Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

George Waggner

THE CLIMAX (1944, George Waggner) Misterio en la ópera

THE CLIMAX (1944, George Waggner) Misterio en la ópera

Recuerdo cuando en los primeros meses de 1982, dentro de aquel recordado ciclo auspiciado en TV2 por el recordado Chicho Ibáñez Serrador, ‘Mis terrores favoritos’, se emitió PHANTOM OF THE OPERA (El fantasma de la ópera, 1943. Arthur Lubin), un servidor -entonces muy joven aspirante a cinéfilo- abominó totalmente de una propuesta que se alejaba de los matices oscuros que proponía la novela de Gaston Leroux. En su oposición a los tintes terroríficos que esgrimían la mayoría de los títulos emitidos, el film de Lubin apostaba de manera directa por una manera melodramática de entender el misterio, abordándolo de manera más o menos novedosa con el uso de un vibrante Technicolor -en el sentido positivo- y la querencia del protagonismo de la cantante Susanna Foster -unida a la del temible Nelson Eddy-, con lo que ello podría conllevar de inclinación a ciertos contextos cercanos al kitsch.

Es posible que si revisara PHANTOM OF THE OPERA probablemente otorgara una mirada más indulgente a la película, al valorar su aporte plástico. En buena medida, eso es lo que me ha sucedido con THE CLIMAX (Misterio en la ópera, 1944. George Waggner), rodada en la misma Universal dado el éxito comercial de la anterior, y requiriendo igualmente la presencia de la Foster como protagonista femenina. La película se desarrolla en la Viena de inicios del siglo XX, en el contexto del denominado teatro real. El médico del mismo es el atormentado dr. Friedrich Hohner (Boris Karloff), al que contemplaremos en los primeros planos del relato -partiendo de un guion del especialista Curt Siodmak y Lynn Starling, con adaptación del primero a partir de la obra de Edward Locke- deambulando por el entorno del edificio en la soledad de la noche, hasta entrar a un recinto que le retrotraerá a diez años atrás, donde se evocará la trágica situación vivida por su amada, la cantante Marcellina (June Vincent) -¿no tenían otro nombre menos chirriante?-. Ferviente enamorado de ella, la muchacha no desaprovechará la ocasión que se le brinda, de protagonizar una compleja función que favorecería su consagración como artista. Viendo la imposibilidad de que rectifique, en un ataque de ira la estrangulará. aunque en ningún momento aparezca su cadáver, y quedando el misterio latente sobre su desaparición durante esta década. La actualidad del teatro se centrará en los conflictos mantenidos con la primera cantante del mismo, la caprichosa e inestable Jarmila (Jane Farrar). En medio de dicha tensión, de manera inesperada aparecerá la joven Angela Klatt (Foster) -cercana a Carl Baumann (Ludwig Stössel)- siempre acompañada por su novio, el músico Franz Munzer (Turham Bey). En una de las situaciones más tensas vividas por el conde Seabruck (Thomas Gómez), responsable del teatro, la presencia de Angela supondrá un balón de oxígeno para dicho propietario, quien dará una oportunidad -que supondrá un éxito- a la muchacha. Ello provocará por un lado la ilusión de su novio y promotor, los recelos crecientes de la insoportable Jamila pero, al mismo tiempo, de manera inesperada excitará las ira de un nuevamente redivivo Hohner, que no dudará en percibir la semejanza en la voz de la muchacha con la de su amada y desaparecida Marcellina. Por ello hipnotizará a Angela y adquirirá ante ella un dominio mental que, en un momento dado, impedirá que pueda cantar cuando se le ha proyectado protagonizar la misma ópera que estuviera a punto de cantar la desaparecida diva; ‘La voz humana’. De tal forma intentará preservar el recuerdo su antigua amada, cuyo cadáver conserva embalsamado en una oculta dependencia de su mansión, donde cuenta como ama de llaves con la veterana Luise (Gale Sondergaard), antigua sirvienta de la desaparecida, que en el fondo se encuentra al servicio del viejo doctor para confirmar sus sospechas de que este la asesinó en el pasado.

