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CINEMA DE PERRA GORDA

Hal Walker

MY FRIEND IRMA GOES WEST (1950, Hal Walker)

Tras el éxito alcanzado con MY FRIEND IRMA (1949, George Marshall), era evidente que la Paramount se encontraba presta a rentabilizar, no solo la presencia de la novedosa pareja cinematográfica formada por Dean Martin y Jerry Lewis, previamente destacada en su éxito en el mundo del espectáculo norteamericano. En realidad, se buscó un rápido aprovechamiento de la fórmula que propició dicho éxito, en la que, no lo olvidemos, Martin y Lewis aparecían como dos más de los cinco personajes que conformaban esta simpática y modesta comedia coral. De tal forma, bajo el apresurado título MY FRIEND IRMA GOES WEST (1950, Hal Walker) se prolongaban las peripecias de la atolondrada Irma Peterson (Marie Wilson), su amiga y compañera de apartamento Jan Stacey (Diana Lynn), Al (John Lund), novio de la primera y patético representante de espectáculos, Steve Laird (Dean Martin), ligado sentimentalmente a la segunda y el atolondrado Seymour (Jerry Lewis). Estos dos últimos trabajan en una taberna, aunque ambos desean triunfar en el mundo del show business.

La premisa argumental de Cy Howard y Parke Levy, que un par de años después daría pie a una serie televisiva, pronto nos trasladará a la inesperada propuesta de actuación que Al propiciará a Steve en un programa televisivo, en las que se incorporará su infatigable y trastabillado compañero. En la actuación -paupérrimamente remunerada con unos botes de espárragos-, conocerán a la cantante y actriz francesa Yvonne Yvonne (Corinne Calvet), que quedará atraída por Steve. En medio de la decepción por el escaso rédito económico de la actuación, recibirán la inesperada llamada de un acaudalado empresario, que acudirá al apartamento para ofrecer al cantante un contrato en Hollywood, que mediará su novia, y en el que tendrán la posibilidad de acudir el quinteto de amigos. Imbuidos por un lógico entusiasmo, todos ellos -incluido Seymour- articularan un largo viaje, adelantando para ello con sus ahorros, sin conocer que en realidad quien les ha ofrecido la oferta, no es más que un enfermo mental que ha escapado del psiquiátrico.

Todos ellos viajarán en tren, en donde no dejarán de producirse situaciones accidentales. Por un lado, en una parada del tren, Irma quedará apeada del mismo, no sin descubrir al comprar la prensa la circunstancia del enfermo mental que los ha embarcado. Por otro lado, Yvonne viaja también en el ferrocarril provocando incómodas situaciones con Steve -a quien no deja de proponerle que sea el galán de su inminente película-, al advertir su novia estos encontronazos. El argumento llevará a los protagonistas hasta Las Vegas, donde Steve actuará como cantante, secretamente contratado por Yvonne, en plena connivencia con Al. El propio manager será captado por un grupo de malhechores, al objeto de ser contratado como croupier en un casino que van a poner en marcha, y desde allí poder proceder de manera tramposa y corrupta con los jugadores del mismo. De tal forma, la deriva de la película se bifurcará por un lado en los agobios que Steve sufrirá por el acoso de Yvonne y los problemas que le provoca ante su novia, y el involuntario desvelo que Irma provocará en el entorno de las trampas a que se ha ido obligando a su novio, lo que provocará que este se encuentre casi al punto del asesinato, y extendiendo ello al rapto de Irma, que será custodiada por los gangsters para que Al pueda entregarles los 50.000 dólares que les ha prometido para resarcirles por las pérdidas, aunque en realidad corra a denunciar el secuestro a la policía.

Como se puede deducir por este somero recorrido argumental, MY FRIEND IRMA GOES WEST no supone más que una apresurada y poco distinguida excusa para intentar bañar en las rentas de la previa -y algo más reseñable- MY FRIEND IRMA. Ese apresuramiento se manifiesta ya desde la adscripción de un título que en nada responde a su argumento -más allá de esa leve referencia a los indios en su tercio final-. La primera de las tres obras primerizas en las que Martin y Lewis fueron dirigidas por el anónimo Hal Walker, no deja de dirimirse más que en una sucesión de situaciones apenas conectadas entre sí, destinadas al supuesto lucimiento cómico de su quinteto de personajes. En este sentido, uno se sorprende del infructuoso -e irritante- intento, de convertir a John Lund en actor cómico, mientras que Diana Lynn aparece como actriz ‘seria’, encargada de la vertiente romántica. Por su parte, hoy en día la supuesta comicidad Marie Wilson aparece hoy día superada, por otras actrices que con posterioridad sí supieron aprovechar esa vertiente slapstick, como Judy Holliday o Janet Leigh.

