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CINEMA DE PERRA GORDA

Hugo Fregonese

SEVEN THUNDERS (1957, Hugo Fregonese) [Siete truenos]

SEVEN THUNDERS (1957, Hugo Fregonese) [Siete truenos]

Ignorada durante décadas, aunque partícipe de cierto culto en los últimos tiempos, cabría señalar de entrada que SEVEN THUNDERS (1957) es un título magnífico, que combina con enorme pericia un relato tardío de rebeldía y supervivencia a la opresión nazi. Ecos de un tipo de cine practicado con frecuencia una década antes por cineastas como Carol Reed, una cierta desesperanza que entronca esta película con otros referentes más o menos coetáneos que luego citaremos y, sobre todo, la perfecta combinación que se ofrece de todas estas vertientes, logrando que su resultado adquiera ritmo y vida propia.

 

Estamos ubicados en la Marsella ocupada por los nazis en 1943. Pese al dominio alemán, su casco antiguo se describe como un bastión inexpugnable en el que se introducen refugiados, criminales y, sobre todo, gente de condición humilde. Sus calles envejecidas se encuentran surcadas por túneles y pasadizos invisibles a su cotidianeidad, mientras que en su superficie se muestra tanto la peculiaridad de esos canalillos de agua que discurren por en medio de sus estrechas calzadas, como el hecho insólito de mantener una vaca escondida en el ático de una de dichas edificaciones –detalles geniales ambos que hablan de ese esfuerzo descriptivo puesto en práctica por el realizador argentino, y que probablemente ya se encuentren en la novela original de Rupert Croft-Cooke en que se basa-. A ese contexto llegan dos hombres, componentes de la resistencia inglesa. Uno es irlandés –Dave (un carismático Stephen Boyd en la cima de su apostura- y el otro briánico –Jim (Tony Wright)-. Ambos son destinados en la habitación de una vieja vivienda ubicada en ese casco antiguo, donde tendrán que aguardar un tiempo indeterminado mientras son recogidos definitivamente. Teniendo que asumir la inactividad, los recién llegados se integrarán a pesar suyo en un contexto de extraña cotidianeidad, donde los habitantes de este barrio tan peculiar se las tienen que ingeniar para sobrevivir, unos engañando a ingenuos refugiados, sufriendo en líneas generales las ofensivas de los nazis, y otros, aprovechándose de las circunstancias para ejercer como peligrosos criminales. Será este el marco en el que se desarrollará la aventura de nuestros protagonistas, especialmente en el caso de Dave, quien a pesar suyo se verá ligado a una joven lugareña –Lise (Anna Gaylor)- que se enamorará pedidamente de este, pese a que nuestro hombre se encuentra prometido con una muchacha de su país a la que no ve hace tres años.

 

Será todo ello el eje de una aventura trepidante y de ritmo impecable, en la que Fregonse sabe incluso entrelazar el alcance terrible de sus momentos más dramáticos, combinándolos con enorme sutileza con pinceladas más distendidas o incluso humorísticas. Ya lo decíamos antes; el primer acierto de SEVEN THUNDERS reside en la capacidad descriptiva que observamos de un marco físico que casi llegamos a oler. Desde esa estampa entre marinera y opresiva con la que se logra introducir a los dos refugiados, muy pronto la cámara de Fregonese –con la inestimable colaboración del operador Wilkie Cooper y el fondo sonoro de Anthony Hopkins-, logra trasladar al espectador en ese microcosmos en el que sentimos muy de cerca esa abigarrada aglomeración humana, el desgaste de sus paredes blancas envejecidas, la rugosidad de los rostros de sus personajes y figurantes. Hay en definitiva una sensación de veracidad física, permitiendo que tanto sus protagonistas resulten creíbles, como que el espectador  se interese por una vivencia colectiva, en la que la aventura de sus dos protagonistas queda integrada con absoluta credibilidad.

