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CINEMA DE PERRA GORDA

Irwin Winkler

DE-LOVELY (2004, Irwin Winkler) De Lovely

DE-LOVELY (2004, Irwin Winkler) De Lovely

Partamos de unos gustos personales. Nunca he sido amante ni del cine musical ni de la obra de los consagrados compositores que participaron en tantas y tantas producciones del Hollywood clásico, entre los que figura como distinguido representante Cole Porter. Un auténtico símbolo del entertainment norteamericano que ya durante los años cuarenta “sufrió” –nunca mejor dicho y en la película que nos ocupa se hace una irónica mención al respecto- uno de los más falseadores “biopics” que se recuerdan en la historia del cine –NOCHE Y DÍA (Night and Day, 1945. Michael Curtiz)-. Ha tenido que ser después del paso de seis décadas cuando se ha decidido acometer otra visión de su vida en la que se ha procurado combinar la fuerza de su obra, la relación que la misma conllevaba con su propia experiencia personal, una cierta dosis de irrealidad cinematográfica y también la posibilidad de abordar una serie de facetas de la vida del compositor –fundamentalmente centradas en su conocida homosexualidad-, que obviamente no se podía abordar en el cine del pasado.

Esa ha sido de alguna manera la combinación elegida por Irwin Winkler para dar vida a DE-LOVELY (2004), que sin duda se erige como la mejor película filmada por este discreto realizador –lo cual no sería mucho decir en sí mismo-, sino fundamentalmente como una excelente combinación de musical y melodrama que constituye una auténtica lección de buen cine, lamentablemente poco apreciada en unos tiempos en los que cualquier mirada teñida de clasicismo en la puesta en escena es definida como “anticuada”. Quizá por ello en el momento de su estreno se pudieron leer numerosas críticas que acogieron con tibieza su llegada a la pantalla. Sin embargo, algunos comentarios mucho más positivos me inclinaron a pensar que se podía encontrar en ella un producto interesante. Pese a estas referencias jamás podía esperar encontrarme con la que es –bajo mi punto de vista- una de las mejores películas emanadas de Hollywood en los últimos años, y plena prueba de que cuando se brindan los mejores talentos a la hora de elaborar un producto, no hace falta recurrir a “autores” para lograr una gran obra.

Para mí es el ejemplo que brinda DE-LOVELY, que en primera instancia me recordó la igualmente magnífica LEJOS DEL CIELO (Far from Heaven, 2002. Todd Haynes), con la que comparte esa mirada al mismo tiempo respetuosa con el melodrama clásico y la posibilidad de abordar en su actualización determinados temas “tabú” en aquellos tiempos, que solo con una extrema sutileza se podían intuir. Pero al mismo tiempo en este caso, la capacidad de sugerencia y el doble sentido, la elegancia y el gusto por el detalle, son elementos que acompañan las dos horas de magnífico cine que se desarrollan en esta obra de Winkler –de quien la verdad jamás se podía esperar una realización de esta magnitud-, que muy pronto atrapa la atención del espectador al mostrar a un envejecido Porter (Kevin Kline) en silla de ruedas y rodeado de penumbra, al que visita un extraño personaje que pronto manifestará las trazas de un cierto carácter sobrenatural (Jonathan Pryce). Juntos irán provocando la revisión de la trayectoria vital del compositor mirando siempre al escenario de un viejo teatro –en el que Porter debutó en su infancia- bajo el que discurrirán con una cadencia casi ophulsiana los momentos más importantes de su vida, desde el largo periodo en que residió en París como auténtico bon vivant, conociendo y casándose con la que sería eterna compañera –nunca mejor aplicada esa apreciación en este caso- de su vida –Linda (Ashley Judd)-. A partir de ahí conoceremos el encuentro en Venecia con Irving Berlin, quien lo promocionará y hará triunfar en el mundo teatral newyorkino; sus continuas inclinaciones hacia jóvenes muchachos –algo que aceptará su esposa con resignación aunque en algunos momentos se rebele a ello-; la integración en las convenciones del mundo de Hollywood –en especial al vincularse a la más conservadora de sus productoras; la Metro Goldwyn Mayer-; las crisis matrimoniales; la progresiva enfermedad de Linda; el accidente que dejará impedido a Porter en la piernas y, finalmente, la decrepitud y la muerte de ambos. Un recorrido punteado en todo momento con la incorporación de las más populares canciones del compositor, que casi de forma brechtiana sirven para subrayar, ironizar o dramatizar las situaciones que ilustran con un considerable sentido del ritmo cinematográfico, y para lo que se ha recurrido a la participación –me parece una idea bastante brillante- de conocidas figuras de la canción en nuestros días, como puede ser el caso de Robbie Williams, Elvis Costello, Natalie Cole y tantos otros, que proporcionan a la película una sensación de ingravidez en ocasiones cercana con el fantastique –por ejemplo en ese arriesgado número coreográfico final en el que todos los compañeros de Porter se unen a él para recibirlo ante su muerte-.