THE CLIMAX se inicia con una secuencia dotada de una notable atmósfera, siguiendo el ya señalado deambular del abatido doctor, hasta que llega al recinto en el que tuvo el último contacto con su amada. Muy pronto observaremos la brillantez de su espectacular Technicolor y el magnífico diseño de producción, oportunamente utilizado por su director a la hora de proporcionar a sus imágenes de cierta fuerza dramática. Pronto la acción ofrecerá un flashback -adornado con unas chirriantes orlas que rodean sus imágenes- para mostrarnos ese postrero enfrentamiento que costaría la vida de Marcellina. Hasta entonces puede decirse que el film de Waggner funciona razonablemente bien, pero muy pronto nos enfrentaremos a la presencia de elementos de supuesta comedia -los enfrentamientos y vanidades de los artistas del teatro- absolutamente olvidables. Y a ello, con el paso de buena parte del metraje, se irán sucediendo no pocas incongruencias que revelarán la falta de entidad de su guion -¿Cómo es que Luise no ha descubierto en su década de servicio al doctor el cadáver de Marcellita?, ¿resulta creíble que Angela permanezca en la residencia del médico durante varios días, sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo?-. Serían notables los destarifos en este sentido lo que, unido a la falta de gracia y de sentido melodramático de otros de sus aspectos -la bobaliconería de Franz, siempre aplaudiendo y jaleando como un poseso cada vez que Ángela se dispone a cantar-, serían elementos quizá suficientes para destrozar la película.

Sin embargo, no seré yo quien lo haga. Como antes señalaba, su discurrir destaca por su suntuosidad y la opulencia con la que exhibe su magnífico diseño de producción, que es resaltado de manera conveniente por una cámara notablemente dinámica. Esa impronta pictórica se prolongará a la hora de plasmar las actuaciones y números musicales desarrollados en el teatro. Actuaciones todas ellas en las que esa búsqueda de la exaltación en su cromatismo permite que emerjan de la vulgaridad, y logrando un cierto grado de emoción al servirse a las cualidades canoras de la protagonista. Unamos a ello ciertos elementos de comedia que alcanzan cierta efectividad -la inesperada adolescencia del monarca- que se unirá a la fuerza que presidirá la caracterización de Karloff -en su retorno al estudio- albergando en aquellos pasajes descritos en el interior de su suntuosa y oscura mansión, una considerable efectividad y aura de malsano misterio. Será algo a lo que incidirá la idea más atractiva de la película, de clara ascendencia necrofílica. En la parte superior de la mansión del doctor se encuentra un recinto custodiado bajo espesos herrajes, donde este tiene expuesto en un dosel el cadáver embalsamado de Marcellita. Este solo se mostrará en los minutos finales, cuando por accidente se incendie el recinto, precisamente en el momento que la policía iba a capturar al enajenado galeno, quien finalmente morirá entre las llamas en un extraño giro del destino, y al reunirse con aquella mujer a quien tanto amaba y al mismo tiempo quitó la vida.

Calificación: 2’5

HORROR ISLAND (1941, George Waggner)

HORROR ISLAND (1941, George Waggner)

Al referirnos a HORROR ISLAND (1941), cierto es que nos encontramos en el periodo menos estimulante de la producción de la Universal dentro del ámbito del cine de terror. No es menos constatable que George Waggner fue uno de los realizadores más anodinos con los que contó el estudio en aquellos años –de todos modos, los hubo peores, y de sus manos surgió el apreciable THE WOLF MAN (El hombre lobo), rodado el mismo año del título que comentamos-. En todo caso, y aún partiendo de unas premisas tan poco estimulantes, jamás podía imaginar que HORROR ISLAND (1941) ofreciera un resultado tan calamitoso, erigiéndose sin grandes problemas en una de las producciones más lamentables generadas en dicho estudio en aquellos años, máxime partiendo de la premisa de encontrarnos ante un producto que apenas sobrepasa la hora de duración, y en su seno se combina el relato de misterio con
elementos de comedia.