 

A partir de esas coordenadas, esa sensación de exponente tardío de aquellos títulos que en la posguerra mostraron producciones rodadas en ciudades y marcos fronterizos, queda manifestada a la perfección en una historia ubicada en ese contexto cinematográfico de la segunda mitad de los cincuenta, ofreciéndose de alguna manera como una versión renovada de aquellos referentes más lejanos, quizá sin poseer en sus fotogramas esa amarga cercanía que mostraban esos conocidos referentes realizados por Carol Reed según las obras de Graham Greene, pero no por ello resultan menos eficaces como productos fílmicos, incluso en la amargura de sus momentos más oscuros. Es algo que mostrará el instante en el que el joven oficial alemán matará involuntariamente de un disparo a una niña, la desgracia que ello supondrá para sus padres –en especial su madre, que estará a punto de llevar a cabo su suicidio-, o incluso la circunstancia que culmina con la voladura de todo ese barrio, intentando con ello sojuzgar a un contexto humano al que no pueden dominar por ningún otro medio. Es probable que la expresión visual de esta terrible decisión de los ocupantes alemanes sea una relativa concesión al cine espectáculo, y rompa en cierto modo con esa cotidianidad que ha definido su metraje previo, y deje incluso algunos detalles inconclusos –señalo con ello la manera con la que desaparece de escena el personaje del criminal encarnado de forma magnífica por James Robertson Justice, al que más adelante me referiré-. Sin embargo, en modo alguno logra invalidar el extraño placer que nos brinda este título trepidante, vivo, doloroso y vitalista al mismo tiempo, en el que Fregonese se encontraba quizá en el mejor momento de su carrera, demostrando gusto por el detalle e inspiración en su planificación, en el contraste por esos interiores abigarrados, y acierto al describir contextos humanos totalmente dispares pero que se encuentran enracimados unos alrededor de otros –ese pasadizo inexplorado que lleva a los huidos hasta el burdel que se encuentra junto a ellos-.

 

Son todo ello, elementos que entroncan SEVEN THUNDERS –nunca estrenado comercialmente en España-, con títulos de aquellos tiempos como DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES (Rififí, 1955. Jules Dassin) o LE SALAIRE DE LA PEUR (El salario del miedo, 1953. Henru-George Clouzot). Puede que no alcance el pathos o el desgarro trágico de estos y otros clásicos del cine europeo, pero no por ello debemos dejar de reconocer la brillantez alcanzada por esta densa y abigarrada aventura urdida con inspiración por Hugo Fregonese. Y entre su conjunto, no cabe duda que uno de sus elementos más inolvidables, al tiempo que despegados del conjunto de la misma, lo constituye el personaje de ese doctor Martout encarnado de forma admirable por el ya citado Robertson Justice. Combinando en su maldad ecos que nos acercan al Mabuse langiano, lo cierto es que el realizador argentino tiene la intuición de describir todas sus secuencias en el interior de su lujosa mansión, cuyo diseño de producción e incluso su planificación contrasta de forma expresa con el resto del metraje. En este sentido, resulta inolvidable el segundo encuentro que este tiene con un refugiado judío que en Austria era empleado de pompas fúnebres, ante cuya presencia, y ya sabiendo que va a ser una víctima irreductible, Martout delata su definición como criminal sin escrúpulos –un inolvidable primer plano sobre su rostro lo ratifica-. Pero lo que más me atrae de las secuencias en las que este siniestro personaje tiene acto de presencia, es la referencia constante sobre aquellas que protagonizaba el inolvidable satanista Karswell, encarnado por Niall MacGuinnis en la excepcional THE NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. jacques Tourneur). Es más, en algunos de los instantes en los que se desarrolla la lucha final de este contra Dave y Jim, parece que asistíamos a un curioso precedente de la misma lucha que definía el último y decisivo encuentro entre Drácula y Van Helsing en la inolvidable traslación de Terence Fisher de la novela de Bram Stoker. Semejanzas quizá producto de la casualidad, o quizá no tanto –estamos ante títulos muy cercanos en el tiempo-, que en este caso hablan de la importancia que se ha de otorgar a un título que hasta el momento no la ha tenido, y a la que incluso se le puede perdonar que la figura de este criminal se encuentre desligada del conjunto de la acción. No importa que esta imperfección como las antes citadas, eviten que nos encontremos ante una obra maestra. Sin serlo, no cabe duda que SEVEN THUNDERS es una obra espléndida, que cabe introducir en un lugar de cierta relevancia de ese cine británico rodado en otros países europeos, que en todo momento respira el aroma húmero del mar bravío, y la autenticidad de una apuesta asumida con tanto sentido de la aventura como sinceridad en sus personajes.

