STOLEN IDENTITY (1953, Gunter von Fristch)
¿Alguien se acuerda de la singularidad de THE CURSE OF THE CAT PEOPLE (1944)? No se trata de la mejor, pero quizá sea la más insólita de las producciones de Val Lewton en el seno de la RKO, proponiendo un extraño film fantastique, que al parecer albergó problemas al irse contemplando la personalidad que le quería brindar su realizador inicial, el austrohúngaro Gunter von Fristch (1906 – 1988). Es por ello que hubo de sumarse al rodaje el norteamericano Robert Wise, ofreciendo a su conjunto una extraña irregularidad, en la que pasajes de fascinante composición visual, quedaban oscurecidos con la aplicación de unas determinadas convenciones argumentales, y ofreciendo en su conjunto un resultado que estoy seguro ni Lewton jamás soñó.
Lo cierto es que siempre ha quedado en el aire la realidad de la posible personalidad de este realizador anómalo, apenas conocido, previsible refugiado europeo, fogueado en el campo del cortometraje y el documental, e inclinado a partir de entrados los años cincuenta a una andadura televisiva no muy extensa. En torno a la misma, apenas se dirimen tres largometrajes –incluyendo en ellos su ya mencionado debut-, además de ser el director del episodio vienés del largometraje documental THIS IS CINERAMA (1952). Pues bien, el paso del tiempo nos ha permitido acercarnos a STOLEN IDENTITY (1953), una producción de claro ámbito de Serie B, auspiciada de manera inesperada por el exótico actor Turhan Bey. Lo cierto es que el descubrimiento demuestra, si a alguien le cabe duda, que dicho ámbito, fue un magnífico caldo de cultivo para exponer algunas de las propuestas más intensas y radicales del cine norteamericano de su tiempo. Algo en lo que el título que nos ocupa se integra por derecho propio, como una propuesta desasosegadora y al mismo tiempo esperanzada, en torno a la búsqueda de una segunda oportunidad existencial, de dos seres partícipes de ámbitos divergentes, se vean unidos en el ámbito de la Viena de posguerra.
Con el fondo sonoro de un tema, que curiosamente recuerda bastante al que posteriormente compondría Clifton Parker para la maravillosa THE NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. Jacques Tourneur), STOLEN IDENTITY se inicia con una sucesión de planos que marcan el discurrir de ferrocarriles, insinuando ese desasosiego, esa búsqueda casi desesperada de huída, que marcará el momento de los dos personajes protagonistas de la película. De un lado tenemos a Karen Manelli (Joan Camden), la esposa de un célebre pianista –Claude Manelli (Francis Lederer)-, de la muy pronto veremos quiere huir de su hogar, atendiendo el aviso de alguien que llega hasta la ciudad en ese tren con el que se ha iniciado la película. Por otro lado nos introducimos en el complejo ámbito laboral de Toni Sponer (Donald Buka), joven de pasado un tanto voluble, que sobrevive sin identidad legal, ejerciendo como taxista carente de licencia. Ambos se encuentran casi como extraños en sus respectivos modus vivendi –Karen finge un acercamiento a su esposo, mientras que Toni se encuentra acogido por parte de un matrimonio con el que mantiene una excelente relación, especialmente con la esposa del mismo-. A partir de este punto de partida, surgido del guión de Robert Hill, según la novela de Alexander Lernet-Holenia, Fritsch brinda una apasionante simbiosis entre el drama psicológico, el suspense y la descripción de un ámbito de descomposición bélica. Todo ello –y es la mayor virtud de su conjunto-, aparecerá descrito con unas maneras singularísimas, intuyéndose en ellas la dotación y la personalidad definida que aparece en todos y cada uno de los fotogramas de esta película modesta en sus costuras, pero rica en sus sugerencias, en donde ámbitos más o menos previsibles de los ámbitos señalados, adquieren en la plasmación fílmica del realizador, una fuerza única.
