HELLO, DOLLY! (1969, Gene Kelly) Hello. Dolly!
Se suele señalar, y esta es una verdad a medias, que HELLO, DOLLY! (Hello. Dolly!, 1969. Gene Kelly) permitió prácticamente el hundimiento económico de la 20th Century Fox. Es cierto que la película no recuperó ni de lejos, la enorme inversión albergada en ella, que oscila según las fuentes entre 20 y 25 millones de dólares. Una enorme cantidad que es cierto tuvo su principal destino en la fastuosa recreación de una calle newyorkina de finales del siglo XIX, o en episodios como el desfile que se desarrolla en la misma, que contó con cuatro mil figurantes. Pero no es menos cierto que el film de Kelly suscitó incluso antes de iniciar su rodaje con innumerables gastos en concepto de pago de derechos, y en la propia lucha contra David Merrick, artífice de la exitosa obra musical de Broadway en la que se basaría la película, que hizo retrasar durante más de un año el estreno de la película para seguir explotando su triunfo escénico, toda vez que su rodaje había concluido al concluir el verano de 1968. A ello, cabría sumar la política quizá demasiado machacona del estudio, a la hora de apostar por musicales de gran diseño de producción, después del enorme éxito de THE SOUND OF MUSIC (Sonrisas y lágrimas, 1966. Robert Wise) que permitió el fracaso paralelo de STAR! (La estrella, 1968) una magnífica y olvidada biografía musicalizada de la actriz Gertrude Lawrence, filmada por Wise el mismo realizador del oscarizado musical antes señalado.
Lo cierto es que los gustos del público mutaron con rapidez, y como consecuencia de ello este tipo de propuestas pronto aparecieron anacrónicas para gustos que se encaminaban a unos inciertos y al mismo tiempo renovados años 70 en la pantalla. Lo que sucede es que el propio discurrir del tiempo ejerce como elemento selectivo e incluso corrector de estos vaivenes en la estima. Y valga esta singularidad, para considerar el film de Kelly como uno de los últimos grandes musicales de estirpe clásica. Y lo hago, emparejando este aprecio. con el antes citado STAR!, o el coetáneo y pésimamente recibido PAINT YOUR WAGON (La leyenda de la ciudad sin nombre, 1969) que cerró la filmografía del eternamente subestimado Joshua Logan.
HELLO, DOLLY! acusa, justo es reconocerlo, cierta tendencia a la vacuidad en su diseño de producción, pero, de entrada, logra un poco común equilibrio en su efectividad como comedia de costumbres, e incluso en varios de sus mejores momentos alcanza una intensidad e incluso intimismo bastante sorprendente. No es la primera vez que esta obra teatral del gran Thornton Wilder era llevada a la pantalla. Recuerdo con no poco aprecio la adaptación que Joseph Anthony realizó -en la que quizá sería la película más atractiva de su escasa y no demasiado estimulante filmografía- para la Paramount: THE MATCHMAKER (La casamentera, 1958), contando como protagonista con la célebre -y oscarizada- actriz teatral Shirley Booth, y teniendo a su lado a Paul Ford, Anthony Perkins, Shirley MacLaine y Robert Morse. En esta ocasión, y partiendo de un proyecto y un guion a cargo del reconocido Ernest Lehmann, se contó de entrada con la elección de Barbra Streisand como protafonista, que entonces se encontraba en pleno apogeo de su rápida popularidad -con un Oscar recientemente alcanzado- pero que contaba con el hándicap de resultar mucho más joven de lo requerido en su personaje de la insistente viuda, seductora y lianta Dolly Levi. Y preciso es reconocer que pese a la polémica generada. Pese a la tensión que en el rodaje mantuvo con su oponente masculino, el inconmensurable Walter Matthaw -encarnando al adinerado y taciturno Horace Vandergelder-. Pese incluso, a esa cierta sensación de anacronismo que se desprende de su apariencia, HELLO, DOLLY! deviene casi desde el primer momento en toda una propuesta que emana vitalismo y alegría de vivir en todos sus fotogramas. Bajo el envoltorio de esa leve premisa argumental lindante con el vodevil, y enmarcando en su seno un leve enfrentamiento de amores contrapuestos, la película de Kelly trasmite desde su propio inicio -esa imagen de postal antigua de una calle newyorkina, que de repente comienza a cobrar vida- una extraña sinfonía de nervio interior, en la que sus personajes parecen y necesitan exteriorizar sus sentimientos, que en definitiva se trata del mero hecho de buscar sentido a sus existencias mediante el amor, por más que este aparezca planteado por la más convencional de sus expresiones; la pareja. Será algo que no solo emanará de la propia Dolly prácticamente desde que la película se inicia, e incluso de Horace, aunque ello aparezca para él ante la posibilidad de quedar solo en su ya avanzada existencia -quizá sea esa la clave de la película; la huida de la soledad-. Será el drama que atenaza a su joven sobrina y al pintor prometido de esta, o incluso se extenderá a los dos jóvenes y abnegados empleados del almacén de Horace -Cornelius (el un tanto gesticulante Michael Crawford) y el más joven Barnaby (un dinámico y encantador Danny Lockin, que roba todos los planos en los que aparece, y que menos de una década después fue trágicamente asesinado).