¿Qué nos queda, pues, en esta tan inofensiva e inconexa MY FRIEND IRMA GOES WEST? Pues me atrevería a señalar que tras sus imágenes, leve anécdota y magro resultado, se puede destacar ese bullir urbano -bien envuelto por un fondo sonoro que se haría cada vez más reconocible-, que sería uno de los estilemas que forjarían unos nuevos modos para la comedia americana, y que irían practicando los nuevos especialistas del género, no solo Frank Tashlin o Richard Quine, sino también otros valores de menos reconocimiento, como George Marshall… A partir de esas premisas, el intento de alternar una estructura argumental muy sencilla, definida en una serie de bloques narrativos apenas inconexos, en esa ocasión se revela poco interesante. No hay garra en la mayor parte de los mismos, con muy escasas excepciones, la mayor parte fugaces en el metraje. Por ejemplo, la imitación de Bette Davis que ofrece Lewis -que en la película parece un auténtico progenitor de Jim Carrey-. El momento en que a Irma le estalla el ave que ha puesto al horno. El número cómico de Lewis con la mona de Yvonne en el viaje en tren. O el inquietante encuentro de Al con ese mafioso que parece adelantar al Akim Tamiroff de TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1958. Orson Welles). Sin embargo, la película discurre con notable abulia, e incluso el episodio en el que Irma se encuentra secuestrada en la montaña, y acude a su rescate el atolondrado Seymour, carece de ese necesario gramo de locura. Por fortuna, pese a ello, el film de Walker culmina de manera divertida, convirtiendo a Lewis en inesperada estrella cinematográfica, y ofreciendo unas nuevas imitaciones cinematográficas por su parte, dando la medida de lo que podría haber ofrecido esta comedia que, por desgracia, no sobrepasa la mediocridad.

Calificación: 1’5

SAILOR BEWARE (1952, Hal Walker) ¡Vaya par de marinos!

SAILOR BEWARE (1952, Hal Walker) ¡Vaya par de marinos!

SAILOR BEWARE (¡Vaya par de marinos!, 1952. Hal Walker), es uno de los títulos más representativos de los primeros pasos cinematográficos del tandem formado por Jerry Lewis y Dean Martin. Pareja de enorme éxito en su momento, hasta el punto de que se erigieron como uno de los puntales de rentabilidad comercial en el seno de la Paramount, puede que en primera instancia prolongaran célebres parejas cómicas que podrían ir desde los legendarios Laurel y Hardy, hasta los execrables Abbott y Costello, pasando por los ignorados y revisitables Wheeler y Woolsey. Sin embargo, cuando uno contempla esta película con la distancia que permite el paso de más de seis décadas, por encima de todo, se queda con la evidencia de encontrarnos con la gestación de una auténtica figura cómica, que con el paso de unos pocos años se erigiría casi, casi, como el último heredero de una larga tradición del género. Me estoy refiriendo, por supuesto, a un Jerry Lewis que ya en esta producción primeriza –para la que se contó como realizador con el funcional yes men del estudio Hal Walker-, demuestra –unido a una determinada querencia con ciertos excesos-, la configuración con un rol cómico que iría depurando en ocasiones posteriores. Un auténtico generador de torpezas, huyendo constantemente de cualquier acoso femenino, revistiendo en su actitud y comportamiento un fuerte aporte infantil.