Pero por encima de todo ello, uno de los elementos que me hacen destacar las excelencias de DE-LOVELY es la excelente utilización que se realiza en todo su metraje de una serie de recursos cinematográficos como pocas veces se ha visto en el cine de los últimos años. Su aparente ligereza en el tono, el extraordinario uso de fundidos encadenados, panorámicas, la utilización de la grúa, sus elegantes elipsis, el extraordinario uso del formato panorámico e incluso de un recurso tan habitualmente cuestionable como el ralenti. Contemplar esta magnífica película supone embriagarse de un torbellino de sensaciones siempre tamizadas por la elegancia o la presencia de algún detalle que aporta el último apunte al conjunto, un diálogo oportuno o irónico o alguna mirada de soslayo que proporciona un matiz complementario a la densidad y al propio tiempo agilidad de sus secuencias. Todo ello bañado por una extraordinaria dirección artística que en todo momento logra superar el elemento kistch consustancial a aquella época, el recurso de algunas magníficas coreografías y, fundamentalmente, la presencia en todo su metraje de ese necesario feeling casi totalmente perdido en nuestros días.

La película de Winkler –que desde su primer fotograma evidencia ser un producto realizado con un especial empeño- está llena de grandes instantes cinematográficos que en ocasiones llegan a emocionar –así sucedió al menos conmigo-, y que si resaltan precisamente es por la magnífica elección de los elementos que brinda su narrativa, logrando una sensación de plenitud y clasicismo. Serían sin duda muchos los instantes a retener en la memoria, pero no me gustaría dejar de citar el deslumbrante desarrollo que acompaña la canción que narra los primeros devaneos de Porter en Venecia con un apuesto bailarín –su aparición a cámara lenta en plena función es perfecta-; la fuerza dramática de la combinación de panorámicas circulares y encadenados con que se representa el estreno de la melodía Night and Day o la que acompaña el estreno de Beguine the Beguin, que muestra el montaje paralelo con el sufrimiento de Linda al haber perdido el hijo que esperaba –lo que es mostrado de forma muy sutil- y que culminará espléndidamente con un gran plano general de los dos esposos abrazados en el patio de butacas vacío; la hermosa secuencia que muestra el último triunfo teatral de Porter con Kiss Me Kate, culminada por la entrega de manos de Bill –que pronto se convertirá en fiel compañero de los últimos años del compositor- de la última pitillera que siempre Linda le entregara, y tirando este las muletas que portan sus problemas en las piernas, traspasando estas y llegando a manos del Porter-espectador de toda su vida. Junto a ellos hay que incluir momentos tan dramáticos como el terrible encadenado que anuncia la muerte del pequeño de los Murphy, el episodio que nos va anunciando la progresiva muerte de Linda, o la propia densidad de la secuencia en la que Porter desea dejar a sus más fieles amigos y quedarse solo para esperar la llegada de la muerte.

En su conjunto, el discurrir de DE-LOVELY parece apostar por una mirada malévola hacia una sociedad que escondía sus sentimientos y consumía su hipocresía envuelta en lujosas sedas y melodías aparentemente acarameladas. En definitiva, una lujosa pompa de jabón que utilizaba la falsedad y el esparcimiento para encubrir su falsedad, y en la que una pareja se ofrece como modelo de convivencia teniendo que luchar implícitamente con las limitaciones que proporciona su propio entorno social. Y es en esa perfecta combinación de película biográfica –llena por otra parte de libertades a la hora de adaptar sus canciones a momentos concretos de su vida-, melodrama cinematográfico, y cadencia y planteamiento de film musical, con la que la película de Winkler adquiere su propia personalidad, su singularidad y la consideración de título prácticamente perfecto, aunando la reflexión y la evocación.

Ni que decir tiene que en un producto lleno de talentos, la labor de todo su cast es excelente –desde el primero hasta el último de sus intérpretes-. Sin embargo, y sin omitir el contrapunto irónico que brinda la magnífica presencia de Jonatahn Pryce, es fácil remarcar que el peso de DE-LOVELY recae en la labor absolutamente fabulosa de Kevin Kline y una Ashley Judd que por momentos llega a superar en su propia contención a su esposo en la pantalla, ofreciendo entre ambos una de las parejas cinematográficas más fascinantes, sinceras, libres y conmovedoras que ha brindado la pantalla en los últimos tiempos. Pese a su tibia acogida, estoy convencido que el paso de unos pocos años llevará a esta película a lograr el reconocimiento que merece. Es un placer para ser degustado por paladares selectos.

Calificación: 4