Y es que, justo es señalarlo, la película se caracteriza por una primera mitad, en la que Fritsch apuesta por el abandono de sus criaturas, en el ámbito de una dirección artística o una escenografía, que además de traspasar la pantalla por su autenticidad o la potenciación de su iluminación, engulle a nuestros protagonistas. Ya en sus primeros instantes, esa búsqueda por una dramaturgia narrada en voz callada, se plasmará en la capacidad de observación con la que se describen los distintos puntos de vista presentes en la mansión de los Manelli, en donde unos se observan a otros, en el desarrollo de una auténtica mascarada de sentimientos y fidelidades. Será sin duda una mirada en torno a una cierta burguesía enfermiza, en la que el propio carácter esquizoide del pianista, ofrecerá a dichas secuencias de cierta aura malsana. Por su parte, la triste andadura del por otro lado arrogante y simpático Tony, estará marcada por una visión más a flor de tierra de un mundo urbano en el que aparecen descritas las cicatrices de la reciente contienda mundial. El punto de inflexión quedará inmerso en una magnifica secuencia, de indudable raíz hitchcockiana, en la que Claude asesinará al amigo de su esposa, cuando este se encuentra en el taxi que conduce Toni, en un descanso de este para recoger las maletas. Admirable y al mismo tiempo original y silenciosa plasmación del mismo, a la que sucederá el desalojo del cadáver por parte del atribulado conductor –en una secuencia en contrapicado con el fondo de unas estructuras metálicas, que también parece que pudieran servir como referencia al TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957) de Welles. A la hora de buscar la documentación del fallecido, Toni verá que este era un ciudadano norteamericano, por lo que intuitivamente accederá a suplantar su personalidad, buscando con ello la posibilidad de retornar a esa Norteamérica que visitó años atrás. Será el momento en el que los destinos de los dos protagonistas se entrecrucen, inicialmente con recelo por parte de Karen, conociendo esta la impostura de Toni, aunque ello no sea más que el inicio de una extraña relación, que cobrará más importancia cuando Claudio intente todas sus acechanzas, al objeto de impedir la huída de ambos.
STOLEN IDENTITY fascina por la serenidad con la que describe un submundo lleno de desasosiego, en las miradas y los gestos de sus siempre ajustados intérpretes –incluso el, por lo general, enervante Francis Lederer-. Como la iluminación y la escenografía deviene esencial para ejercer como vasos comunicantes del estado de ánimo de sus personajes. Como del mismo modo aparece la impronta cultural de una ciudad como Viena –el inspector de policía, fascinando por la música clásica que escucha de la orquesta en la que Claudio ejerce como pianista, el propio e incesante clamor de los aplausos del público al finalizar el concierto de este-, o como apenas un gesto como ese cigarro compartido por la pareja protagonista, escondida y huyendo de la persecución de los agentes, puede describir la casi imperceptible presencia de una atracción mutua entre ambos. La película no oculta aspectos malsanos –como esa extraña relación del ayuda de cámara del pianista, que ejerce casi como espía de su esposa-, y desciende a un tercio final absolutamente deslumbrante, con una sucesión de secuencias dignas del más brillante de los estilistas cinematográficos. La ya citada del concierto y su contrapartida dramática, la exquisita y al mismo tiempo desoladora cita de Toni y Karen, en un piso que se ha convertido por parte de unos ancianos, como sala de proyección de fotografías de exóticos países –de ciertos ecos langianos-, en donde sus habituales se evaden de la dura realidad, al tiempo que tendrán un lugar en la oscuridad para exteriorizar algunos de sus íntimos deseos. Y también la triste y entrecortada celebración del fin de año –en donde Marie, secreta enamorada del joven, mostrará su resignación a perderlo para siempre-, que dará paso a un asombroso episodio de persecución entre las viejas construcciones y las ruinas de Viena –con el sonido de fondo de las campañas de las iglesias de la ciudad-, que podría engrosar por derecho propio cualquier antología dentro de dicha vertiente. Autentica catarsis vivida por la pareja, que dará paso el encuentro de Claude, a una aparente resignación en la huída por parte de Toni, aunque al final la misma se dirima en un gesto valiente por parte de este, dando el paso adelante para que esos dos jóvenes puedan extraer de todo lo vivido, la posibilidad de un nuevo arranque de sus vidas, coherente con sus anhelos. Algo que Fritsch expresará con un inusual sentido romántico, y con la misma sobriedad de la que ha hecho gala a lo largo del metraje previo. A fin de cuentas, lo que finalmente dota de una especial singularidad, y proporciona a esta película quizá un tanto tardía su excelencia, es el abordaje de una historia y unos ropajes de género ya conocidos, plasmados con un extraño sentido de la cotidianeidad. Unamos a ello la clara percepción de su expresión visual, no como pretexto para el lucimiento del mettre en scène –como podría suceder en ocasiones con obras de Orson Welles-, sino como autentica necesidad de su engranaje dramático. Ello a mi modo de ver permite que su conjunto supere otros exponentes previos, quizá más reconocidos en la mítica cinéfila, pero que carecen en su plasmación de esa autenticidad, y extraña mezcla de tardío expresionismo, refinamiento visual y contención narrativa, que hace del film de Gunther von Fritsch, una de las películas más valiosas y personales del cine americano de los primeros años cincuenta. Sin duda, una pequeña maravilla.
Calificación: 4