NEW YEAR'S EVE (2011, Garry Marshall) Noche de fin de año
Si bien la filmografía que el séptimo arte ha brindado a las celebraciones navideñas ha sido más que copiosa, es curioso constatar como dicha circunstancia no se ha extendido a la hora de mostrar en la pantalla largometrajes que centren su argumento dentro de la fiesta de fçín de año. A mi mente viene solo el ejemplo de 200 CIGARETTES (200 Cigarrillos, 1999), la única realización de la habitual directora de casting Risa Bramon García, que pese a su magnífico reparto no logró más que un varapalo de la crítica estadounidense, y unos ingresos que recuperaron su no muy elevado coste. Recuerdo con especial cariño aquella película –que fue mejor recibida en nuestro país-, por haber descubierto en ella a mi admirado Paul Rudd, encarnando además en la misma el rol de un joven artista neurótico e inestable, con el que establecí no pocas concomitancias de mi propia personalidad. Tal y como en aquella ocasión se estableció una película fresca, estructurada en base a diversas subtramas, desarrolladas todas ellas dentro de un ámbito indie, de alguna manera Garry Marshall recogió una docena de años después dicha estructura, aunque dentro de un tono más rosáceo y convencional, asumiendo del mismo modo una estructura que ya había ensayado en la inmediatamente precedente VALENTINE’S DAY (Historias de San Valentín, 2010) –que aún no he contemplado-.
No voy a negarlo, nunca he tenido el más mínimo interés en los títulos que he contemplado de Marshall –y entre ellos se encuentra el por otros mitificado PRETTY WOMAN (1990)-. Siempre he detectado en sus películas una tendencia a lo melifluo, que me hacía presagiar lo peor a la hora de asistir a NEW YEAR’S EYE (Noche de fin de año, 2011), que a título anecdótico cosechó nada menos que cinco nominaciones en los temibles premios Razzie –si, los que valoran lo peor de cada temporada en el cine estadounidense-. Sin embargo, la confluencia de un singular reparto, y esa inveterada intuición que por lo general no me suele fallar, me empujó al visionado de esta, finalmente, agradable, comedia romántica, en la que una serie –quizá excesiva, uno de los rasgos cuestionables del film- de seres que viven en la ciudad de New York, se encaminan a la celebración del final de 2011, sobrellevando en su interior una serie de problemáticas en algunos casos externas. Las dificultades que se establecen tras la aparición de la avería de la bola que en Times Square marcará la llegada de 2012, y que señala a Claire Morgan (Hilary Swan), responsable de dicha parcela. La agonía que padece el enfermo terminal Stan Harris (Robert De Niro), un antiguo fotógrafo de prensa, que solo desea ver caer esa bola que tradicionalmente da la entrada al nuevo año para dejar este mundo. El deseo del apuesto Sam (Josh Duhamel), para estar presente en una cita que se marcó el año anterior con una mujer con la que convivió la nochevieja anterior, y que le permitiría modificar su vida de diletante e irresistible play-boy. La intención de una conocida estrella de la canción –Jensen (Jon Bon Jovi)- por recuperar a su antigua esposa. Pero junto a ellos conoceremos el cambio de percepción marcado por el ácrata Randy (Ashton Kutcher), que por norma ha detestado estas celebraciones, al quedarse encerrado en el ascensor de su caótico apartamento por una de las coristas del mencionado cantante. O, finalmente, el empeño de Kim (Sarah Jessica Parker) –de la que se ofrecerán un par de private jokes en torno a su rol en la serie televisiva Sex and the City-, que no ceja en impedir que su hija pase el fin de año junto al muchacho con el que desea establecer una incipiente relación.
Estas y otras historias –como esa relación en principio imposible que se irá consolidando entre la veterana Michelle Pfeifer y el joven Zac Efron-, formarán el quizá un tanto excesivo cómputo de pequeñas subtramas, ante las que cuesta un poco entrar, precisamente por su acumulación. Pero, sin embargo, poco a poco, quizá debido a la experiencia adquirida, y pese a la generalizada valoración negativa que su resultado ha recibido –curiosamente, en mayor medida que sucedió con la mencionada 200 CIGARETTES-, lo cierto es que NEW YEAR’S EVE poco a poco va prendiendo en el espectador. Lo hace una vez se asientan sus pequeñas historias y se entrelazan los elementos que de manera inesperada ligan las mismas. Marshall se permite la licencia de recuperar a Héctor Elizondo, uno de sus intérpretes fetiche –encarnando al veterano electricista que finalmente será quien solvente el grave problema que puede suponer la ruptura de un rito nacional-, e incorpora un tono elegante, elegíaco y luminoso, intentando que cada uno de los roles que pueblan la ficción, pueda exteriorizar los motivos por los que a primera instancia convierten esta celebración en un motivo de tristeza o desazón –que dicho sea de paso, es algo que hemos vivido todos en algunos momentos de nuestras vidas, en estas fechas en las que parece obligado ser felices-.
Poco a poco, con la ayuda de un oportuno montaje –Michael Tronick-, una adecuada interpretación de su amplio cast, y la luminosa aportación de la fotografía de Charles Minsky, Marshall logra acercarnos a la entraña de la problemática vivida por todos sus seres –cierto es que en su mayor parte estos se vislumbren de clases medias – altas, echándose de menos una mayor diversidad sociológica en los mismos. Sin embargo, pese a dicha carencia, la habilidad del montaje y el cierto tono mágico alcanzado, nos permitirá asistir a secuencias tan luminosas como la visita que Paul (Efron), mensajero de profesión, brindará a Ingrid (Pfeiffer), tanto a una simulación de templo oriental, como a un recinto que encierra una gran reproducción a escala de la propia New York. Y es que, en última instancia, es la propia ciudad de la gran manzana, la que se erigirá como la gran protagonista del film, viviendo casi en carne propia el espectador, todo el ritual que anualmente se ejecuta en Times Square con ciertas licencias -comprobar la rapidez con la que se desaloja el evento-, o como la mayor parte de los personajes del film se reúnen con facilidad en un entorno de tan grandes dimensiones, y en la que no faltará incluso la presencia del alcalde Bloomberg.
Pero en este caso, hay que reconocer que dichas debilidades importan poco. Marshall y su guionista Katherine Fugate lleguen a plantear dos inesperados giros de guión –en especial uno de ellos, protagonizado por la Swank-, que permitirá uno de los instantes más emotivos de una película todo lo almibarada que se quiera, pero que he de reconocer que pese a sus limitaciones y lugares comunes, logró en algunos momentos tocar mi fibra sensible como espectador. Si a ello unimos el divertido contraste que brindan las secuencias o tomas falsas que se insertan en los títulos de crédito finales, conformarán un conjunto que oscila entre lo sentimental –el discurso que Clair Morgan efectúa ante la población para justificar la avería producida en la bola que ha de marcar el paso del año-, lo no siempre divertido –la competición de parejas a la hora de obtener los veinticinco mil dólares por ser el primer newyorkino del año-. De todos modos, el conjunto funciona en su cometido de “cuento de fin de año”, concluyendo además con una entrañable elegancia, calzados “manolos” incluida. Contemplar sin prejuicios NEW YEAR’S EVE no supone encontrarse ante un gran film, pero sí ante una pequeña cinta claramente comercial, que degustada sin anteojeras ofrece no pocos motivos de regocijo.
Calificación: 2’5