 

Calificación: 3’5

HARRY BLACK (1958, Hugo Fregonese) Harry Black y el tigre

HARRY BLACK (1958, Hugo Fregonese) Harry Black y el tigre

Olvidada, apenas reseñada en ninguna antología del cine de aventuras –recientemente el agudo José Mª Latorre recordaba y destacaba su existencia, , en la que es probable que el escaso o nulo  crédito que mantiene y ha albergado siempre el realizador argentino Hugo Fregonese, lo cierto es que HARRY BLACK (Harry Black y el tigre, 1958) constituye toda una sorpresa. Una sorpresa, en la medida que constituye un relato denso, dotado de una textura visual personalísima, y en el que se combina de forma magnífica la expresión de la eterna lucha física entre el veterano aventurero y el trofeo que se le escapa y se convierte en objetivo de su vida. Todo ello, imbricando y relacionándolo con esa aventura interior que la lucha del protagonista supondrá con el reencuentro con su propio pasado, en el que se pueda atisbar una nueva oportunidad para vivir una existencia diferente a la que ha sobrellevado hasta entonces.

 

Estamos situados en la India, más en concreto en el ámbito de una región que se encuentra amenazada de forma constante por la presencia de un tigre que tiene aterrorizada a la población. Será una fiera de la que se encuentra encargado en su captura el veterano Harry Black (Stewart Granger), ayudado por su fiel sirviente Bapu. Cuando en una ocasión se encuentra a punto de alcanzar el objetivo y liquidar a la fiera, la llegada de un vehículo a la plantación existente frustrarán sus objetivos. Pero lo que no podrán imaginar que en ese vehículo viaja precisamente su pasado, representado en la figura de Desmond Tanner (Anthony Steele) y su esposa Christian (magnífica Barbara Rush). Ambos fueron referentes de importancia en el ayer de este aventurero que camina con una pierna de aluminio –pronto sabremos que en el accidente sufrido tuvo bastante que ver una acción bastante cuestionable por parte de Desmond-, y de manera sutil se introducirá en la narración la existencia de una pasada relación amorosa por parte de Harry y Christian, que volverá a cobrar actualidad al tener que viajar Tanner hasta Londres al objeto de poder alcanzar un importante puesto directivo.

 

En ese contexto, los dos antiguos amantes reconocerán la mediocridad existencial de sus vidas, envuelta en el caso de ella al sobrellevar la maternidad, y poco a poco se dejarán llevar por una pasión que por momentos intentarán dejar atrás, pero casi como si el destino se rebelara a ello, siempre les rodeará, viviendo mientras tanto Harry un ataque por parte del tigre, y posteriormente teniendo que acudir a rescatar al pequeño hijo de los Tañer; Michael (Martín Stephens, tres años antes de participar en la memorable THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton)-. Serán todos ellos –incluso una crisis que Harry vivirá escondido en una guarida donde suele aparecer el tigre, surgida a partir de pensamientos del pasado de este-, le remitirán a una efímera dependencia con el alcohol. Serán situaciones y episodios de índole dramática, que Fregonese resuelve con una personalísima sobriedad, buscando ante todo la incardinación del exterior de la India que se retrata, ejerciendo este encuentro casi de lugar expiatorio para sus principales personajes, en una tierra tan lejana a sus orígenes.

 

El realizador argentino sabe intercalar esas miradas sobre el pasado –mediante oportunos flash-backs-, pero incluso antes de que estos ofrezcan la imagen concreta de dichos sucesos, lo cierto es que muy pronto intuiremos que Desmond tiene algo que esconder en su pasado ante Harry, y también en las miradas y los diálogos que se entrecruzan el veterano aventurero y Christian, el espectador advierte no solo la pasada existencia de un romance entre ambos, sino especialmente –ese instante en el que el niño encuentra en un libro una flor marchita, que pronto sabremos entregó Harry a la madre bastantes años atrás-, serán una señal evidente de que esa relación jamás cayó en el olvido, solo se mantuvo latente y en un segundo término, ante la normalidad de la vida como esposa y madre vivida por esta con abnegación, pero intuyendo que ello quizá sí ofrezca la felicidad del pequeño Michael, pero en modo alguno la suya.

