DRAGON SEED (1944, Harold S. Bucquet & Jack Conway) Estirpe de dragón
Pueden entenderse con facilidad las razones que favorecieron la apuesta por una producción cinematográfica de las características de DRAGON SEED (Estirpe de dragón, 1944, Harold S. Bucquet & Jack Conway). De un lado, fue un exponente de especial significación a partir de la traumática vivencia del bombardeo de la base norteamericana de Pearl Harbor por parte de la Armada Imperial Japonesa, en diciembre de 1941. Con ello, la posterior implicación aliada USA facilitó la presencia de una serie de títulos que apoyaban de manera activa la misma entre el público de la época. Por otro lado, la querencia por la escritora americana Pearl S. Buck, que permitiría a su estudio de procedencia -la Metro Goldwyn Mayer- uno de sus grandes triunfos con la magnífica y previa THE GOOD EARTH (La buena tierra, 1937) -obra del estupendo y olvidado cineasta que fue Sidney Franklin-. Es decir, podíamos combinar un relato que hablaba sobre el enemigo japonés. Una mirada en contra del totalitarismo y, al mismo, apostar por una gran producción que buscara al mismo tiempo una mirada en ocasiones intimista y en otras, conservadora, en torno a la importancia de la familia. Se trata de un ámbito el primero, que podrían expresar brillantes títulos como el bastante posterior THREE CAME HOME (Regresaron tres, 1950. Jean Negulesco). Pero, fundamentalmente, nos encontramos ante un relato que camina con desventaja ante referentes del mismo estudio a la hora de analizar las crisis de la familia, con los que sin embargo comparte no pocas características, como podrían ser las previas -aunque bastante cercanas- OF HUMAN HEARTS (1939, Clarence Brown) o THE MORTAL STORM (1940, Frank Borzage).
De entrada, nos encontramos ante una producción -con un colosal presupuesto de unos tres millones de dólares de la época- que contó con la magnífica figuración de un poblado chino en San Fernando Valley, al Sur de California, y que fue iniciada por el eficaz Jack Conway, uno de los directores más ligados al estudio. Por desgracia, a mitad de rodaje, Conway sufrió un colapso, y tuvo que ser sustituido por el olvidado director londinense Harold S. Bucquet, conocido por haber filmado las ocho adaptaciones cinematográficas del popular personaje del Dr. Kildare, y para quien esta sería su penúltima película, ya que falleció prematuramente en 1946, a los 54 años de edad. La película apareció firmada solo por él, aunque es harto probable que la accidentada participación de ambos realizadores fuera el detonante de los altibajos que registra, dentro de las casi dos horas y media de generoso metraje, aunque justo es reconocer que su conjunto nunca se encuentre desprovisto de interés. Sin embargo, es cierto que su primer tramo resulta, con mucho, el menos atractivo, ya que la presentación de sus personajes y la propia descripción física de su radio de acción inicial, no pueda despegarse de una serie de convenciones en torno a una mirada conservadora sobre su universo familiar.
Todo ello se situará temporalmente en el valle chino de Ling, durante la primavera de 1937. Pronto nos iremos familiarizando con el entorno pacífico y abnegado de la familia de agricultores encabezada por el veterano Ling Tau (un soberbio Walter Huston, el mejor del reparto) y su esposa (encarnada por una espléndida Aline MacMahon, nominada al Oscar por su performance). El matrimonio se encuentra rodeado de tres hijos. El mediano es Lao Er (Turham Bey), el mayor Lao Ta (Robert Bice) y el pequeño Lao San (Hurt Hatfield, en su debut en la pantalla), que se encuentra soltero. La acción se centrará con rapidez en Lao Er, a partir de la apacible confrontación que mantendrá con su esposa; Jade (Katharine Hepburn). De tal forma, tras unos veinte minutos dominados por las convenciones, y donde el espectador tendrá que asumir y familiarizarse con una serie de roles chinos encarnados por intérpretes norteamericanos y hablando en inglés -uno de los rasgos que ya desde el momento de su estreno se cuestionó de la misma-, poco a poco iremos percibiendo esa incipiente crítica a unos modos familiares arcaicos. Dicha crítica se centrará en el contraste que brindará Jade, mostrada desde el primer momento como alguien de mentalidad más abierta, y que incluso llegará a albergar cierta distancia con su marido dada su inclinación a la lectura de libros, algo que en ese contexto aparece casi como algo revolucionario. Poco a poco irá surgiendo la amenaza en un contexto hasta entonces plácido, al ir percibiendo la cercanía de una invasión japonesa. Será un augurio sombrío que se irá cerniendo de manera trágica, que tendrá su ominosa influencia en la colectividad de aquel poblado, y al mismo tiempo favorecerá una crisis en torno a la hasta entonces inseparable familia.
Dominada entre un cierto maniqueísmo, más del que sería necesario -la manera con la que se describe al invasor japonés, desprovista del más mínimo matiz-, lo cierto es que DRAGON SEED acierta a incorporar una creciente escalada de tensión, en el que tendrá una considerable fuerza emocional el peso que adquirirá el progresivo cambio de actitud asumido por el anciano Ling Tau, siempre reacio a la lucha y abanderado del pacifismo, pero que en un momento dado tendrá que asimilar que su concepción del mundo ha mutado por completo. Dentro de este contexto, el film de Bucquet -y Conway- muestra probablemente sus mejores momentos en las reflexiones del patriarca o en los momentos confesionales establecidos con su sabia esposa. Todo irá encaminado en la definitiva aceptación por su parte de la necesidad de un cambio de concepción de la existencia -es maravilloso el instante, probablemente el mejor de la película. en que este retorna trasfigurado a su hogar tras la diatriba asumida por Jade, modificando su pensamiento y aceptando sacrificar sus cosechas y, con ello, intentar que sus vecinos secunden un sacrificio necesario para combatir a los invasores-.
A lo largo de la política, podremos apreciar instantes de gran intensidad. Lo mostrará la llegada de los invasores japoneses a la vivienda de Tau y la huida de sus moradores, que culminará trágicamente al quedar retenida la obesa madre de Wu Lien (Akim Tamiroff), asesinada en off por los japoneses. Poco después asistimos a un episodio muy cercano al cine de terror, en el que la esposa de Lao Ta huirá con sus pequeños a un frondoso bosque, siendo perseguida en la oscuridad y con una creciente sensación de horror, hasta que es localizada por los nipones- Esta, para evitar que localicen a sus hijos, se entregará y será violada y asesinada. Pese al tremendo maniqueísmo con que se definen a los oficiales orientales, no cabe duda que asistimos a unos instantes de verdadero impacto. DRAGON SEED nos permite igualmente asistir a la progresiva transformación de Wu Lien como un cobarde -e interesado- colaboracionista. También contemplar imágenes tan inusuales como ese inmenso artefacto -el corazón de una fábrica- portado con tanta dureza como determinación, por los jóvenes componentes de una resistencia que se comienza a organizar. Del mismo modo, reviste especial intensidad la secuencia confesional establecida entre Jade, cuando acuda a la lujosa vivienda en la que reside Wu Lien, dispuesta a envenenarlo. pero, con posterioridad, protagonizando quizá el fragmento más inventivo de la película, al escenificar no sin suspense el envenenamiento colectivo del destacamento nipón. DRAGON SEED finalizará, no podía ser de otra manera, con una llamada a la esperanza, en una película en la que se percibe su sentido de la inmediatez, que se degusta con cierta placidez, pero que solo alcanza ese sentido de la épica en esos contados momentos en donde se intuyen unas posibilidades dramáticas en líneas generales no confirmadas.
Calificación: 2’5