Es por ello que el film de Kelly aparece casi como una sinfonía de sentimientos, en el que todas sus criaturas buscan de manera sencilla la definitiva reubicación de sus vidas, y para ello la película utiliza de manera brillantísima la prestación del director de coreografía Michael Kidd, especialista en números caracterizados por su nervio y vitalismo. Es cierto que en todo momento Kelly utiliza con considerable pericia la comedia vodevilesca basada en constantes equívocos y situaciones inesperadas, género que había manejado ya previamente con cierta destreza, y al que pertenecen los títulos que le anteceden y suceden en su no demasiado amplia andadura como director. Todo ello, y pasando por alto la un tanto previsible resolución de su argumento, deviene en una cinta en la que apenas pesan sus casi dos horas y media de duración. En la que en numerosos de sus pasajes, números musicales y canciones, se transmite al espectador una extraña sensación de felicidad, y en el que incluso en ciertos momentos se aprecian ciertos detalles de puesta en escena que adivinan a un realizador dotado con cierta inventiva. Es algo que nos señala ya ese plano casi inicial de la sucesión de pies caminando en la urbe newyorkina, antes de mostrar la presencia de Levy, y de alguna manera vaticinando ese discurrir errático que plasmarán sus principales personajes a lo largo del relato. O en ese largo y complejo travelling de retroceso lleno de reencuadres que describirá esa canción de la Streisand mientras se introduce en el almacén de Horace y, de alguna manera, nos anuncia la invasión que va a producir en la vida de este. O, por supuesto, esa combinación de panorámicas nocturnas y acercamientos de cámara, cuando esta abandona a Cornelius, Barnaby y sus nuevas compañías femeninas, hasta encuadrar en la ventana donde Dolly se prepara en su nueva ofensiva romántica hacia Vandergelder.
Sin embargo, al hablar de HELLO, DOLLY! uno evoca ante todo esa sensación de permanente vitalismo. Es cierto que pese a esa ya señalada inadecuación en su edad, pronto olvida el espectador dicha circunstancia, y entra en el juego de una Streisand pletórica de recursos y divertidas asechanzas. Que acepta plenamente esa complicidad ante el espectador que proporciona un Matthaw en estado de gracia -el gesto que expresa en la cena con Ermengarde Semple cuando esta pide que le busquen esas ostras que no se encuentran en el restaurante, es absolutamente sublime-. Pero más allá de ello, es cierto que al asistir al deslumbrante episodio descrito en el Harmonia Gardens, uno advierte con disfrutable asombro la simbiosis de una coreografía casi inimitable y la anuencia de elementos vodevilescos, con otros -esos camareros que atienden a sus clientes de manera tan rápida y perfecta como mecánica- directamente emanados del slapstick silente.
Esa sensación de extraordinario ‘más difícil todavía’ la albergarán de manera más acusada los que son, bajo mi punto de vista, sus dos set pièces más memorables. Para ello, conviene olvidarse de su almibarada conclusión y dejar en el recuerdo dos de los momentos más memorables de la historia del género. Uno de ellos, la descripción de ese espectacular desfile que culminará con ese larguísimo plano que encuadrará en el mismo a la Streisand cantando el inolvidable “Before the Parade Passes By”. El otro lo contemplaremos con anterioridad y ofrece una sensación de felicidad extrema, a partir de esa idea de los jóvenes empleados de viajar de Yonkers a Nueva York a conocer mundo y, quizá, a descubrir a una mujer. Y es que si HELLO, DOLLY! merecería un lugar de cierto relieve en la historia última del musical americano, sería por el deslumbrante y contagioso “Put Or Your Sunday Clothes”, que culmina con ese casi imposible y grandioso plano aéreo alejándose del tren en marcha, que sigue impresionándome en cuantas ocasiones lo contemplo, y que no dudo en considerar como una de las cimas de la emoción jamás generadas por el cine musical.
Lo que para algunos supone una película pasada de moda desde el mismo momento de su estreno, para otros resulta una obra no siempre perfecta pero gozosa, que logra transmitir esa sensación placentera propia de las mejores muestras del género. Y si no, que se lo pregunten a WALL-E. quien con el paso de los años se convirtió en el mejor valedor del film de Kelly. No seré yo quien le oponga lo contrario.
Calificación: 3’5