 

El gran acierto de HARRY BLACK proviene de la simbiosis marcada en el entrelazado de aventura interior y exterior, todo ello rodado con una extraña sobriedad y sequedad. Un aspecto este no entendido como la vía seguida por tantas y tantas películas de serie B. En esta ocasión, Fregonese no duda en servirse de un competente equipo de producción –destacando especialmente la labor del operador de fotografía John Wilcox y la del montador Reginald Beck-, articulando un tempo relajado, dominado por largas panorámicas que potencian la grandiosidad y al mismo tiempo el misticismo registrado en un lugar en el que parece que sus visitantes adquieran una extraña lucidez a la hora de mirar en el interior de ellos mismos. A esa capacidad de describir un escenario en el que unos personajes ajenos a su realidad física, alcanzarán la íntima lucidez que hasta entonces atentaban sus almas, hay que añadir la clara voluntad demostrada en la película de huir de la practica totalidad de estereotipos habituales en este tipo de películas. Es algo que advertiremos ya en la voluntaria huída de la presencia de motivos folklóricos –estos aparecen de manera muy limitada-, a la manera con la que se sortean convenciones más o menos habituales –esa serpiente que se encuentra en tierra enroscada a un trozo de tronco, que es sobrepasada sin especial énfasis por los expedicionarios indígenas-, y que llega a mostrar episodios insólitos de notable contundencia, como el ataque inicial desarrollado por el temible tigre en una población que, con rapidez desaparecerá tras sus viviendas, apareciendo sus calles con un tono fantasmal.

 

Son elementos todos ellos que se van insertando con un extraño sentido de la progresión, logrando insuflar un notable equilibrio al conjunto y, sobre todo, una extrema delicadeza en todos aquellos momentos y secuencias que expresan la intensa relación que ha vuelto a renacer entre Harry y la esposa de Tennant. En la combinación de ambos elementos, nadie puede negar el grado de densidad que adquiere un relato extremadamente sobrio en lo formal, terroso en su vertiente puramente física y, sobre todo, inspirado a la hora de combinar los dos relatos centrales, ejerciendo ambos como perfecto contrapunto. HARRY BLACK culmina con cierta tristeza –Christian no se atreverá a abandonar la vida familiar que ha sobrellevado hasta el momento-, aunque el logro de la captura del león por parte del ya veterano protagonista, ha parecido ejercer como un acicate para seguir en dicho sendero.

 

Y es que, a fin de cuentas, el estupendo film de Fregonese, parece al mismo tiempo seguir la estela de títulos como THE SNOWS  OF KILIMANJARO (Las nieves del Kilimanjaro, 1952. Henry King) –a mi modo de ver con más acierto-, pero de  forma paralela asume una serie de características bastante comunes en el cine de aventuras de aquel tiempo, ejerciendo en dicha ocasión como auténtico puente. Se trata de algo centrado en la figura de su personaje central, encarnado por un Stewart Granger que por momentos –el rostro lívido tras ser atacado por el tigre-, parece salir de los planos finales del memorable MOONFLEET (Los contrabandistas de Moonfleet, 1955) de Lang, mientras que el encierro de este en la cueva esperando al león y viéndose repentinamente invadido por el miedo, parece retomado de THE LAST HUNT (1956), un título de Richard Brooks también protagonizado por Granger, mientras que la lucha de este contra el tigre, muestra no pocas semejanzas con la del Capitán Achab y Moby Dick. Por último, y sobre todo atendiendo a la condición de este película como eje del pasado reciente y el futuro próximo del género tratado –la aventura en la selva-, incluso la figura del pequeño Martín en esos minutos finales, deseando guardar la piel del tigre cazado, pudiera preludiar un involuntario adelanto a los postulados que, cinco años después, llevaría a cabo Alexander Mackendrick en su memorable SAMMY GOING SOUTH (Sammy, huída hacia el sur, 1963).

 

En definitiva, HARRY BLACK es una magnífica propuesta, planteada y ejecutada con inteligencia, que de una vez por todas debería ocupar un lugar de cierta relevancia dentro de este subgénero del cine de aventuras, al tiempo que debería hacernos recordar la figura de su realizador, el argentino Hugo Fregonese. Un cineasta de cierta personalidad y clara irregularidad en su filmografía, pero del que sería interesante ir indagando en otros títulos suyos.

 

Calificación: 3’5