierto que Ozon depura el elemento narrativo de sus películas, aunque al mismo tiempo en esta ha optado deliberadamente por una mirada fría y despojada de sentimentalismos al estilo hollywoodiense, que en el fondo responde perfectamente al pensamiento reflejado por su protagonista.

Hasta entonces, Romain ha vivido la vida con intensidad. Hombre atractivo y de prestigio como fotógrafo de moda, se ha caracterizado por una intensa experiencia sexual –es gay-, manteniendo como amante al joven Sasha. Es, sin duda, un ejemplo prototípico de un joven de éxito en la sociedad occidental, aunque ello le lleve a una casi nula relación con sus padres y un abierto enfrentamiento con su hermana. Resulta lógico pensar que ante la cercanía de su muerte intente modificar esas tendencias, aunque lo primero que decide es no comentar nada a sus padres y expulsar a su amante de su casa. Viajará y anunciará su próximo fin a su abuela (Jeanne Moreau), ya que ve en ella a otra persona cercana al fin de la existencia y al mismo tiempo ha desarrollado una vida libre desde la muerte de su marido. Por supuesto, Romain abandona su trabajo, y se encontrará con una camarera que le llegará a proponer la posibilidad de poder dejarla embarazada, ya que su marido es estéril. Tras dudarlo en numerosos momentos, y viendo que el proceso de su enfermedad se agrava, finalmente decide acceder a dicha petición, y dejar al futuro bebé como depositario de sus pertenencias. Queda ya muy poco tiempo, su aspecto está muy desmejorado, ha logrado acercarse hacia su hermana, aunque sin un encuentro directo… y ya solo queda la manera de llegar a cumplir su destino. Romain se marcha hasta una playa, y allí esperará inundado de sentimientos la llegada de la muerte, que se mostrará de forma tranquila y relajada.

Quiero pensar que esa aparente frialdad del título de Ozon obedece a una decisión muy meditada, y que finalmente se revela como acertada, aunque en los primeros minutos lo cierto es que descoloca las previsiones del espectador. No es habitual asistir a propuestas de estas características, en las que estén ausentes el sentimentalismo y la intensidad dramática. En el film que nos ocupa, por el contrario, en todo momento se ofrece un recorrido lineal y sencillo, que a modo de pinceladas nos va mostrando el proceso por el cual el protagonista –del que Melvil Poupaud ofrece un retrato que es todo un prodigio de matización-, intentará inicialmente huir de ese cercano fin descendiendo al sexo duro y al consumo de droga, aunque muy pronto optará por asumir la circunstancia e intentar al mismo tiempo dejar caminos despejados con aquellas personas que le importan y con las que quizá se ha mantenido excesivamente despegado o incluso en conflicto permanente, pero sin buscar en ello una autocomplacencia o provocando la compasión. En resumen; intentar redimirse de actitudes basadas en su carácter egoísta, pero al mismo tiempo sentirse coherente con su forma de entender la vida, y que, por ejemplo, le ha llevado a dejar de lado el uso de la quimioterapia, que le ofrecía una muy leve posibilidad de recuperación.

Todo este complejo mundo interior de Romain es plasmado con sencillez, quizá sí es cierto que con cierta frialdad, pero la verdad es que el conjunto resulta atractivo y honesto, que el relato se extiende de una forma en la que queda ausente cualquier sentimentalismo o elemento demagógico, y que cuando en contadas ocasiones vemos al protagonista llorar, se desprende una enorme sensación de autenticidad, precisamente por no haber abusado de dichos recursos –algo que sucede en la secuencia de despedida de su abuela, o cuando se despide igualmente de su padre, sin que este sepa lo terrible de sus circunstancias-.

Con un impecable uso del formato panorámico y una luminosa fotografía que incide en ese lado panteísta, LE TEMPS QUE RESTE aborda un tema importante: la posibilidad de prolongar la existencia ejerciendo como progenitor de alguien de que alguna manera perpetuará su permanencia en este mundo. Del mismo modo, las imágenes del film de Ozon nos retrotraen a recuerdos y vivencias de Romain niño, con el que simbólicamente se encontrará en el momento de su muerte. Una afinidad quizá aplicada de forma no demasiado convincente, y en la que muchos han querido ver el eco de SMULTRONSTÄLLET (Fresas salvajes, 1957) de Ingman Bergman. Más pertinente resulta el homenaje que se realiza en la secuencia final, que retoma la tan conocida de MORTE A VENEZIA (Muerte en Venecia, 1971. Luchino Visconti).

Pese a esa deliberada mengua de intensidad que quizá se echa de menos, y agradeciendo al mismo tiempo huir de aquellos excesos y demagogias en los que podía haber recaído, lo cierto es que LE TEMPS QUI REST se define finalmente como un título pequeño y sensible, en el que su honestidad y escueta duración, contribuyen a un deguste final realmente valioso, y que sin duda contribuirá al definitivo lanzamiento de su joven protagonista, como uno de los más prometedores galanes con que actualmente cuenta el cine francés.

Calificación: 3