El film de Waggner se inicia mostrándonos las penurias económicas vividas por el joven propietario de un pequeño barco, asimismo dueño de una no menos pequeña isla que cuenta con un castillo en la misma –Bill Martin (un Dick Foran más insípido que nunca)-. Ayudado por su fiel ayudante, se encontrarán con un viejo marino con pata de palo –Tobías Clump (Leo Carrillo)-, quién intentará convencerles de la existencia del tesoro del pirata Morgan escondido en el interior del castillo, y del cual posee la mitad del plano que detalla la presunta localización de dicho tesoro. Pese al escepticismo de Martin, poco a poco irá percibiendo la posibilidad de utilizar dicho castillo como elemento para programar visitas turísticas, destinadas a personas en busca de emociones fuertes y, con ello, obtener unos ingresos que le permitan pagar las enormes facturas que le atenazan. Sin embargo, la incorporación de diversos personajes en su primer viaje, entre los que se incluirá la oferta de un primo suyo de pagarle veinte mil dólares por la propiedad de la isla, motivará un creciente interés en acceder hasta la misma, sufriendo incluso a la salida el envío de una bomba que estará a punto de asesinarlos a todos. A su llegada al castillo, Martin y su ayudante tendrán preparados una serie de trucos para asustar a los viajeros, mientras que Tobías intentará encontrar el tesoro que se intuye con la mitad del mapa que conserva, recorriendo las estancias del viejo recinto –del que se señala posee ¡¡400 años de antigüedad!!, y al que entrarán sin problemas, ya que tiene la puerta abierta-. Por su parte, el resto de viajeros vivirán una serie de extrañas situaciones, destacando el progresivo temor que irá percibiendo la joven Wendy Creighton (Peggy Moran), con la que Martin tuvo un pequeño accidente de coche en la salida de su oficina, y que de manera progresiva se irá acercando a este. Lo que ninguno de los presentes podrá esperar, es que vayan siendo asesinados algunos de los hospedados en el castillo, en una situación que combinará tintes dramáticos con elementos de comedia, y en el que rondará la presencia de un extraño hombre de rostro afilado y cubierto de una misteriosa capa.

Si tuviera que destacar algún elemento mínimamente reseñable de HORROR ISLAND, lo haría refiriéndome al inquietante “travelling” con que se inicia la película, recorriendo el paso de un hombre con pata de palo por la nocturnidad del puerto en el que se inicia la acción. Ello unido a la eficacísima fotografía en blanco y negro que definiría el conjunto de la producción del género en el estudio -en esta ocasión responsabilidad de Elwood Bredell-, contribuyen a envolver de manera precisa un producto casi, casi, indignante. No se si podríamos señalar que resulta aún peor que las olvidables comedias de terror que el estudio auspició años después, protagonizadas por Abbott y Costello, pero lo cierto es que el film de Waggner destaca por la lamentable combinación de unos ¿personajes? sstúpidos y sin sustancia, unos diálogos y situaciones que intentan provocar la carcajada y solo logran la estupefacción del espectador, y unas pretendidas situaciones terroríficas –basadas en los “10 negritos” de Agatha Christie-, que de previsibles y rutinarias solo provocan el bostezo y el tedio. Que ello suceda en un film de apenas una hora de duración resulta imperdonable, pero más lo es que no solo su resultado rezume mediocridad por sus cuatro costados, sino que se erija quizá como una de las peores comedias de terror jamás generadas en el cine clásico de Hollywood, y el bostezo resulte casi generalizado en un metraje que aparece casi interminable. Momentos como aquel en el que uno de los huéspedes duerme con las gafas puestas teniendo al lado una calavera de pega, o ese apergaminado pretendiente de Wendy, que en los últimos fotogramas se resigna a perder a la que puede ser un gran partido en su vida, ya que esta se ha enamorado de Bill ¡¡en una noche!!, dan la medida de este HORROR ISLAND, que no dudo en considerar como uno de los referentes más irritantes y olvidables de la decadencia que el estudio clásico del género en los años treinta, acometió poco tiempo después, intentando aprovechar sin el más mínimo atisbo de inteligencia una producción en la que ofrecieron no pocos exponentes inolvidables. Desde luego, este se inserta en su vertiente totalmente opuesta.

Calificación: 0