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CINEMA DE PERRA GORDA

Guy Ritchie

THE MAN FROM U.N.C.L.E. (2015, Guy Ritchie) Operación U.N.C.L.E.

THE MAN FROM U.N.C.L.E. (2015, Guy Ritchie) Operación U.N.C.L.E.

De entrada, siempre he sido reacio con las supuestas virtudes del cine de Guy Ritchie. Ese intuido histerismo en su realización y sus ecos “tarantinescos”, tan admirado por sus seguidores, ha provocado en mí un –también intuido- rechazo. Al mismo tiempo, no recuerdo haber visto en mi vida ningún episodio de la serie que protagonizara Robert Waughn encarnando a Napoleón Solo. Sin embargo, estas dos renuencias, no me impedían –una vez más, intuir- el atractivo de esta revisitación de aquella célebre serie televisiva. Por fortuna, aquellos elementos que podían lastrar THE MAN FROM U.N.C.L.E. (Operación U.N.C.L.E, 2015) desaparecen con rapidez. Y es que por un lado se olvida en buena medida su referencia televisiva, y al mismo tiempo permite a Ritchie dejar de lado –no siempre- esa tendencia pirotécnica, transmutada en esa evocación festiva del espíritu burbujeante de las comedias de acción y suspense sixties, extendida a esa aura bondiana que invadió buena parte de la producción, tan representativa de aquel tiempo, y personalmente tan grata para mí. La película de Ritchie, aparece casi como una actualización de aventuras dominadas por el brillante artificio de la forma, como aquel KALEIDOSCOPE (Magnífico bribón, 1965) de Jack Smight, trasladado al ámbito de la guerra fría entre rusos y americanos. El enfrentamiento entre el irónico y egocéntrico Solo (Henry Cavill) y el visceral pero al mismo tiempo coherente agente ruso Ilya (Armie Hammer), forzado a partir del encuentro de ambos con la joven Gaby (Alicia Vikander), hija de un científico antiguo colaborador de los nazis, posterior aliado con loa americanos, y desaparecido en los últimos años. Ambos aunarán sus esfuerzos, dejando de lado el periodo de la guerra fría, al objeto de localizar al científico, e impedir que un artefacto nuclear que conocen ha estado elaborando, quede en propiedad de un grupo de criminales.

Un escenario bastante débil, todo hay que decirlo, que se diluye en un espectáculo juguetón como pocos, basado ante todo en la recreación de una iconografía visual propia de su tiempo –esos colores saturados, tan evocadores-, un vestuario tan elegante y definitorio de aquellos años sesenta. En definitiva, un homenaje a lo cool, que tendrá un firme aliado en la extraordinaria química que se establece –contra todo pronóstico- entre Henry Cavill y un Armie Hammer que creo nunca ha estado tan afortunado como en esta ocasión. Entre ellos se dirime un constante enfrentamiento de personalidades, tomando como palanca de comportamiento tanto sus respectivas habilidades, como aquello que representan –la contraposición de capitalismo y comunismo; el apelativo de “Cowboy” hacia Solo por parte del soviético- utilizando para ello la ironía, el diálogo afilado, o incluso una mirada disolvente, en torno a los escarceos marcados entre Ilya y Gaby, constantemente saboteados por inesperados incidentes o situaciones. Sin embargo, la esencia del film de Guy Ritchie se dirime en espectaculares set pieces, por lo general bañadas con una mirada distancia, para las que se ausenta el peligro, por más que en ellas se describan situaciones de alto riesgo. Por el contrario, para disfrutar del juguetón pero nada desdeñable placer que nos proporciona su visionado, hay que olvidar cualquier pretensión en su tenue base argumental, y dejarse inundar por esa tan inofensiva como fascinante evocación de una época, unas modas y unos modos de asumir el hecho cinematográfico, que con el paso de los años, no ha dejado de trasladarse al cine en diversas miradas ancladas en géneros contrapuestos. Así pues, uno disfruta de secuencias que desafían deliberadamente cualquier sentido del riesgo, casi de manera coreográfica, de unos títulos de créditos que prolongan la égida del gran Maurice Binder, de su look visual, de ese cuidado en la recreación de una iconografía determinada, que irá acompañada de una casi ininterrumpida sucesión de secuencias, que pese a su relativa irregularidad, mantienen el ritmo de su conjunto, por más que este no adquiera la homogeneidad como tal base argumental, que sí podía expresar por ejemplo la magnífica THE THOMAS CROWN AFFAIR (El secreto de Thomas Crown, 1999, John McTiernan). No obstante, aparecen episodios magníficos en esas casi dos horas de metraje, que tienen especial incidencia en su tercio final. La brillante persecución en los vehículos por agrestes terrenos, el episodio de la tortura de Napoleón Solo, por medio de aquel oculto malvado nazi, siendo salvado in extremis por su homónimo soviético. La propia y casi insoportable contención que este tendrás que asumir, simulando ser un arquitecto, cuando es atacado en las afueras de Roma. O, sin duda, y por su especial virtuosismo, el fragmento descrito a partir de la recreación de la “split screen”, narrando el asalto al bastión donde la malvada Elizabeth Debicki esconde al buscado científico, e incluso se encuentra secuestrada Gaby. Por supuesto, cercano a él aparecerá el admirable pasaje que describe con un aterrador cinismo –punteado por la canción melódica del italiano Peppino Gagliardi- la frialdad de Solo a la hora de contemplar la tremenda persecución que vive su forzado compañero, la distancia con la que se dispone a comerse una manzana que encuentra en una cesta, decidiendo a continuación lanzarse casi de manera suicida a salvar a ese Ilya que se encuentra inconsciente y prácticamente ahogado baja el agua. Ese gusto por la evocación actualizada, el predominio por la brillantez de una determinada elección formal, la constante ironía en torno a dos personajes que indudablemente podrían prolongar su andadura en sucesivas producciones, la sensación personal de que por momentos va a introducirse en el metraje los malvados que encarnaban Alan Badel o Eric Portman en ARABESQUE (Arabesco, 1966. Stanley Donen) y la ya citada KALEIDOSCOPE, respectivamente. Son elementos contrapuestos que en su combinación, permiten paladear este producto veraniego, que sabe aunar al mismo tiempo lo liviano y lo degustable a partes iguales. Un puro pasatiempo fílmico, que se disfruta con la misma facilidad con la que se olvida. Ya es bastante en los tiempos que corren.

Calificación: 2’5