En esta ocasión, tanto Lewis como Martin, recalarán en su ingreso en la Marina estadounidense. El primero por el deseo de viajar en barco para mejorar de sus afecciones, y el segundo siendo aceptado después de haberlo intentado en el cuerpo por enésima vez. A partir de esta sencilla premisa, sin aportar en el relato matiz subversivo alguno –como sí lo harían posteriores comedias desarrolladas en ámbito bélico-, y sustentados en un argumento de enorme simpleza, el argumento se destina al lucimiento de sus dos estrellas. Por un lado, la estructura en episodios funcionalmente dispuesta, servirá para la potenciación de situaciones cómicas, mientras que Martin quedará relegado como elemento secundario, ofreciendo de manera periódica su habitual repertorio de melodías románticas. Así pues, el atractivo –que sigue conservando- SAILOR BEWARE, reside en comprobar la inicial efectividad de una estructura discontinua, que dejará de lado cualquier compromiso argumental, extendiéndose su devenir en función de una serie de episodios de dispar efectividad pero de apreciable resultado en su conjunto. De entrada, podremos comprobar como esa querencia por el private joke, no fue patrimonio del gran Frank Tashlin, por más que este lo utilizara con posterioridad como nadie –el juego que ofrece en sus pasajes iniciales y de clausura, la episódica presencia de la conocida pin up Betty Hutton, modificando su nombre por el de Heddy Button-, o que en aquellos años –ya era patrimonio del mundo de la comedia-, la ironía en torno a la influencia televisiva apareciera como un elemento recurrente. Sin embargo, es en el discurrir de esos scketchs cómicos, en su incidencia con el infantil Melvin Jones encarnado por Lewis, donde encontramos no solo la máxima efectividad de esta simpática comedia, sino esa puerta que en algunos instantes se está a punto de sobrepasar, a la hora de expresar ese elemento de subversión cómica, que años después Lewis lograría aplicar en sus películas, fuera de la mano del ya citado Tashlin, o bien de sus propias aportaciones en calidad de director.

Mientras tanto, SAILOR BEWARE nos ofrecerá episodios tan regocijantes, como esa profusión de pinchazos que recibirá Jones en la tanda de reconocimiento, de las que se le extraerá sangre, culminando con esa surrealista regadera humana en la que se convierte al beber unos vasos de agua. No lo será menos la hilarante situación de enredo que se planteará en una emisora de radio, a partir de la presencia de Martin y Lewis como cantantes por las ondas, culminando una serie de aglomeraciones de ese público alienado que aplaude sin cesar los estúpidos comentarios de la firma patrocinadora, y que perseguirá a Lewis, casi preludiando aquella imborrable secuencia de las rebajas en la admirable WHO’S MINDING THE STORE? (Lío en los grandes almacenes, 1963. Frank Tashlin). No serán menos divertidos algunos de los episodios sucedidos en el viaje a Honolulu en un submarino, con el creciente agobio del infantil y neófito marino, sufriendo las estrecheces del set de literas, su condena a la limpieza ¡en la cubierta del submarino!, el divertido episodio en el que estará a punto de perecer ahogado, o el impagable gag –quizá el mejor de la película-, de tener que ser atado junto a un torpedo, al objeto de poder tenerlo a recaudo de posteriores desgracias.

La llegada a Honolulu, permitirá de entrada descubrir a la estrella invitada de la función, la actriz y cantante Corinne Calvet, contemplando una de esas actuaciones al unísono de la pareja, que pocos años atrás, fueron las que cimentaron su fama en el mundo del espectáculo norteamericano, en las que Lewis dinamitaba de manera destructiva, las melodías de Martin. No obstante, SAILOR BEWARE aportará en su conclusión, un impagable tramo, en el que Lewis deberá pelearse con otro marino que le ha retado en la sala de fiestas. Para ello, y por consejo de Martin, este simulará en los vestuarios ser un pugil profesional, por lo que su adversario, impresionado, decidirá ser sustituido por un veterano boxeador. El episodio –en el que para los mitómanos destacará como ayudante la presencia del no acreditado James Dean, muy verde tras la cámara-, aportará por un lado la habilidad de Lewis como imitador, concluyendo con una auténtica exhibición de su talento como exponente de la comedia física, en la que se pueden detectar ecos tanto de su maestro, Stan Luerel, como del propio Charles Chaplin. Sin embargo, aún nos deparará otra desopilante exhibición de sus facultades cómicas, simulando ser un exótico danzante nativo, lo que servirá como detonante para una persecución y, de manera involuntario, ganar esa puesta en la que habían depositado su confianza la mayor parte de sus compañeros, destinada a poder ser besado y galanteado por la citada Corinne Calvet. Una vez más, los rasgos infantiles de Lewis lograron su objetivo, y de paso Martin se quedó con la estrella. Nada novedoso, pero aún dotado de no poca efectividad.

Calificación: 2’5